domingo, 7 de diciembre de 2008

Turbas inteligentes


MOISÉS NAÍM 07/12/2008

La estocada final se demoró 10 días. El Gobierno tailandés ya venía mal y pocos apostaban por su sobrevivencia. Formalmente, su caída fue producida por la decisión del Tribunal Constitucional de disolver tres de los partidos políticos que formaban la coalición gobernante, forzando así la renuncia del primer ministro. Pero lo que precipitó la situación fue el bloqueo de los dos principales aeropuertos del país durante 10 días por parte de una turba muy bien organizada.

El de Tailandia es sólo el más reciente ejemplo de una creciente tendencia mundial: el bloqueo de vías de comunicación por parte de una muchedumbre con el fin de forzar cambios políticos. Los bloqueos de calles y carreteras ayudaron a Evo Morales a llegar a la presidencia de Bolivia y a Joseph Estrada a perderla en las Filipinas. Los piqueteros argentinos, con su vocación de trancar avenidas, se han transformado en un factor permanente de la política de ese país, y el candidato presidencial mexicano Andrés Manuel López Obrador protestó por su derrota en las elecciones de 2006 bloqueando importantes arterias de la capital mexicana. En Ecuador y Perú tomaron las calles grupos indigenistas, mientras que en Tíbet y en Myanmar lo hicieron monjes budistas.

Las marchas, manifestaciones y protestas callejeras son tan antiguas como la política misma, así que el hecho de que una muchedumbre salga a la calle a promover el cambio político, protestar, apoyar a su gobierno o tratar de derrocarlo no tiene nada de nuevo. Lo que es nuevo e interesante son las formas de convocatoria, organización y coordinación en las que se apoyan estas manifestaciones callejeras y los grupos que en ellas participan.

Estrada, el ex presidente filipino, se quejó de que fue derrocado no por un golpe de Estado sino por lo que él llamó "un golpe de texto". Cientos de miles de personas, muchos de ellos jóvenes sin militancia política pero descontentos con su gobierno, se coordinaban entre sí a través de mensajes de texto enviados desde sus teléfonos móviles. Y los mensajes de texto como instrumento de coordinación política se han convertido en un fenómeno mundial. "Ven con camiseta blanca y manos pintadas de blanco a las 10 de la mañana", decía uno de los mensajes que se expandían como un virus entre los teléfonos móviles de los estudiantes venezolanos opuestos al Gobierno de Hugo Chávez. Y, en efecto, decenas de miles de jóvenes aparecían ese día con camisetas blancas y las manos pintadas de blanco, coordinando ágilmente sus movimientos por la ciudad a través de mensajes instantáneos. En abril del 2006, Gyanendra, el entonces rey de Nepal, ordenó la suspensión de todos los servicios de telefonía móvil ya que las agrupaciones anti-monárquicas estaban usando mensajes de texto para organizar las protestas que eventualmente terminaron derrocándolo.

Obviamente, estas nuevas tecnologías pueden ser usadas para potenciar viejas prácticas políticas. Los partidos políticos tradicionales, por ejemplo, han multiplicado sus capacidades organizativas gracias a estas formas de comunicación. En cierta forma, esto fue lo que pasó en los aeropuertos de Tailandia. Pero otra dimensión del fenómeno es que está facilitando la aparición de nuevos actores políticos que se rigen por códigos y reglas distintos de los de los partidos tradicionales. Son organizaciones menos estructuradas y verticales, donde las jerarquías no son rígidas y la autoridad está más descentralizada.

En Colombia, las marchas contra las FARC fueron convocadas con gran éxito en varias ciudades a través de Facebook. En México, una multitud sin precedentes marchó contra la escalada de la violencia criminal que azota ese país. En ambos casos, los organizadores no eran políticos tradicionales ni usaron los métodos usuales de convocatoria. Fueron ciudadanos comunes cuya influencia política se ve potenciada por la capacidad de crear y movilizar una turba inteligente a través de nuevas tecnologías.

Según el diccionario, turba es "una muchedumbre de gente confusa y desordenada". Evidentemente, las nuevas tecnologías hacen posible que las turbas ya no sean ni confusas ni desordenadas. Actúan con organización y propósito. Howard Rheingold, el padre de esta idea, enfatiza que una turba, por más inteligente que sea, no es ni buena ni mala, y que todo depende de sus fines.

La esperanza es que las mismas tecnologías que permiten el ascenso de las turbas inteligentes produzcan los anticuerpos que nos ayuden a mitigar la influencia de aquellas que usan sus capacidades para subvertir la democracia. Como sabemos, no todo bloqueo de carreteras o aeropuertos tiene fines nobles.

En cualquier caso, la realidad es que las turbas inteligentes han llegado para quedarse.

mnaim@elpais.es

domingo, 23 de noviembre de 2008

¡Bienvenidos a la neomodernidad!


La posmodernidad ha muerto. Con la crisis termina el culto al caos, el individualismo y lo identitario. Vuelve el Estado, el mejor gestor del orden, la seguridad y la estabilidad, así como de la igualdad y la protección social

FERNANDO VALLESPÍN 23/11/2008

Toda crisis, y ésta parece ser de las más profundas, introduce una importante cesura en el tiempo histórico. Nunca es un corte drástico, desde luego, siempre hay elementos de lo viejo que siguen perviviendo en lo nuevo. Pero sí sirven al menos para hablar de un antes y un después. Y creo que esto es lo que va a ocurrir con esta nueva crisis. La gran cuestión es si somos capaces de anticipar los rasgos básicos de la sociedad que viene, si podemos saber en qué se diferenciará de lo ya conocido. Tengo para mí que la sociedad del futuro inmediato abandonará algunos de los rasgos más conspicuos de eso que hemos venido calificando como posmodernidad para volver a muchos de los de la anterior fase moderna sin que ello signifique un pleno retorno a ella. Será una novedosa y curiosa síntesis de presupuestos modernos bajo las condiciones objetivas de una sociedad global y mucho más compleja, una neomodernidad. Especulemos.

