sábado, 9 de mayo de 2009

No alcanzó para los pobres

Mientras esté en el poder, Kirchner nunca blanqueará los números del INDEC. Debería asumir el mayor costo político de su gestión: reconocer que hace dos años que crece la pobreza, como en la década menemista. Moreno borró 4 millones de pobres de las estadísticas. Otra apuesta fallida al derrame. Y un Estado que sólo asiste a los que están dentro del sistema.

Maximiliano Montenegro

Néstor Kirchner nunca permitirá mientras esté en el poder que se blanqueen los números del INDEC que Guillermo Moreno dibuja desde principios de 2007. Si lo hiciera, debería asumir el mayor costo político de su gestión: reconocer que, inflación mediante, hace dos años que la pobreza crece, incluso por encima de los niveles de la década menemista.

Desde el segundo trimestre de 2007, el organismo oculta la base de datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), insumo necesario para elaborar las cifras de pobreza, indigencia y distribución del ingreso.

Desde entonces, la pobreza aumentó por el salto en los precios de la canasta de alimentos. Aunque el organismo oficial no lo registre en sus partes de inflación.

Según el INDEC, hoy la pobreza alcanza al 17,8% de la población. Es decir que reconoce 7,2 millones de pobres en la Argentina. Sin embargo, para Artemio López, el encuestador favorito de Kirchner, la pobreza se ubicaría en el 28%, con lo cual habría 11,2 millones de pobres. Para el economista Claudio Lozano, que realizó una estimación con información aportada por técnicos desplazados del INDEC, la pobreza llega ya al 31,3%: 12,5 millones de personas. Ernesto Kritz, director de la Sociedad de Estudios Laborales, realiza un cálculo similar: 32% de la población.

El INDEC de Moreno barre bajo la alfombra entre 4 y 5 millones de pobres en la Argentina.

El kirchnerismo tampoco revirtió la tendencia a la concentración de la riqueza que se experimenta desde mediados de la década del setenta. Incluso la profundizó. La brecha de ingresos entre el 20% más rico y el 20% más pobre pasó de 7 veces en 1974 a 10,8 veces en 1990; a 13,5 veces en 1998; se mantuvo en esta última proporción en 2004, y creció a 13,9 veces en 2006. Es el último dato que se puede elaborar sobre la base de la EPH del INDEC, antes de que Moreno se llevara a su casa los resultados de la encuesta. Desde entonces, la inflación licuó los ingresos de los trabajadores informales de la base de la pirámide y amplió la desigualdad. Según técnicos del organismo, la brecha se elevó a 14,5 veces a fines de 2008.

La razón de la continuidad de la intervención en el INDEC, que los intelectuales K consideran un capricho inexplicable, se encuentra en el ocultamiento de estas y otras estadísticas sociales. Es algo más que un capricho de Kirchner.

DERRAME. La revista de humor Barcelona, con el estilo ácido que la caracteriza, tituló: “La redistribución ya se hizo. Lamentablemente no alcanzó para los pobres”. Es una excelente definición de lo que fue el patrón distributivo de la era K.

Como en la década menemista, otra vez fracasó la teoría del derrame: la idea de que el crecimiento a tasas chinas, por sí solo, resolvería el drama de la pobreza y la desigualdad. La caída drástica de la desocupación desde 2002 redujo durante cuatro años los índices de pobreza frente a los picos poscrisis. Pero la creación de empleo no bastó para perforar los pisos de miseria y desigualdad cimentados durante la década del noventa. Con casi el 40% de los ocupados en negro, la pobreza se convirtió en un drama de los empleados, en puestos precarios y de baja remuneración. Mientras que se amplió la brecha de ingresos entre los trabajadores en blanco y en negro. Durante todos esos años las empresas embolsaron ganancias extraordinarias. Y a partir de 2007 la inflación frenó cualquier progreso social, empeorando la situación de aquellos que se quedaron relegados frente a la carrera de los precios.

Ahora bien, ¿qué se hizo desde el Estado para incidir en la distribución en un contexto de crecimiento a tasas chinas? Veamos.

A favor de una mejor distribución:

• Plan de inclusión jubilatoria: 1,5 millones de jubilados sin aportes provisionales.

• Reforma jubilatoria 2007: regresó a los aportantes de menores recursos al Estado, evitando así la expropiación que significaban las comisiones de las AFJP sobre los sueldos más bajos.

