domingo, 27 de julio de 2008

Reportaje a Pepe Mujica

El ex ministro de Agricultura del primer gobierno de izquierda de Uruguay visitó la Argentina “en una semana atípica”, que lo tuvo como testigo privilegiado de la peor crisis del kirchnerismo. “Se pelean porque son ricos. Si la soja no tuviera un precio tan alto, serían más pobres, pero no sufrirían tantos problemas”, aseguró el senador uruguayo. “Por momentos, parece que tienen la conducta de unos muchachos imberbes, una irresponsabilidad juvenil”, agregó el ex tupamaro. “Parece que están jugando un Boca-River, pero sin ningún árbitro en la cancha”, completó el líder del Frente Amplio.
Por Rodrigo Lloret

—El movimiento Tupamaros que usted integró en Uruguay tenía la particularidad de concebir un pensamiento marxista crítico, ¿cómo inició su participación en esa corriente?

—Mi primer acercamiento fue con grupos anarquistas libertarios, que todavía perduraban y eran bastante fuertes cuando inicié mi militancia. Después fuimos evolucionando hacia corrientes más o menos marxistas, pero privilegiábamos estar fuera de esa ortodoxia que planteaban los partidos comunistas de la época, que eran muy duros, casi como un ladrillo. Esa heterodoxia nos permitió construir un pensamiento marxista muy crítico, abierto y librepensador. Recuerdo discusiones de compañeros muy valiosos que negaban el análisis dialéctico y también algunos aspectos casi religiosos del leninismo. Eso nos dio una singularidad propia y así fuimos construyendo un movimiento, no un partido tradicional.

—Pertenece a una generación que protagonizó las décadas más calientes de la reciente historia latinoamericana, ¿cómo define su propia trayectoria personal en ese contexto?

—Soy parte de un conjunto de luchadores sociales, hondamente motivados en la juventud, porque presenciamos la historia de una sociedad bastante estable y equitativa, que luego se fue desmoronando. Hasta mediados de los 50, Uruguay tenía un nivel de vida muy aceptable, el más equilibrado de América latina. Hasta que llegó la muerte del Imperio inglés. No nos trataron tan mal los británicos: nos sacaron mucho pero también nos dieron cierta estabilidad. Pero cuando no quedó nada más para repartir, aquélla Suiza de América empezó a ser pura mitología. Eso fue algo que mi generación percibió rápidamente, y llegamos a la conclusión de que íbamos a desembocar en un golpe de Estado. Porque es muy sombrío el deterioro económico abrupto en una sociedad que acaba de tener un buen pasar. Y nosotros buscábamos evitar esa situación, queríamos cambiar esa realidad y crear sociedades mucho más justas en las que las clases sociales no separaran a los hombres.

—¿Cuándo y por qué decide iniciar esa transformación social desde la lucha armada?

—La lucha armada es una consecuencia de ese proceso que le estoy describiendo. Nosotros empezamos a crear algunos círculos de resistencia para resistir la llegada de una dictadura, no para asaltar el poder. Eso adquirió una lógica autónoma y una fuerza propia porque fueron cayendo compañeros y los gobiernos uruguayos se fueron haciendo cada vez más reaccionarios. En ese marco recibimos el impacto de la Revolución Cubana, que fue muy fuerte en nuestra época. Aunque si le hubiéramos dado pelota a los cubanos nunca hubiéramos armado un movimiento armado. En realidad, nosotros formamos un movimiento político con armas, no una guerrilla clásica.

—¿Los cubanos no recomendaban un movimiento armado?

—Ellos impulsaban la guerrilla rural y eran prisioneros de un esquema que decía que la ciudad era el cementerio de un revolucionario. Nosotros teníamos otra realidad: Uruguay era un país pelado, no teníamos montes en aquella época. Nosotros hicimos algo más parecido a la revolución de Argelia.

—¿Estuvo en un enfrentamiento armado?

—Sí, estuve.

—¿Y qué recuerda?

—El olor a pólvora... (Cambia el tono de voz) Usted está yendo muy atrás, eso es algo de lo que no me gusta hablar.

—Luego fue detenido y permaneció en cautiverio por más de una década, hasta el regreso de la democracia. ¿Es cierto que durante muchos años estuvo enterrado en un calabozo y que se entretenía con las hormigas?

—Sí, es cierto, empezamos a caer cuando Uruguay entró en la dictadura y después de estar en varios penales, a un grupo nos pusieron en unos calabozos que estaban enterrados. Y también es verdad lo de las hormigas: tenía que hacer algo para entretenerme y lo único que tenía eran unas hormigas. Después de concentrarme bien, pude escucharlas, y aunque usted no lo crea, las hormigas gritan.

—¿Qué más recuerda de esa época?