El rasgo más marcado del cambio, ya lo estamos viendo, es el renovado protagonismo de la economía. Frente a la prioridad que en la anterior fase posmoderna acabó teniendo lo cultural -en un sentido lato-, se alza ahora lo económico como el factor central de la actividad humana. Por el momento, habrá que arrinconar tesis como la de Huntington, que creía ver en lo identitario-cultural la esencia del conflicto contemporáneo. Tanto en la dimensión política global como en la interna, los conflictos en torno a la distribución de los recursos pasarán al centro del interés y se postergarán los identitarios. La redistribución, la lucha contra la desigualdad, volverá a dominar el debate político después de haber sido durante décadas la gran cuestión olvidada. Regresarán los clásicos conflictos sociales con raíz de clase y es previsible imaginar una reverdecida presión para alcanzar una mayor equidad fiscal. ¿Cómo justificar ahora, por ejemplo, ante la nueva menesterosidad, el escapismo fiscal de que han venido disfrutando los más privilegiados? No deja de ser irónico que la elección de Obama, que representa un hito en las "luchas por el reconocimiento" posmodernas -de minorías étnicas en este caso-, acabe por significar la afirmación de políticas de igualdad frente a las de la "diferencia".

Valores como solidaridad, igualdad, autoridad, esfuerzo, responsabilidad, cotizarán al alza. Los clásicos valores densos de nuestra herencia moderna postergarán a los más ligeros -líquidos, en la jerga de Bauman- del "todo vale", la gratificación inmediata, el hiperconsumo, la autorrealización individual. No saldremos de eso que los sociólogos califican como "individualización", pero habrá una tendencia a moderar el individualismo y el privatismo radicalizado en aras de un mayor compromiso con los objetivos sociales generales. Todo ello en nombre del gran valor de la modernidad: el orden. Lo ambivalente, ambiguo, relativo, esos rasgos esenciales del pluralismo posmoderno, serán mirados con sospecha. Orden y seguridad, asociados a bien común y solidaridad, tienen garantizada buena prensa en momentos en los que acucia la necesidad y el miedo. El gran gestor del orden, la seguridad y la estabilidad, pero también de la protección social más general, ha sido siempre el Estado, el héroe de la modernidad clásica. Parece obvio que volverá a gozar de una renovada legitimidad. Un Estado al que seguramente se le exigirá mucho más de lo que está en condiciones de dar. Pero será el gran protagonista de los tiempos venideros.

A la vista del actual agotamiento de los procesos de integración regional y de la afirmación de los nuevos Estados emergentes, la política de la nueva sociedad global se sujetará más a la clásica pauta de la colaboración "inter-nacional" que a la gobernanza "transnacional" propiamente dicha. "Gobernanza entre Estados" y geopolítica clásica. Es un craso error en momentos en los que mandan las interdependencias y la solución de problemas pasa por poner en común importantes dimensiones de la soberanía (sovereignty pooling).

Ad intra el Estado garantizará también medidas que calmen la ansiedad ante la inmigración, más fronteras, mayores garantías de los intereses nacionales, menor predisposición a tolerar los mecanismos de autoorganización social. Vuelta al big government y a las certidumbres locales, a la tentación de reafirmar el egoísmo de país, la razón de Estado, el paternalismo burocratizado. Parece una demanda difícil de resistir si es reclamada por los ciudadanos y dentro de una competencia entre Estados por ver quién es capaz de resolver mejor sus problemas por sí mismo. Aunque, no nos equivoquemos, si emprendemos esta senda entraremos en una importante crisis de gobernabilidad. Necesitamos nuevos instrumentos políticos para resolver los acuciantes problemas sociales heredados.

Tanto la vuelta a los nuevos / antiguos valores densos como el protagonismo estatal ofrecerán una nueva oportunidad a las políticas de izquierdas. Habrán recuperado, por decirlo así, las palancas sobre las que se apoyaban para emprender reformas. Es hasta posible que los sindicatos recuperen una parte de su poder y prestigio perdido. Pero huérfanas de un claro sentido de la idea de progreso y en su énfasis por gestionar una política dirigida a evitar los grandes males -desempleo, pensiones, pérdida de competitividad- abandonarán gran parte de su dimensión utópica. Se tratará de izquierdas administradoras de la nueva escasez, un papel que ya hubieron de asumir en otros tiempos históricos. Sus programas los dictará más la conservación de lo ya alcanzado que lo que queda por conseguir; administrar las pérdidas más que anticipar las ganancias derivadas de emprender un nuevo camino.

Un liderazgo acertado podrá, en todo caso, aprovechar la ocasión para desprenderse de los modelos fracasados y reconducir el orden social hacia un nuevo contrato social, un pacto social-democrático de nuevo cuño que sea capaz de trasladar la parroquial política estatal hacia una más decidida política de colaboración sintonizada a las dos dimensiones ya imprescindibles: la esfera transnacional y la cooperación con la sociedad civil. La política del futuro deberá estar menos pendiente de la gestión directa que de la impulsión y galvanización de acuerdos, iniciativas, persuasión, movilización ciudadana. Y esto último parece absolutamente decisivo en unos momentos en los que el imprescindible retorno de la política sigue encontrando un inmenso escollo en la desconfianza que amplios sectores de la ciudadanía siguen sintiendo hacia lo político.

No es de excluir, sin embargo, una alternativa que recupere la esencia del ya conocido populismo de derechas, la tozuda vuelta al Estado de ley y orden alimentado por un nacionalismo revivido. Fronteras, xenofobia, reafirmación de las identidades nacionales. Sería la otra dimensión, mucho más siniestra, del conservacionismo rampante. Es un discurso que encuentra el terreno abonado en situaciones de crisis, sobre todo si es capaz de engarzarse con éxito a los nuevos temores y consigue dar con una fórmula retórica capaz de catalizar el descontento general.