Entre las políticas que por acción u omisión no favorecieron una mejor distribución del ingreso se cuentan las siguientes:

• Subsidios a las tarifas de luz y gas de sectores medios altos y altos: según el propio Julio De Vido, cuando se anunció de golpe el descongelamiento tarifario, el costo fue de $ 2.400 millones anuales (casi $ 10.000 millones en cuatro años).

• Eliminación de la tablita de Machinea: $ 2.500 millones anuales que deja de percibir el Estado y van al bolsillo de los que cobran más de 7.200 pesos mensuales. Es un monto equivalente a lo que se planeaba recaudar con la famosa resolución 125, descontadas las “compensaciones” para los pequeños y medianos productores.

• Se mantuvo intacta la exención del impuesto a las Ganancias para operaciones financieras (intereses de títulos públicos, obligaciones negociables, plazos fijos): son más de $ 4.000 millones anuales los que se pierde de recaudar el fisco.

• Se preservó la exención impositiva a las ganancias de capital: compraventa de empresas (acciones) y de propiedades. Por ejemplo, cuando Néstor Kirchner multiplicó su patrimonio gracias a los terrenos en El Calafate y los inmuebles que compró barato y vendió caro, no abonó un centavo de impuesto a las Ganancias. Lo mismo Amalita, cuando vendió en u$s 800 millones sus acciones en Loma Negra a un grupo brasileño.

• No se restituyó el impuesto a la Herencia, que derogó la dictadura y existe en países como Estados Unidos y Chile, el modelo “neoliberal” del continente.

• Con los aportes jubilatorios de la estatización de las AFJP, como dice Claudio Lozano, Kirchner creó su propia AFJP para negociar con las empresas. Pero no implicó ninguna redistribución para los sectores carenciados. En los últimos meses, la ANSES otorgó préstamos destinados a los sectores medios con poder adquisitivo, al Tesoro para cancelar deudas y a las empresas. En el mejor de los casos, más teoría del derrame.

• En lugar de destinar fondos a una recomposición de haberes jubilatorios (ocho de cada diez jubilados cobran la mínima de $ 770 mensuales). O en lugar de orientar recursos a financiar un subsidio para los hijos de familias pobres, lo cual, además de mejorar la distribución, tendría un efecto reactivador más inmediato y eficaz.

• Mientras tanto, se licuó el poder de compra de los planes Jefas y Jefes de Hogar, cuyo monto permanece congelado en 150 pesos desde abril de 2002.

En Inglaterra hace varios años y, después de la caída del muro de Wall Street, en Estados Unidos también sectores políticos progresistas vienen presionando con el lema “1% para los chicos” (“One percent for kids”): la idea es que los gobiernos destinen esa porción del PBI en un subsidio universal a la niñez, como política para disminuir la pobreza.

Por su estructura impositiva y de subsidios, en la Argentina todavía prevalece el Estado “Hood Robin” menemista. En un interesante estudio Kritz demuestra que la mitad de los niños del 30% más pobre de la población no recibe ninguna asignación estatal. En cambio, sólo el 3% de de los hijos de las familias de mayores ingresos (el 10% más alto de la distribución) se encuentra desprovisto de un beneficio estatal. En este segmento casi todos los hijos están alcanzados por asignaciones familiares y, fundamentalmente, por la deducción de carga de familia en el impuesto a las Ganancias ($ 5.000 por año por hijo).

Hace cinco años que la CTA propone un subsidio a la niñez, para romper la lógica de que toda la asistencia estatal se destina (vía asignaciones familiares, subsidios al empleo, etc.) a los asalariados en blanco, mientras que en el universo de más de 4 millones de trabajadores en negro y desocupados se consolida un núcleo duro de la pobreza. Los hogares pobres son los de más hijos a cargo: 2,1 hijos promedio frente a 0,4 en las familias de mejores ingresos.

Sin embargo, la administración K nunca lo implementó, además de negar la personería jurídica a esa central gremial para fortalecer su alianza con la CGT, que sólo reclama por los incluidos en el sistema.

Para el caso argentino, el 1% del PBI equivale a $ 11.000 millones de pesos. Ya que Kirchner no se animó a eliminar exenciones bochornosas al impuesto a las Ganancias, la medida se podría financiar, transitoriamente, con una parte de los recursos corrientes de la estatización de las AFJP. Sería una manera de cambiar a un Estado que casi siempre aporta dinero por arriba de la pirámide, esperando que derrame.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Jorge Luis y Raul Ricardo, entre otros


Publicado por Ezequiel Martinez el 3/04/09 en "en Minúscula", Blog de la Revista Ñ.

