martes, 2 de septiembre de 2008

Neopopulismo latinoamericano-Por Juan José Sebreli

Los intelectuales y el kirchnerismo
El sociólogo rastrea la genealogía de las influencias intelectuales que gravitan en la toma de decisión de Néstor Kirchner y de la presidenta Cristina Fernández. Y establece la inspiración de su característica forma de gobernar. ¿Quiénes son y cómo piensan Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, el matrimonio de intelectuales que inspiró la política kirchnerista? “Del viejo populismo y el posestructuralismo francés de los 70 surgió el modelo del neopopulismo latinoamericano que, según sueña Laclau, puede llegar a jugar un papel protagónico en el futuro”, escribe aquí Sebreli.


Durante el conflicto del campo, cartas abiertas, entrevistas radiales y televisivas y hasta un diálogo público con Néstor Kirchner han dado a conocer un nuevo estilo político, el de los peronistas posmodernos o “intelectuales K”. Conforma un derivado del impreciso “neopopulismo latinoamericano” o “socialismo del siglo XXI”, que representan Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y los hermanos Fidel y Raúl Castro, sempiternos patriarcas. Para el matrimonio Kirchner se trata de un viaje de ida y vuelta, del antiguo al nuevo populismo; ellos imitan a Chávez que, a su vez, se inspira en Perón. No hay muchas diferencias entre el viejo y el nuevo populismo, el modelo es el mismo: movimientismo opuesto al sistema de partidos, líderes autoritarios, manipulación de masas, desprecio por las instituciones republicanas y una economía mercadointernista y antiexportadora. Más sofisticados que los populistas históricos, los neopopulistas promueven un autoritarismo suave o, como decía un opositor venezolano, “un totalitarismo light”, de acuerdo a los tiempos medianamente democráticos que vive el continente.

Algunos adherentes al movimiento llamado Carta Abierta son funcionarios públicos o montoneros reciclados y algún firmante equívoco como David Viñas que luego, en un acto en la Biblioteca Nacional, declaró: “No soy un intelectual K”. En ese agrupamiento apresurado y heteróclito se destaca, con perfiles propios, un subgrupo inspirado por Ernesto Laclau, a su vez mentor intelectual de los Kirchner. Cristina Kirchner se dice discípula de Chantal Mouffe, mujer de Laclau, y En torno a lo político pasa por ser su libro de cabecera. Laclau mantuvo diálogos telefónicos desde Londres con los Kirchner aconsejándoles no transar con el campo y en su último viaje participó en un acto kirchnerista. La biografía intelectual de Laclau explica en parte sus complicadas posiciones. Hizo su primera intervención política allá por los años 50 en el FIP (Frente Izquierda Popular), agrupación trotkista-peronista presidida por Jorge Abelardo Ramos, inventor del nacionalismo de izquierda. Sin embargo, ya por entonces Laclau se acercaba más a Gramsci y al concepto de “lo nacional y popular” que al internacionalismo proletario de Trotsky, aunque se mantuvo apartado de los gramscianos argentinos a los que menospreciaba por “liberales”. También se fue alejando de Marx, difícil de conciliar con el nacionalismo, aunque se le agregara el calificativo de popular.

Esas preferencias del joven Laclau señalaban un rasgo que definiría su concepción posterior: el predominio de lo político sobre lo económico y de las particularidades nacionales sobre el universalismo. Después Laclau se estableció en Gran Bretaña, estudió en Oxford, fue profesor en la Universidad de Essex y reconoció en París su “verdadera patria espiritual”. En ese derrotero intelectual, insólito para un tercermundista, entró en contacto con las corrientes filosóficas europeas en boga: althusserismo, lacanismo, deconstructivismo. De esa mezcla rara entre el viejo populismo de su juventud porteña y el posestructuralismo francés de los 70, surgió el modelo del neopopulismo latinoamericano que, según sueña Laclau, puede llegar a jugar un papel protagónico en el futuro.