Con todo, el triunfo de Obama nos ha ubicado ante una ruta más positiva. Y nos ha dado las claves para recordar que, a pesar de todo, hay una inmensa fuente de poder social creativo que puede ser movilizado políticamente si encontramos las claves necesarias para hacerlo realidad. En democracia no hay poderes que estén cristalizados de una vez por todas. El poder es energía social que fluye y que siempre podemos ser capaces de canalizar hacia aquellos fines que merezcan ser emprendidos. Hoy no podemos eludir una orientación realista que, pragmáticamente, tome en consideración lo dado. Pero el nuevo pensamiento único de la rígida defensa de lo que existe no será capaz siquiera de satisfacer este objetivo si se aferra a las viejas certidumbres y a los antiguos instrumentos de acción política. Se echa en falta imaginación, liderazgo y un claro proyecto de futuro. Menos "conservacionismo" y más sentido del progreso.

Lo decisivo de esta vuelta a la modernidad que se atisba en el horizonte es el contenido de que vayamos a dotar a lo nuevo de la neomodernidad, la forma en la que seamos capaces de extraer las consecuencias oportunas de la experiencia histórica y la aprovechemos para innovar social y políticamente. Si se recupera la política el futuro estará siempre abierto.

lunes, 17 de noviembre de 2008

La hora de la socialdemocracia


ANTONIO ESTELLA 17/11/2008

Esta crisis mundial ya ha tenido efectos que van mucho más allá del terreno económico. En el fondo, lo que ha puesto de manifiesto es que estamos ante un cambio de paradigma, ante todo un cambio de modelo ideológico. La crisis no sólo ha puesto en cuestión el neoliberalismo, sino también su compañero, el neoconservadurismo. Pero al hundimiento del paradigma neoliberal y neoconservador no le ha sucedido, todavía al menos, el surgimiento de un nuevo modelo que sirva de marco de referencia para poder mirar hacia el futuro con algo más de seguridad.

Sin embargo, antes de dejarnos llevar por el miedo al horror vacui, quizá deberíamos plantearnos la situación actual como lo que creo que en realidad es: una gran oportunidad para la emergencia de un nuevo consenso planetario de tipo socialdemócrata. Ahí cabría encajar, entre otras cosas, la presencia española en la cumbre de Washington del pasado fin de semana, junto a países gobernados por el centroizquierda como Reino Unido y Brasil.

Se abre una ventana de oportunidad para que la socialdemocracia dé un paso hacia adelante y asuma el desafío de ofrecer un nuevo eje alrededor del cual hacer girar la actuación futura de los actores políticos en este todavía incipiente siglo XXI. Existe material suficiente para afrontar ese reto: no faltan excelentes pensadores en la órbita de la socialdemocracia, ni tampoco excelentes ideas. Lo que probablemente falta es introducir un poco de orden en el debate en curso, fijar prioridades, analizar cómo las ideas pueden traspasar la siempre espesa frontera del mundo académico y científico para llegar a la "plaza pública", de tal manera que los ciudadanos se carguen de argumentos cuando quieran defender visiones próximas al paradigma de la socialdemocracia.

Es decir, a la socialdemocracia le falta hacer aquello que tan bien ha hecho el neoliberalismo hasta la fecha, aunque sin olvidar que una de sus fallas más importantes ha sido su inusitada tendencia a vender humo. No se trata por tanto de crear imagen, al menos no solamente; se trata de dar contenido y luego ver cómo se puede traducir ese contenido en un lenguaje fácilmente accesible para todos. Al menos en este caso, el orden de los factores sí que altera el producto. La primera recomendación sería no empezar la casa por el tejado.

Yendo a los contenidos, habría que empezar, precisamente, por revisar las ideas socialdemócratas en relación con las virtudes del mercado. Lo que estamos viendo en los últimos meses muestra, más que demuestra, que quizá la socialdemocracia haya "arrojado al bebé junto con el agua de la bañera", por emplear la gráfica expresión inglesa, al haber renunciado a algunos de los postulados originales de su ideología, abrazando, conmás intensidad quizá de la debida, al mercado.

El abrazo al que me refiero tiene además fecha de inicio: noviembre de 1989, año en el que cae el Muro de Berlín. En ese momento deja de estar de moda que la socialdemocracia hable de intervención de los mercados. De golpe y porrazo, lo antiguo era ser intervencionista, lo moderno era el mercado. El mercado se convierte en una especie de mantra budista para la socialdemocracia, tan ocupada como estaba por evitar ser tachada de rancia y anticuada. Pero es probable que en ese proceso haya acabado siendo más papista que el propio papa. Afrontémoslo con valentía: en determinados ámbitos económicos (subrayo para que se me entienda bien: en determinados ámbitos económicos) no basta con regular y supervisar la acción de los agentes económicos. En algunos sectores, es la participación directa del Estado lo único que puede dar una mayor dosis de seguridad de que se atenderá al interés general. Cuando el Estado deja de ser protagonista directo de la actividad económica, y se convierte en un mero espectador, pierde información sobre lo que está ocurriendo en el mercado, así como capacidad de corrección de sus fallos. Es esa implicación en determinados ámbitos económicos lo que puede dar herramientas para equilibrar los problemas de asimetría de información y de capacidad de actuación, lo que puede en definitiva dar mayores garantías (nunca plena seguridad) de que las cosas se harán como deben hacerse.