Hace pocos meses recibí en mi casilla de correo un mail de remitente desconocido, encabezado por un asunto que tenía todas las características de un spam: "Pedido insólito", decía. Estuve a punto de borrarlo sin más cuando un click equivocado me hizo abrirlo.

Me encontraba por esos días en México (era mediados de noviembre del año pasado) cubriendo los homenajes a Carlos Fuentes por sus 80 años. La remitente del mail, a quien nunca conocí personalmente, había leído alguna de mis crónicas publicadas en Clarín desde allí, y decidió escribirme. Era Margarita Ronco, la asistente de toda la vida del ex presidente Raúl Alfonsín.

Lo único que pretendía, deshaciéndose en disculpas, era saber si yo podía entregarle en mano a Carlos Fuentes una carta que Alfonsín -aun en su agonía- quería hacerle llegar al escritor para sumar su abrazo fraternal a los festejos. Por supuesto, así lo hice.

Conservo una copia de esa carta por el simple azar de haber sido su paloma mensajera. En sus párrafos finales le escribía Alfonsín al autor de Terra nostra:

"Usted es un intelectual comprometido con su tiempo que no es indiferente a las luces y las sombras de la realidad. Recuerdo nuestras conversaciones al respecto, sus denuncias que expresaban la indignación de un hombre conmovido por la realidad.
Le envío un fuerte abrazo desde este Buenos Aires, donde tantos momentos gratos supo pasar, allá lejos y hace tiempo.
Como dicen en Cuba, 'sigamos acumulando juventud'. A mí me está costando una gran pelea, pero como buen gallego, no aflojo aunque la enfermedad venga degollando...".

Ese era también Alfonsín, un hombre con un apetito intelecual que en la cuesta abajo de su vida, no dejaba pasar por alto un gesto de amistad lejana, pero sincera, hacia un escritor que admiraba.

Después de él, ningún otro mandatario argentino demostró tanto compromiso con la cultura. Tuvimos uno que incluyó en un discurso oficial un comentario sobre su lectura de las novelas de Borges; y otros de mismo apellido que quebraron la tracidión presidencial de asistir a cada inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires, entre otras torpezas y burradas.

Mucho se le endilgó a Alfonsín el desliz de no haber recibido a Julio Cortázar cuando, en diciembre de 1983, el autor de Rayuela caminó por última vez las calles de Buenos Aires. El país, y su presidente recién elegido, vivían una efervescencia donde los asesores del primer mandatario sopesaban otras urgencias.

Sin embargo, apenas asumió, Alfonsín comenzó a prestarle atención a los intelectuales, a recibir a escritores y artistas, a recomponer una cultura amordazada y deshilachada durante años. En el libro Quince años de democracia (Norma, 1998) compilado por el periodista Roman Lejtman, escribe Santiago Kovadloff:

"Luego de que Raúl Alfonsín ganara las elecciones, escritores y artistas fuimos convocados a reunirnos con él en el Hotel Presidente, donde se hospedaba antes de asumir. Recuerdo muy bien la escena: estábamos en un salón amplio, sentados frente a Alfonsín, a una distancia considerable. El, con su mujer al lado, y Jorge Luis Borges frente a ellos. Nosotros rodeábamos a Borges, quien casi apoyaba el mentón en el bastón que tenía entre sus manos. Las manos le temblaban levemente. Alfonsín y Borges parecían Pericles y Sófocles; el paradigma de la cultura".

¿Se acuerdan cómo llamaban a los intelectuales cercanos al gobierno de Alfonsín? "La patota cultural". Prefiero mil veces esas patotas a las que vinieron después.

lunes, 4 de mayo de 2009

Reinventar la democracia es hacerla más responsable


La crisis internacional obliga a dar origen a un nuevo ciclo, tan importante como lo fue el del sufragio universal primero y el de la creación del Estado de bienestar más tarde.
Por: Pierre Rosanvallon
DIRECTOR ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS EN CIENCIAS SOCIALES, PARÍS

La democracia? Seguramente todos creemos saber qué es y qué debería ser. Pero sus manipulaciones y sus omisiones nos castigan con la fuerza de la evidencia. Las múltiples disfunciones del sistema representativo, por ejemplo, saltan a los ojos de todos los ciudadanos, nutriendo una atmósfera de desencanto.