La fracción laclauista de Carta Abierta está integrada por profesores y sus discípulos de las facultades de humanidades de la UBA, incluido algún decano. Próximos a disciplinas periféricas como los estudios culturales, algunos de ellos se dedicaron a hacer filosofía de la literatura, y ahora quieren hacer literatura de la política. Su repercusión se ha reducido a los enclaves universitarios de las calle Puán o Marcelo T. De Alvear, y a engrosar las escuálidas huestes de las izquierdas en los actos kirchneristas; apenas una tormenta en un vaso de agua.

Este populismo de cátedra es distinto al de los años 60 y 70 centrado entonces en las “cátedras nacionales” originadas en el nacionalismo católico. El nuevo populismo proviene de la progresía convencida por Laclau de que la corriente institucionalista socialdemócrata es incapaz de responder a las demandas populares; acusa a Tabaré Vazquez y a Michelle Bachelet de “traidores” y a Lula Da Silva de “ambiguo”.

Pero el verdadero pensamiento de los intelectuales K es muy difícil de desentrañar dado que la prosa de Laclau y sus continuadores es críptica, comprensible tan sólo por una elite de iniciados, extraña opción para quienes se proponen “la construcción de un pueblo”, “la constitución de un nuevo sujeto político”. El estilo de Laclau está empedrado de indefinidos plurales: “Ideales emancipatorios”, “prácticas articulatorias”, “materialidades de la estructura discursiva”, “especificidades del vínculo hegemónico”, que traen el eco del barroco krausista-yrigoyenista. Con esa misma jergosidad academicista están escritas las proclamas de los intelectuales K y con la retórica hermética de sus papers o sus tesis universitarias hablan en los medios de comunicación. Más que declaraciones políticas parecen ser ejercicios de estilo. El alambicamiento sustituye a la argumentación y a la ausencia de datos objetivos. La oscuridad oculta la trivialidad y anacronismo de consignas que compañeros de ruta menos sutiles como Luis D’Elía reducen a antagonismos simplistas como pueblo-oligarquía y patria-colonia.

Además de los posestructuralistas franceses, otra fuente inesperada de Laclau es Carl Schmitt, jurista del nazismo a quien, aunque con reservas, reivindica. Se trata de un Schmitt algo distinto del admirado por los viejos populistas Arturo Sampay y Joaquín Díaz de Vivar, que querían convencer a Perón de invitarlo a la Argentina. El neoschmittianismo ha sido blanqueado de su nacionalsocialismo por la nueva izquierda después de que el jurista elogió las guerrillas campesinas. A través de Laclau y Mouffe, los Kirchner se enteraron de que eran schmittianos sin saberlo, ya que practican la concepción política preconizada por el teórico alemán: confrontación permanente, antagonismo insuperable de amigo-enemigo y decisionismo como forma opuesta a la discusión liberal. Aprendieron de Schmitt que el poder no reside en las instituciones republicanas sino en la persona del “soberano”, el que decide en el estado de excepción ante la crisis. Esta estrategia no les ha dado, sin embargo, los resultados esperados, y hasta llegó a ser derrotada en el Parlamento por la –para ellos– desdeñable deliberación indecisa de la democracia formal.

El laclauismo K tiene su parte de razón cuando sostiene que los conceptos de izquierda y derecha no están caducos y que sólo sus contenidos deben ser reconsiderados. Pero se equivoca cuando, al analizar las situaciones concretas, identifica a la izquierda con el populismo y a la derecha con la democracia liberal o la socialdemocracia. Se equivoca al calificar despectivamente de optimismo utópico al universalismo racionalista y democrático, y oponerle las “identidades colectivas” de pueblo y nación cuando éstas se están disolviendo ante el avance conjunto del individualismo y la globalización. El resurgimiento actual de los particularismos religiosos, étnicos y nacionales parecería darles la razón a los neopopulistas. Pero en la historia de las ideas políticas siempre ha ocurrido así, el avance avasallador de una tendencia provoca la reacción crispada de lo opuesto que lucha desesperadamente antes de morir.