El segundo reto es volver a situar el principio de igualdad en el mismo corazón de la socialdemocracia, en sus valores, y en su discurso político. Creo que la forma en la que a veces se ha resuelto la tensión existente entre igualdad y libertad no ha sido la más adecuada. El "soy socialista a fuer de liberal" de Indalecio Prieto parece haberse interpretado por algunos en el sentido de que el principio de igualdad funciona fundamentalmente como instrumento para alcanzar el verdadero fin de la socialdemocracia, que es conseguir mayores cotas de libertad. Sin embargo, la igualdad no puede ser siempre y únicamente una herramienta al servicio de otros valores superiores, y en particular de la libertad. Es en muchas ocasiones un fin en sí mismo, un digno objetivo a alcanzar per se y en nombre de la socialdemocracia. Lo es, también, en un sentido económico. Porque de igual manera que nos parece legítimo repartir por igual los costes de una crisis económica, nos debería parecer legítimo repartir de forma mucho más igualitaria sus beneficios, y para ello los ciudadanos tendrían que poder participar, en pie de igualdad, en la toma de decisiones económicas que pueden ser trascendentales para sus vidas.

El tercer eje sobre el que debería reflexionarse es cómo abordar el problema del pragmatismo. Estoy persuadido de que se presta un flaco servicio a la socialdemocracia cuando se dice aquello de "no soy un dogmático de mi ideología, soy un pragmático". Evidentemente, no hay que ser dogmático, pero tampoco avergonzarse de tener una determinada visión democrática del mundo. Y la socialdemocracia gana la batalla cuando es capaz de situarse en el plano de los valores. Esto, que parece un mero eslogan político, tiene su explicación. Como recuerda Barack Obama en La Audacia de la Esperanza, cuando nos volvemos pragmáticos dejamos de argumentar; cuando dejamos de argumentar, nos volvemos perezosos, y cuando nos volvemos perezosos, somos incapaces de ofrecer respuestas a los desafíos que vienen desde otros paradigmas valorativos o ideológicos. Lo hemos visto en la revisión de los consensos básicos a la que nos ha sometido la derecha neoconservadora en buena parte del mundo, por ejemplo en España y Estados Unidos. Como la socialdemocracia ha dejado de pensar, de argumentar y de elaborar a partir de sus propios valores, como se ha vuelto "pragmática", ha tenido dificultades para encontrar respuestas adecuadas a los desafíos de nuestro tiempo. Quizá haya llegado el momento de ponerse a ello.

martes, 7 de octubre de 2008

El retorno de la incertidumbre


DANIEL INNERARITY 07/10/2008

Anda ahora casi todo el mundo, con motivo de la crisis financiera, celebrando que tenía razón, pero muy pocos advierten que lo que se ha acabado es precisamente eso: el arte de tener siempre razón. Si estuviéramos ante el final del neoliberalismo y el retorno de las certezas socialdemócratas, tal vez nos sintiéramos más aliviados pero no habríamos entendido que lo que se acaba es otra cosa: una determinada concepción de nuestro saber acerca de la realidad social y de nuestra capacidad de decidir sobre ella. La vieja alianza del saber y el poder debe replantearse de nuevo en la era de la incertidumbre reconocida y gestionada. Seguiremos sabiendo muchas cosas y nos gobernaremos mejor, pero ambas cosas sólo serán posibles si hacemos una buena política, democráticamente legitimada, a partir de nuestro desconocimiento.

Mientras estuvo vigente el modelo de la certeza, el mundo estaba configurado por decisiones soberanas que se adoptaban sobre la base de un saber asegurado. Ahora nos toca acostumbrarnos a la inestabilidad y la incertidumbre, tanto en lo que hace referencia a las predicciones de los economistas, el comportamiento del mercado o el ejercicio de los liderazgos políticos. Nuestro principal desafío es la gobernanza del riesgo, que no es la renuncia a regularlo ni la ilusión de que pudiéramos eliminarlo completamente.

La sociedad del conocimiento ha efectuado una radical transformación de la idea de saber, hasta el punto de que cabría denominarla con propiedad la sociedad del desconocimiento, es decir, una sociedad que es cada vez más consciente de su no-saber y que progresa, más que aumentando sus conocimientos, aprendiendo a gestionar el desconocimiento en sus diversas manifestaciones: inseguridad, verosimilitud, riesgo e incertidumbre. Hay incertidumbre en cuanto a los riesgos y las consecuencias de nuestras decisiones, pero también una incertidumbre normativa y de legitimidad. Aparecen nuevas y diversas formas de ignorancia que no tienen que ver con lo todavía no conocido sino también con lo que no puede conocerse. No es verdad que para cada problema que surja estemos en condiciones de generar el saber correspondiente. Muchas veces el saber de qué se dispone tiene una mínima parte apoyada en hechos seguros y otra en hipótesis, presentimientos o indicios.

Este retorno de la inseguridad no significa que las sociedades contemporáneas dependan menos de la ciencia, sino todo lo contrario. Lo que ocurre es que han cambiado los problemas y, por tanto, el tipo de saber que se requiere. En muchos ámbitos -como, por ejemplo, la regula

-ción de los mercados o el cambio climático- ha de recurrirse a teorías que manejan modelos de verosimilitud pero ninguna previsión exacta en el largo plazo. En las más graves cuestiones nos enfrentamos a riesgos en relación con los cuales la ciencia no proporciona ninguna fórmula de solución segura. La ciencia no está en condiciones de liberar a la política de la responsabilidad de tener que decidir bajo condiciones de inseguridad. Probablemente lo que está detrás de la erosión de la autoridad de los Estados y la crisis de la política sea este proceso de fragilización y pluralización del saber, y no conseguiremos recuperar su capacidad configuradora mientras no acertemos a articular nuevamente el poder con las nuevas formas de saber.