—Fueron años muy duros para todos, cuyas consecuencias en la sociedad todavía no podemos aquilatar. Ellos no lograron el ciento por ciento de su objetivo, pero sacaron lo peor de nuestras sociedades, todas nuestras miserias y egoísmos. Y eso es algo que todavía hoy vuelve, a cada rato. Tal vez, esa es la cuenta que nunca les podremos cobrar.

—¿Fue torturado?

—No nos escapamos de algunos niveles de tortura. La tortura era como el pan de cada día en todos los centros de detención. Además, en los años en que estuve preso, también tuvimos otras penas. No sé si es tortura, pero cómo se puede definir el estar durante tres años sin bañarse y comiendo mondongo podrido... (Vuelve a cambiar el tono de voz) No me gusta hablar de esto, porque en la sociedad de mierda en la que estamos hay una especie de cultivo del sacrificio de aquella época. Y, sabe qué, no hubo ningún sacrificio: te faltó velocidad y te pusieron en cana porque te metiste a cambiar el mundo. Pero ahora se hace un gran espamento de todo eso. Hay un juego vanidoso de la explotación de los sacrificios que tantos soldados anónimos debieron haber tenido. Yo no olvido, pero tampoco vivo para cobrar. Hay cosas que no te las va a devolver nadie, es algo absolutamente imposible. Y los que sobrevivimos tenemos que darle gracias a la vida en cada nuevo amanecer, tener una mirada positiva y pensar para adelante.

—A diferencia de su postura, la lectura de los 70 sigue estando presente en la Argentina actual, y en la mayoría de las veces, regresa cargada de rencores. ¿Por qué se producen miradas tan distintas sobre un mismo pasado?

—Porque no ha sido nada fácil superar lo que pasó en este país, y aquí quiero hacer un reconocimiento especial a la sociedad argentina. Nosotros sufrimos un montón de barbaridades, pero fueron cosas de niño comparadas con lo que se hizo acá. Si la historia uruguaya nos maniató a nosotros para evitar que fuéramos una guerrilla clásica, también hizo que nuestros militares fuesen distintos. La cultura y la opinión pública de Uruguay impidió que se cometieran ciertas atrocidades, y aunque se hicieron algunas, fueron hechas con cierta vergüenza. Yo recuerdo estar detenido en un cuartel y saber que unos militares argentinos les dijeron a sus colegas uruguayos: “Si a estos tipos los tuviéramos nosotros, ya estarían en el océano”. Yo no quiero poetizar, no es que los milicos uruguayos eran macanudos, pero en aquellos años la vida de un hombre en la Argentina valía menos que la de un perro. En Uruguay estábamos muy lejos de lo que pasó acá. Por eso entiendo la herida que le dejaron abierta al pueblo argentino, es un dolor monstruoso. Y me parece muy justo que este gobierno haga de los derechos humanos una prioridad.

—Hablando del gobierno argentino, acaba de ser testigo de la peor semana de la gestión kirchnerista. ¿Cómo observó la renuncia de Alberto Fernández?

—Esta fue una semana atípica. Es una casualidad que yo haya estado acá. Vine porque nuestro compatriota, Enrique Iglesias, que fue muchos años presidente del BID, me había pedido que participara de un seminario en el Congreso argentino. Y no podía decir que no, porque ya me había comprometido. Pero fue el momento menos oportuno para visitar la Argentina. Hubiera querido venir con una atmósfera interna un poco más distendida, pero me tocó ver a un gobierno en un momento muy convulsionado, y mi deber como uruguayo es respetar mucho a la sociedad argentina y al propio gobierno. No puedo, ni debo, meterme en cuestiones internas. Eso no es de buen vecino.

—Usted fue ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca de Uruguay hasta principios de año, cuando renunció para asumir como senador. Sin opinar sobre la política argentina, ¿puede decir por qué el gobierno que usted integra evitó generar un conflicto con el campo?

—No se pueden hacer comparaciones. Es cierto que nuestros países forman una misma nacionalidad y que tenemos un grado muy fuerte de identidad, pero en Uruguay hay un poco más de 3 millones de habitantes, no tenemos ni un litro de petróleo, y nuestra economía es muy abierta. Nosotros no podemos pretender el desarrollo de industrias importantes, por la estrechez del propio mercado. A diferencia de la Argentina, nuestro principal producto de exportación es la carne y los derivados de la ganadería, no es la agricultura. Los granos tienen una importancia relativa para Uruguay, pero acá tienen mucho valor. Y aunque ahora hay algunos argentinos que van a sembrar soja en mi país, es sólo una agricultura reflejo.

—¿Usted hubiese aplicado retenciones a las exportaciones del campo en Uruguay?