Desde siempre, la democracia está bajo tensión, tironeada entre principios constitutivos a veces difíciles de conciliar: el imperativo de idoneidad y la exigencia de proximidad, el número y la razón, la fidelidad a los compromisos del mandato y la reactividad a los cambios, el desarrollo de procedimientos apremiantes para el poder y el ejercicio de una voluntad soberana.Pero es necesario ir más lejos, mucho más lejos. De aquí en adelante, es necesario aprehender la democracia y pensar su desarrollo más allá de los procedimientos electorales.

La crisis económica y social que sacude al mundo invita a reconsiderar en profundidad la forma en que las naciones conciben sus modos de organización y regulación. Torna urgente, en primer lugar, un nuevo enfoque sobre lo que constituye el vínculo social y permite "hacer sociedad" (lo que expresa la gran preocupación por el advenimiento de una "sociedad de desconfianza"). Convoca asimismo a encontrar maneras de incluir más el futuro en el presente y de "representar el porvenir" en forma organizada.

Esta crisis, por ende, no es sólo del orden de una falla que sufrimos mientras esperamos volver a la normalidad. Obliga a pensar más radicalmente en los términos de "una gran transformación".

Un nuevo ciclo debe, pues, abrirse en la vida de las democracias, tan decisivo como lo fueron la conquista del sufragio universal en el siglo XIX y luego la creación de los Estados de bienestar en el siglo XX. Ahora debemos dar a nuestras democracias una base ampliada, con la idea de comprenderlas de otra manera y enriquecer su significado. Hay que reinventarlas.

Tres dimensiones resultan esenciales en este sentido: la extensión de los procedimientos y las instituciones más allá del sistema electoral mayoritario; la aprehensión de la democracia como una forma social; el desarrollo de una teoría de la democracia-mundo.

En primer lugar, hay que empezar por las limitaciones del sistema electoral mayoritario. Éste lleva a multiplicar a los "olvidados por la representación". Es algo que se puede remediar reformando los modos de escrutinio e introduciendo limitaciones ad hoc. Pero no es suficiente. De ahí la necesidad de inventar formas no electorales de representación. Además, el principio mayoritario no puede bastar para fundar las instituciones democráticas. La elección, efectivamente, no garantiza que un poder esté al servicio del interés general, ni que siga estándolo.

Es así como está emergiendo en forma subterránea y de una manera todavía confusa una aprehensión extendida respecto de la noción de voluntad general. Ahora, un poder no es considerado plenamente democrático si no está sometido a pruebas de control y validación que sean concurrentes y complementarias de la expresión mayoritaria. A esto responde sobre todo el fuerte auge de instituciones como las autoridades independientes o los tribunales constitucionales. Aunque en muchos casos todavía no son más que expresiones parciales e inacabadas. Pero solamente se dará un carácter verdaderamente democrático a esas instituciones, a su modo de composición, a sus condiciones de funcionamiento y rendición de cuentas si se las piensa como tales. La idea es, en una palabra, dar vida a una democracia más permanente.

Los ritmos de la vida social se aceleraron mientras que el tiempo parlamentario continúa intacto. Por consiguiente, lo que debe desarrollarse es una nueva cultura de la responsabilidad política. Es hora de definir la democracia como el ejercicio de una responsabilidad permanente y multiforme.

Segundo gran eje: aprehender la democracia como una "forma de sociedad", y no sólo como un régimen. Si no avanza en esa dirección, la sola democracia de los individuos conduce a la anomia o a los separatismos, sean éstos abiertos o encubiertos. Desde ese punto de vista, no siempre conviene hablar de una falla sino más bien de una verdadera "regresión".Las sociedades democráticas comenzaron a deshacerse con el debilitamiento de los Estados de bienestar que habían permitido darles cierta consistencia. Al no haber un nuevo principio que tomara su lugar para reestructurar instituciones de integración y justicia social, las desigualdades crecieron espectacularmente.

No podemos contentarnos, por toda respuesta, con erigir la compasión hacia la exclusión y la situación de los pobres como solución de repuesto. Es necesario revivir las formas generales de la solidaridad. La "cuestión social" y la "cuestión democrática" son ahora indisociables.

En tercer lugar, se impone con urgencia una democracia-mundo, en la forma de una cooperación más activa de los Estados. Es necesario fomentar un debate público abierto y frontal. La democracia-mundo sólo se impondrá con la implementación de elecciones mundiales y se concretará en la forma de una "apropiación" ciudadana.

Copyright Clarín y Le Monde, 2009.