El modelo de saber que hasta ahora hemos manejado era ingenuamente acumulativo; se suponía que el nuevo saber se añade al anterior sin problematizarlo, haciendo así que retroceda progresivamente el espacio de lo desconocido y aumentando la calculabilidad del mundo. Pero esto ya no es así. De manera que este no-saber no es un problema de falta provisional de información, sino que, con el avance del conocimiento y precisamente en virtud de ese crecimiento aumenta de manera más que proporcional el no-saber (acerca de las consecuencias, alcances, límites y fiabilidad del saber). Si en otras épocas los métodos dominantes para combatir la ignorancia consistían en eliminarla, los planteamientos actuales asumen que hay una dimensión irreductible en la ignorancia, por lo que debemos entenderla, tolerarla e incluso servirnos de ella y considerarla un recurso. La sociedad del conocimiento se puede caracterizar precisamente como una sociedad que ha de aprender a gestionar ese desconocimiento

Éste es el verdadero terreno de batalla social: quién sabe y quién no, cómo se reconoce o impugna el saber y el no saber. Si nos fijamos bien, de hecho, las confrontaciones políticas más importantes son valoraciones distintas del no-saber o de la inseguridad del saber: en la sociedad compiten diferentes valoraciones del miedo, la esperanza, la ilusión, las expectativas, la confianza, las crisis (¿es esto realmente una crisis?, nos preguntábamos hace muy poco), que no tienen un correlato objetivo indiscutible. Como efecto de esta polémica, se focalizan aquellas dimensiones de no-saber que acompaña al desarrollo de la ciencia: sobre sus consecuencias desconocidas, las cuestiones que deja sin resolver, sobre las limitaciones de su ámbito de validez...

Esa "politización del no-saber" se hizo patente, por ejemplo, en el marco de las controversias acerca de la política tecnológica a partir de los años 70. No es sólo que cada vez hubiera más conciencia de esa relevancia de lo desconocido, sino que esa percepción y su valoración correspondiente cada vez eran más dispares. Lo que para unos era fundamentalmente motivo de temor, despertaba en otros unas expectativas prometedoras. Los miedos y las inquietudes presentes en buena parte de la opinión pública no son plenamente infundados, como acostumbran a suponer los defensores de una tecnología de riesgo cero. Tras el rechazo social de algunas opciones técnicas hay con frecuencia una percepción de determinadas ignorancias o incertidumbres que la ciencia y la técnica deberían reconocer. En éste y en otros conflictos similares lo que chocan son percepciones divergentes e incluso enfrentadas del no-saber.

A partir de ahora nuestros grandes dilemas van a girar en torno a cómo decidir bajo condiciones de incertidumbre. ¿Qué ignorancia hemos de considerar como relevante y cuánta podemos no atender como inofensiva? ¿Qué equilibrio entre control y azar es tolerable desde el punto de vista de la responsabilidad? Lo que no se sabe, ¿es una carta libre para actuar o, por el contrario, una advertencia de que deben tomarse las máximas precauciones?

La decepción de los políticos de que no les proporcionan consejos claros y seguros se corresponde con la decepción de los científicos de que frecuentemente su consejo no es escuchado. El gran dilema de las actuales democracias estriba en que han de adoptar las decisiones teniendo en cuenta el saber científico disponible y, al mismo tiempo, esas decisiones tienen que estar legitimadas democráticamente. Y para enfrentarse correctamente a ese dilema lo primero que han de saber es que se trata de dos cuestiones distintas. Pese a todas las esperanzas de que el asesoramiento científico alivie el peso de la responsabilidad política, la ciencia sigue siendo ciencia y la política, política.

En todo caso, cuando se trata de pensar las relaciones entre saber y poder, conviene tener en cuenta que ni uno sabe tanto ni otro puede tanto. Ambos pueden consolarse mutuamente de haber perdido sus antiguos privilegios y compartir la misma incertidumbre, bajo la forma de perplejidad teórica en un caso y como vértigo ante la contingencia de la decisión en otro. ¿Qué privilegio ha perdido el poder? La prerrogativa de no tener que aprender y dedicarse simplemente a mandar. ¿Y cuál es el que ha perdido el saber? Pues ha perdido aquella seguridad y evidencia que le permitía prescindir de toda exigencia de legitimación; ahora es más visible su inexactitud social. De ahí que el problema ya no sea cómo compaginar un saber seguro con un poder soberano, sino cómo articularlos para compensar las debilidades de uno y de otro en orden a combatir juntos la creciente complejidad del mundo.


© Diario EL PAÍS S.L.

martes, 30 de septiembre de 2008

La seriedad del humor



JORGE EDWARDS 30/09/2008
La virtud central del capitalismo clásico era el trabajo. Marx partió de ahí, de esa noción burguesa esencial, para elaborar sus ideas sobre el materialismo dialéctico y el socialismo. El capitalismo moderno estaba relacionado con la revolución protestante, con el calvinismo, con una ética del rigor, del esfuerzo. Hay que leer a los clásicos, desde Adam Smith hasta Max Weber. Y entender a Carlos Marx y a Federico Engels. Pero tengo la impresión de que los teóricos de la economía actual se olvidaron de los autores fundamentales, de los maestros, de los grandes precursores. El valor del trabajo se degradó y se convirtió en el de la especulación, de las burbujas financieras, de la riqueza fácil. He leído y recordado en estos días algunas páginas de humor sobre la crisis de 1929, además de algunas anécdotas reveladoras. Groucho Marx, que no pertenece a la misma familia que Carlos Marx, describe en sus memorias una época en que las acciones de Wall Street, todos los valores bursátiles, subían todos los días. Todo el mundo quería comprar en la Bolsa, y él mismo Groucho fue contagiado por la fiebre especulativa. Cerraba los ojos, ponía un dedo en algún lugar de la lista, compraba la acción respectiva y ganaba. Todos ganaban y compraban como locos. Groucho no sabía, hasta ese momento, que se podía vivir en el lujo, en la opulencia, en la extravagancia, sin trabajar, pero había comenzado a saberlo. Hasta que un día cualquiera, un inversionista cualquiera, un poco preocupado, dominado por un soplo vago de incertidumbre, hizo cálculos y resolvió vender. Otra persona se contagió con su pesimismo, o al menos con su vacilación, con su incertidumbre, y también puso sus acciones en venta. Hasta que la Bolsa de Wall Street, un buen día, o un día negro, para decirlo de un modo más preciso, se derrumbó en forma estrepitosa.