—No, porque nosotros ya tuvimos problemas con esas medidas hace cuarenta años, cuando se quisieron implementar pero no se superó la resistencia de los productores. No hay nada nuevo bajo el sol. Para nosotros tampoco era un recurso recomendable por la apertura cambiaria que tenemos. Porque lo que acá no dicen, es que la Argentina tiene un dólar caro, nosotros tenemos un 30% de retraso con respecto a ustedes. Entonces, se puede sacar de un lado con retenciones, pero si después hay una moneda subvaluada, no se soluciona nada.

—Cuando supo que se iban a aplicar retenciones en Argentina, ¿imaginó este desenlace?

—No, nunca imaginé que iba a ser para tanto. Pero cuando usted le mete la mano en el bolsillo a alguien, siempre patalea. Nadie quiere pagar la cena. Todos estamos a favor de la equidad y la solidaridad, mientras no nos toquen el bolsillo.

Sigue

—Pero también existen otras razones que revelan por qué Argentina está paralizada desde hace cuatro meses, precisamente, cuando todo el mundo la señala como un actor clave para dar respuestas a la crisis internacional de alimentos. ¿Cómo lo puede explicar?

——Es que no hay explicación. Hay que buscar en el campo de la psicología la causa que puede dar una justificación a lo que pasa acá, no hay respuestas en la lógica común. Pero no me corresponde a mí explicarlo, son ustedes los que deben bucear en su propia historia para encontrar las razones de este comportamiento sociopolítico. Y tienen que hacer algo, porque éste es un país bárbaro, y lo están desaprovechando. Es brutal lo que están haciendo. Están despilfarrando la Argentina y tuvieron esta pelea porque son ricos. Esa es la única explicación. La soja vale más de 500 dólares la tonelada, si tuviera el precio histórico promedio, que era menos de 250 dólares, y si lo mismo pasara con el maíz o con el trigo, ustedes estarían más pobres pero no tendrían tantos conflictos. Veo que se flagelan de esta manera, y me duele mucho, porque no puedo comprenderlos. Yo los quiero a los argentinos, pero me cuesta entenderlos.

—Muchos intelectuales o dirigentes extranjeros coinciden en que es difícil comprender a la Argentina, ¿por qué será?

—Porque es hija de su historia. Los países no arrancan hoy porque llegamos nosotros, sino que son una construcción de carácter histórico. Estamos hablando de un país que en la década del 30 tenía la mitad del Producto Bruto latinoamericana. La colectividad judía tuvo una discusión interna: si venir a la Argentina o ir a fundar Israel. Era una especie de tierra prometida, como la nueva Chicago. Era un ensueño, aquella Argentina de los teléfonos blancos de la época de Hugo del Carril. Así como Uruguay empezó a dejar de ser el país más equilibrado, Argentina tuvo que olvidarse de que era una eventual potencia. Y eso debe haber sido traumático para este país. No tengo dudas de que todavía hay ecos de eso.

—¿Esa es la causa que impide generar grandes consensos entre los argentinos?

—A mí me resulta difícil entender la brutalidad de las cosas que aquí se dicen, sin ningún reparo. Es algo que está muy metido adentro de esta sociedad. Una noche en Montevideo, me sorprendió ver las noticias que llegaban desde Buenos Aires cuando unos taxistas protestaban porque la municipalidad les había cambiado ciertas reglas. Y no se podía creer las declaraciones que hacían, era como que iban por la guerra esos tipos. Y no era para tanto, al fin y al cabo era una cuestión del tránsito, nada más. Pero así se juegan todo acá, me parece que es parte de esa manera que tienen de llevar las cosas. Daría la impresión de que es algo que va más allá de un sector, de una circunstancia, o de un determinado problema. Es como si fuera una cuestión social, casi napolitana. En cada uno de esos enfrentamientos, es como si estuvie ca-River, y para colmo, sin ningún árbitro en la cancha. Por momentos, parece que tienen la conducta de unos muchachos imberbes, como si fueran presa de una especie de irresponsabilidad juvenil. Y hablo de todos los sectores y de una serie de situaciones que se repiten en el tiempo.

—¿A cuáles se refiere?

—Al “que se vayan todos”, por ejemplo. Eso tampoco lo entendí, porque uno se preguntaba: “¿Si se van todos, después quién viene?”. Era de cajón que eso no tenía gollete. Nosotros tuvimos la misma crisis en 2001, y en lugar de empujarlo al gobierno le dimos una manito, tratamos de mantenerlo y que no se cayera, porque era un balurdo institucional de la gran flauta si no terminaba su mandato. Y aunque quedó todo rotoso, el Partido Colorado se mantuvo, llegamos a las elecciones, las ganamos nosotros y el país siguió.

—Pero la responsabilidad de la dirigencia uruguaya no fue la misma que la argentina en la crisis de 2001.

