
Por Alfredo Leuco | 28.03.2008 | 23:23
El peor de los pecados de los Kirchner fue haber autodenigrado la investidura presidencial al delegarla en un lúmpen como Luis D’Elía, acaso la figura pública de mayor desprestigio social. Son muy difíciles de suturar las heridas profundas que esos comportamientos dejan en la conciencia colectiva. Blindado de impunidad, más soldado de Hugo Chávez y de Mahmud Ahmadinejad que de Kirchner, D’Elía reflotó las viejas patotas de tipo mussoliniano. Su declarado odio hacia los blancos millonarios de Barrio Norte con 4x4 se hace patético si consideramos que los mismísimos Kirchner son blancos, millonarios, vecinos de ese barrio y felices poseedores de esas camionetas. Hace algunos meses, D’Elía dijo que Cristina, Alberto Fernández y Héctor Timerman eran el ala derecha del Gobierno, y que respondían al Partido Demócrata de los Estados Unidos y al lobby de Israel. El jueves fue premiado con un lugar de privilegio en el palco de Parque Norte, donde los K pusieron toda la carne al asador.
Esto es simbólico. Resume la confusión de un gobierno a la defensiva que muestra su peor cara lastimándose a sí mismo y pagando altos costos políticos por convertir en un tsunami un problema con el campo que era un vaso de agua si se aplicaba sentido común.
Asusta el rosario de torpezas cometidas. Es legítimo preguntarse, a la luz de lo que pasó, cuál será la reacción de los Kirchner si en el futuro tuvieran que enfrentar una crisis económica más o menos seria.
Teniendo todo a favor, fueron hasta el borde del precipicio. Así es este matrimonio: redobla la apuesta y construye casi desde el abismo. Por eso lograron todo lo contrario a lo que buscaban. Se preguntaban quién estaba oculto detrás del conflicto sin ver que ellos mismos ayudaban a multiplicarlo.
Es difícil diagnosticar cuál es la enfermedad que los lleva a hacerse expulsar de la cancha cuando van ganando
Recién anteayer buscaron el diálogo y el consenso. Su metodología es quebrar al que se atreva a desafiarlos y, si es posible, ponerlo de rodillas hasta la humillación. Algo de eso aplicaron con la protesta agropecuaria. Aprovecharon el desgaste de gente mansa e inexperta en combates sociales que no tuvo tácticas y se jugó al todo o nada a fuerza de bronca y falta de confianza en sus representantes sectoriales. Esa clase de victorias, arrasadoras como la 4x4 del pingüino Varizat, son triunfos pírricos que inoculan en los derrotados el veneno del resentimiento, que puede reaparecer en posturas más exacerbadas o como una lluvia de votos-castigo.
Tal vez esa lógica de los Kirchner se pueda explicar por dos vertientes: la generacional-militante y el carácter personal.La primera tiene que ver con su formación política en los 70. “Ni sectarios ni excluyentes, Montoneros solamente”, solían cantar en los congresos los integrantes de
Tal vez esa misma cuna lleve a los Kirchner y a varios de los suyos a tener la palabra “traidor” demasiado a flor de piel. Cualquiera que, estando con ellos, modifique su pensamiento en algún tema no será portador de ideas enriquecedoras: es un traidor. Fue lo primero que dijeron del gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, cuando, producto de la racionalidad que le impuso la marca personal de los productores agropecuarios que lo votaron, envió varios mensajes de prudencia y disposición al diálogo.
Aquel infantilismo revolucionario que sacrificó la vida de tantos jóvenes reaparece en estos tiempos como una suerte de infantilismo funcionario, que ojalá no sacrifique el éxito de este modelo económico por moverse a fuerza de espasmos, de enojos y de actitudes sólo dignas de arrepentimiento. Elisa Carrió definió esos gestos como de “adolescentes tardíos”.
Miopía. En su gigantesca metida de pata, el Gobierno ha dejado jirones de su musculatura política. Al obligar a intendentes y gobernadores a que sostengan posturas equivocadas con subordinación y valor, los Kirchner los sometieron a un desgaste inesperado a poco de haber sido legitimados electoralmente. José Alperovich, en Tucumán, perdió dos ministros. También Sergio Uribarri, en Entre Ríos. Raúl Rivara, ex ministro de Felipe Solá, se puso del lado del campo. El senador por Córdoba Roberto Urquía, quien hasta hace unas horas era el preferido de
Néstor Kirchner se metió en la refundación del PJK para ampliar las bases de sustentación del Gobierno de su esposa y no le estaba yendo mal. Pero la miopía e impericia para afrontar los reclamos del campo les hicieron perder mucho de lo que habían logrado.
La crispación oficial, las palabras cargadas de pólvora y el río revuelto de las operaciones de prensa, las cadenas de mails y mensajes de texto fueron el caldo de cultivo para algunos nostálgicos de la dictadura militar que aprovecharon para rapiñar algo de prensa. Es el caso de la minúscula Cecilia Pando.
Hubo un genuino y pacífico rechazo al estilo intolerante y mandón de los Kirchner. La historia ya demostró que, cuando los gobiernos no escuchan, sólo terminan obligando al pueblo a levantar la voz. Y, luego, a golpear cacerolas. La industrialización del miedo para imponer disciplina tiene patas cortas.
La altanería está en el ADN de Néstor y Cristina. Puede más que ellos mismos. En Parque Norte, el jueves, ella quiso hacer una broma distendida y le salió un reto: “Ya es hora compañeros de que vayan actualizando las consignas y comprendan que tienen una Presidenta”, dijo con excesiva rigidez facial cuando los muchachos identificados con la gloriosa Jotapé le reclamaban “huevos” para liberar a
Los
Lo dicho: los Kirchner cometieron el peor de los pecados. Tienen tiempo de arrepentirse. Es urgente que
que sea demasiado tarde para lágrimas.
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