Los economistas nos hablan en difícil, pero Groucho Marx es tanto o más certero que ellos. Porque Groucho nos habla de la crisis desde adentro, como persona que participaba en el delirio colectivo y que de repente, de un día para otro, perdió hasta la camisa. Hemos vivido rodeados de gurús, de magos de las finanzas, de poseedores de ciencias infusas, de ricos repentinos y que se han reído de los valores tradicionales, y de pronto se han caído al suelo como sacos de papas o de patatas. Me parece que la explicación de un humorista, aunque no tenga terminachos, aunque huya de la jerga técnica, es mejor que muchas otras. Una vez, hace ya largos años, di una conferencia en algún recinto madrileño o de las Islas Canarias, ya no me acuerdo con exactitud, y conseguí que la audiencia se riera a carcajadas. Al final de la charla se me acercó el escritor y ensayista Juan Marichal, marido de Soledad, Solita, Salinas, hija del gran poeta Pedro Salinas, y me dijo las siguientes palabras textuales: "Es que la gente no se ha dado cuenta de que el humor es una cosa muy seria".

Leí hace poco una anécdota de Kennedy el mayor, el padre de los hermanos Kennedy. En vísperas de la crisis, Kennedy el mayor po-

seía una cantidad importante de acciones de Wall Street. Una mañana se dirigió a los recintos de la Bolsa y se detuvo en una esquina, en la mitad de su camino, para lustrarse los zapatos. El lustrabotas, mientras le pasaba cera y le sacaba lustre, le hacía comentarios sobre sus propias compras en la Bolsa y sobre las alzas que habían obtenido los títulos suyos. Kennedy el mayor, con sus zapatos relucientes, se dirigió de inmediato a la oficina de sus corredores y les ordenó que vendieran todo. Si hasta los lustrabotas compraban acciones, algo estaba podrido en el Reino de Dinamarca. Vendió todo, y esa decisión de vender a tiempo fue uno de los pilares más sólidos de su futura fortuna. Pero el problema, claro está, consiste en vender a tiempo, y en comprar a tiempo. Parece fácil, pero no lo es tanto. El capitalismo especulativo es uno de los grandes vicios del mundo moderno (para citar al poeta Nicanor Parra). Y el otro, el de los calvinistas, el de los artesanos hugonotes, el de los banqueros de la Comedia Humana de Honorato de Balzac, pertenece a un pasado remoto, anacrónico, desaparecido.

Lula, el presidente brasileño, nos habló en la Asamblea General de las Naciones Unidas de fiebre especulativa, y Michelle Bachelet, en tonos acusatorios, recurrió a los conceptos de codicia y desidia. Fueron nociones éticas, severas, esgrimidas en la mayor tribuna internacional. Pero el problema de gobernar consiste en conocer la naturaleza humana y actuar para controlarla, encauzarla, llevarla por caminos decentes, de solidaridad, de justicia, de progreso auténtico. Porque si usted coloca a un gato en una carnicería, no puede pedirle que se abstenga de comer la carne. Es necesario, en consecuencia, conocer la naturaleza de los seres humanos, y la naturaleza de los gatos. En mis años de formación, el héroe de la economía moderna, a lo largo y lo ancho del mundo capitalista, era John Maynard Keynes. Parecía que Keynes había sacado al capitalismo de su etapa salvaje, descontrolada, primitiva, y lo había canalizado, moderado, humanizado. En resumidas cuentas, si la crisis derivaba de un estado anterior de libertinaje, los keynesianos aplicaban medidas para salvar en definitiva, en sus componentes básicos, el sistema. Era otra versión de lo que proponía el Príncipe de Salina en El Gatopardo: cambiar para que todo siga igual. Es lo que sostiene ahora el Gobierno de Washington, pero lo sostiene tarde, con voz alterada y sofocada, con manotazos de ahogado. No hacer nada, dice, es lo peor y lo más peligroso que podemos hacer. Y lo dice mientras hace esfuerzos desesperados para tapar los hoyos, los feroces agujeros financieros, inmobiliarios, hipotecarios, con el dinero de los contribuyentes.

Lo que ocurre es que lo más abstracto del mundo, lo más enigmático del mundo, son las altas finanzas. Se barajan cifras en un tablero electrónico, se hacen fortunas y se deshacen en cuestión de horas, pero, ¿dónde están los respaldos, el oro, el dinero efectivo? Muchas veces, casi siempre, no están en ninguna parte. En la Comedia Humana, para volver a Balzac, hay dos especies de personajes: los avaros, los que atesoran riquezas lenta y trabajosamente, los Primos Pons, que guardan una fortuna en muebles, en cristalerías y porcelanas, en cuadros, en luises de oro, debajo de los colchones, en espacios de pocos metros cuadrados, y los barones del primer imperio, los Nuncingen, que especulan y manejan valores puramente abstractos, y que anuncian algunos de los rasgos del capitalismo de este siglo XXI. Algunos comentan, con visible entusiasmo, con acentos triunfalistas, que los fanáticos del neoliberalismo quedaron en evidencia. Quizá sea verdad. Pero tiendo a ver las cosas de otro modo. Toda la economía, en casi todas partes, en Occidente, pero también en China, en Rusia, en la India, había entrado en una forma de delirio, en una fiebre que iba en aumento y que nos contagiaba a todos. Y de repente, por la fuerza de los hechos, por obra de las circunstancias, hemos despertado y nos hemos tenido que restregar los ojos. ¡Adiós, sombras fugaces!, hemos exclamado, como los personajes del drama clásico. Despertamos, aterrizamos en la realidad, y la fuerza, el drama de la experiencia viva y reciente, nos marea y nos perturba. En Chile, dice alguien, estamos más preparados que antes, que en 1982 y en 1929, para resistir la crisis. Más preparados hasta cierto punto, y siempre que las cosas no lleguen a mayores. Pero lo más probable es que no se salve nadie, y que no consigamos, tampoco, al final del tormentoso recorrido, aprender nada.

viernes, 26 de septiembre de 2008

La ley de la calle 13


JAUME RODRÍGUEZ 26/09/2008
El reggaeton es el estilo más vituperado del mundo. Vende millones de discos pero se considera retrógrado y machista. Dos hermanastros de Puerto Rico, Calle 13, se han empeñado en dotarle de dignidad y conciencia. Publican su tercer álbum: Los de atrás vienen conmigo. Más claro, imposible.