—Es cierto, yo no quiero decir que los nuestros son modelos. Porque allá también quisieron privatizar, pero no pudieron, los frenamos a tiempo, los enfrentamos con plebiscitos y no lograron vender todo, como sí lo hicieron acá. Pero, lo que estoy diciendo es que en la Argentina se observa una tendencia muy fuerte a los bandazos: primero un modelo neoliberal, después el no pago la deuda externa de un día para otro, y más tarde, váyanse todos. Uno queda medio turulato mirando todo eso.

—¿Esa “cuestión napolitana” también hizo que Argentina tuviera un conflicto tan absurdo con Uruguay?

—La verdad es que no tengo respuestas para eso. Me duele un montón, todos fuimos víctimas de una situación perversa. No fue el caso del presidente Tabaré Vázquez, pero muchos uruguayos sintieron que estaban siendo ninguneados porque, como somos chiquitos, algunos tienden a pasarnos por arriba. En la vida uno no se pone duro porque le guste, a veces no le dejan alternativas. Pero dicho esto, también quiero aclarar que tengo un profundo respeto por la gente que está en el Gobierno argentino, por lo que vivió y por el esfuerzo que hizo para sacar del pozo a este país. Ojalá que venga una etapa que cierre definitivamente todo lo que pasó, porque hubieron cosas que nos dolieron profundamente.

—¿Se refiere a los cortes sobre el puente de Fray Bentos?

—Los cortes fueron un agujero económico para Uruguay, nosotros vendemos menos de lo que compramos y sólo podemos superar ese rojo con los servicios, donde el turismo es fundamental. El cierre del puente nos afectó muchísimo.

—Fue muy curioso que el Gobierno argentino no cuestionara los cortes sobre el puente de Fray Bentos, pero que luego condenara los cortes del paro del campo. ¿Qué puede decir al respecto?

—No puedo decir nada de lo que pasa acá, eso es un problema de la soberanía de ustedes. Sí puedo decir que en mi pequeño país dejamos manifestar, hacer campamentos y entregar volantes al costado de la ruta, pero no permitimos cortar los caminos. El libre tránsito está en el conjunto de las libertades humanas. Yo espero que se encuentre alguna racionalidad sobre este tema.

—Botnia entró en funcionamiento en noviembre del año pasado y todavía no se hicieron denuncias serias de contaminación, ¿Argentina se equivocó?

—Yo puedo afirmar que el río ahora está mucho mejor, porque antes el agua servida de Fray Bentos iba directamente al río, en cambio, ahora es tratada por Botnia. Además, esa empresa va a exportar cerca de mil millones de dólares por año, y eso es una enormidad para Uruguay. La lucha por el medio ambiente es una causa noble, un problema permanente que tiene el hombre para desarrollar la industria respetando el ecosistema, pero acá se armó una bulla impresionante, se dijo cualquier cosa, parecía que iban a nacer chicos con dos cabezas, fue una exageración y hay gente que se equivocó. Es probable que muchos se hayan movido de buena fe, pero en general, en el mundo entero hay una tendencia a darles manija a las cosas que a uno lo asustan.

—El año que viene hay elecciones en Uruguay y en el Frente Amplio hay dos sectores que compiten por la candidatura presidencial: el suyo, y el del ministro de Economía, Danilo Astori, que entre otras cosas, promueve un mayor acercamiento con los Estados Unidos. ¿Cómo conviven esas visiones tan distintas en un mismo gobierno de izquierda?

—Es cierto que somos distintos, y que podemos tener opiniones diferentes, pero es ahí donde reside la fuerza. Representamos espacios sociopolíticos que no son iguales, pero tenemos que tener la grandeza de hacerlos convivir en el Frente Amplio.

—Usted es el político uruguayo que mejor mide en las encuestas, ¿quiere ser presidente?

—Mi único objetivo es que el Frente Amplio pueda encontrar una fórmula de consenso, porque si vamos juntos, podemos ganar el año que viene, en cambio, si nos dividimos, no podemos derrotar a la derecha.

—No me respondió.

—Yo me había preparado para retirarme por problemas de edad, la ancianidad es un proceso biológico y hay que aceptarlo. Había armado una fundación, quería hacer una escuela de oficios rurales en mi chacrita, pero en este momento no tengo más remedio que participar. De lo contrario, mi fuerza política entendería que estaría renunciando a mi responsabilidad.

—¿Se da cuenta de que sería el primer guerrillero sudamericano que llega al poder a través del voto?

—No hay que hacer filosofía sobre el poder. El poder es como una mina esquiva, parece que la tenés, pero se te escapa. El poder no está en el Palacio de Invierno. Yo quiero servir a mi país, y ésta es mi ultima batalla.