CALLE 13 quema suela a una velocidad de vértigo: gracias a las ventas millonarias de sus dos discos son solicitados por Alejandro Sanz o Nelly Furtado. El segundo, Residente o visitante, destronó a Jennifer López de lo más alto de la lista latina de Billboard, entró en lo mejor de 2007 para The New York Times y logró varios grammys latinos por mencionar algunos de sus precoces logros.

Fue en la ceremonia de estos premios, interpretando una de sus canciones junto a un grupo de indios araucos venidos desde Colombia, cuando iluminaron el rostro de su ídolo Rubén Blades. Una gran noche para Eduardo José Cabra Martínez y su hermanastro René Pérez Joglar, dos puertorriqueños de 30 años. Ahí fue cuando el mito panameño accedió a rapear en La perla, uno de los temas del inminente Los de atrás vienen conmigo. Tercera etapa de un camino sin fin a la vista que, nuevamente, recorren junto a una imprevisible lista de colaboradores. Un nuevo disco que traspasa definitivamente las fronteras del reggaeton. La cumbia y el hip-hop siguen presentes, pero ahora cambian el tango que capitalizó parte de Residente o visitante por una paleta de sonidos más amplia. Siguen expandiendo su punto de mira panamericano por todo el globo. Y con la misión de siempre: descubrir su país al mundo y descubrir el mundo a su país.

Llegaron ayer a Madrid de Puerto Rico y aún no han parado de dar entrevistas para presentar Los de atrás vienen conmigo. Eduardo devora una milanesa de pollo en un elegante restaurante italiano de Madrid mientras el jet lag le devora a él. Quien tira de reservas para, una vez más, llevar la voz cantante es su hermanastro René, licenciado en Arte por cuya cabeza transitan los cuadros de Bacon, el cine de Medem y Lynch o los libros de Chomsky y compañero sentimental de la ex Miss Universo Denise Quiñones.

Llama la atención la colección de tatuajes que lleva en sus gimnásticos brazos. En el derecho, por citar alguno, un cuadro anónimo de Basquiat y una figura femenina de Matisse. En el otro, los nombres de sus siete hermanos y, presidiendo, el rostro de su madre, la actriz de teatro Flor Joglar. "Eso en Puerto Rico no significa nada. Ahora trabaja en un hospital, de recepcionista", dice sacando pecho por su familia. "Me llena de orgullo. Nos criamos todos juntos, incluso comíamos en una mesa redonda para que supuestamente fluyera la energía. A los dos nos critican bastante, pero nos ayudan mucho a mantener los pies en el suelo".

Y si en lo musical vuelven a dar un paso adelante, las letras no podían ser menos. Con Atréve-te-te, el gran éxito hasta la fecha del dúo boricua, demostraron cómo despertar conciencias desde la pista de baile. Hedonismo y compromiso siguen conviviendo sin chirriar gracias a la retórica inventiva de René, En el universo actual de Calle 13 habitan cuentos para niños de 40 años a lo Tim Burton, ráfagas verbales contra el latino que reniega de su identidad y sólo ansía ser gringo. Fiestas de locos en las que encontramos curas pedófilos y "un anciano corriendo en bicicleta en calzoncillos con viagra en los bolsillos".

Y política. Ya habían hecho denuncia frontal como la de Querido FBI, una canción lanzada a las 30 horas de la muerte a manos de esa agencia de Filiberto Ojeda Ríos, el puertorriqueño más buscado por el Gobierno Federal de Estados Unidos, un anciano que fue trompetista y terminó siendo líder del Ejército Popular Boricua. O Tributo a la policía tras la muerte el año pasado del mejor amigo de René. "Me molesta la gente de mi país que es indiferente, que le da igual cualquier cosa", dice su autor. "La mayoría no quiere ser independiente. Yo hablo de eso y me convierto en comunista".

Un discurso que desde fuera cuesta imaginar en boca de alguien que vive en la burbuja del éxito masivo: "Estando donde estamos, la cuestión de los que vienen de atrás se nota todavía más. Antes no era tan consciente, quizás porque estaba bien metido ahí. Pero ahora, cada vez que voy a Estados Unidos, me doy cuenta de quiénes son los que limpian el piso de los hoteles y las cocinas de los restaurantes. Yo no estoy barriendo un edificio para ganarme la vida ¿entiendes?, pero sí lo veo. Es como observar una pintura de cerca o hacerlo de lejos: vas a apreciar lo mismo, pero de diferente manera" René, el aludido, quiere disparar la duda:

Es el proceso de enriquecimiento de dos personas que siguen chupando de todas las fuentes: "Este último año y medio no hemos parado de viajar. Y eso se nota. De nuestro paso por un festival en Nueva Orleans nos quedamos con el dixieland de Ven y critícame. Los ritmos ochenteros de Electro movimiento tienen que ver con nuestras visitas a Miami. También está la cumbia villera, fuimos mucho a Argentina. Y a Uruguay, por eso lo del candombe en el tema de Rubén", resume Eduardo. Pero como reconocen ambos, la gran novedad es la inclusión de los ritmos balcánicos: "Nunca hemos estado ahí, eso tiene que ver con Kusturika. Yo le conocía por su música y por la película Underground, pero luego vi un concierto que dio en Buenos Aires y aluciné. Me interesaba coger esa música, meterle un rap chévere y hacer una onda así medio teatral", dice René. Y, como siempre, con un ejército de amigos, admiradores y colaboradores: Si en el anterior se rodearon de La Mala Rodríguez, Orishas o el oscarizado Gustavo Santaolalla, ahora, además del gran Rubén Blades, encontramos a Café Tacuba y casi al mismísimo Juanes, "ésa al final se cayó. Política, líos de poder, burocracia de disquera, boberías que no deberían afectar", se lamenta René. "Pero él es un tío superfácil, buen músico, no le costó adaptarse a nuestra onda. Era un tema bailón, como una samba hecha con 30 músicos argentinos y una guitarra a lo Fela Kuti. No sé, quizás salga en un futuro".

Son las cuatro de la tarde. René apura un tiramisú y el vaso de leche que ha pedido para relajarse. A Eduardo y a él "sólo" les quedan unas entrevistas para la televisión, otra más de prensa y una última dentro de la furgoneta que les llevará al aeropuerto de Barajas. Y de ahí, rumbo a Barcelona. El mismo sitio al que en 2003 llegó René para estudiar cine atraído por su novia de entonces y que dejó. "Llevaba tiempo escribiendo rap y tenía en mente un proyecto en plan urbano para hacer en Puerto Rico". En la Ciudad Condal más entrevistas, un concierto por la noche y a la mañana siguiente de vuelta a casa para coger aire antes de empezar un nuevo periplo entre periodistas por México, Argentina y el resto del continente americano.

Menos abiertos son a la hora de dejarse vestir por los estilistas. Un par de horas antes, a poco de empezar la sesión de fotos que ves en estas páginas, le proponen a Eduardo un modelo en base a una bata y unos shorts muy shorts de cuadros escoceses. Y a René, un plumas de camuflaje militar a juego con otros pantalones cortos. No. "Somos bien difíciles", comenta René sonrojado mientras Eduardo, soñoliento en un sofá, le recuerda con sorna que no lleva las piernas depiladas. "Las giras de promoción son lo peor de mi trabajo", confiesa su hermano.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Con el jazz no se meta


Martín Caparrós24.09.2008

Me gusta que la Presidenta explique en su reunión de jefes de Estado que el Mercado solito no puede arreglar todo y que el Estado también debe intervenir. Ya lo decíamos cuando ella y su marido gobernaban menemistas y vendían el petróleo nacional, pero me alegra que ahora se haya dado cuenta o, por lo menos, que lo diga. Me gustaría más, claro, si usara menos dinero de Su Estado para pagarle al FMI, al Club de París y a los ahorristas italianos, y un poco más para que en la Argentina funcionen escuelas y hospitales, pero ya me explicaron intelectuales varios que este gobierno es el mejor de los peores y que esto es lo que hay y que lo disfrutemos.

Así que nada, un placer escucharla dar lecciones en la ONU y, de últimas, si quiere joder a millones de argentinos, su derecho: los argentinos son grandes y supongo que saben defenderse. En cambio lo que no puedo soportar es que se meta con el jazz.

¿Qué es ese invento del “efecto jazz”, señora mandataria, para bautizar la crisis de la economía más central y dominante del planeta? No subrayemos que ahora usted dice que la crisis de Wall Street “se expande desde el centro hacia el resto del mundo” cuando, hace unos días, todavía entre nosotros, decía que esa crisis no nos iba a tocar.

Son contradicciones menores, las habituales, del estilo a los bonistas no les vamos a pagar nunca –hasta hace unas semanas–, y ahora les pagamos. El tema no es ése; son detalles sin importancia. Pero, en cambio, el jazz: con el jazz no se meta, su excelencia.

¿Usted sabe, señora mandataria, qué es el jazz? ¿Usted tiene por ventura alguna idea sobre la música más negra de un país donde los negros que la inventaron no podían subirse al colectivo o comer en los restoranes o estudiar en las escuelas de los blancos? ¿Usted sabe que estuvo prohibida en cantidad de lugares, perseguida en cantidad de lugares, hasta que empezó a ser aceptada y que, de todos modos, siguió siendo un arte marginal? ¿Usted sabe que nunca fue un buen negocio, que subsiste por pura tozudez de sus cultores? ¿Usted sabe que muchos de sus grandes fueron pobres, drogones, izquierdistas? ¿Que muchos de sus mejores tuvieron que dejar su país para seguir viviendo de su música? ¿Usted se da cuenta de la injusticia que ha cometido al asociar esa música de ex esclavos con lo más despiadado del sistema capitalista americano? ¿Usted no cree que las palabras significan y que uno debe saber qué está diciendo? ¿Usted sigue creyendo, muy señora mía, que puede decir cualquier verdura? Sí, claro, está visto que puede: cite a Marx al revés, báñese en la laguna equivocada, insista en que redistribuye, dibuje, invente, siga usando la lógica del redactor publicitario –una fórmula vale más que media idea–, pero no se meta con el jazz. Sí, le puede parecer una tontería. Y es una tontería. Su función no le asegura el monopolio: a mí también me gusta, cuando puedo, decir tonterías.

PD: así que, ya que estamos, podríamos hacer un casting de nombres para la crisis financiera americana. Ofrezco un par para empezar: efecto marine –por su fuerza de choque planetaria–, efecto hamburguesa –porque nos hicieron carne picada y les cayó espantoso–, efecto cocacola –porque nos vendieron pura burbuja–. Son horribles. Si alguien quiere mandar alguno bueno, Criticadigital los espera bañadita.

martes, 16 de septiembre de 2008

El ciberactivismo, la nueva revolución de la militancia política

Internet y los celulares son sus armas


Por Adriana M. Riva
De la Redacción de LA NACION

Hasta el pasado 4 de enero, la participación política de Oscar Morales se había limitado a votar. Pero ese día, este colombiano de 33 años se convirtió, en un abrir y cerrar de ojos, en el promotor de una de las marchas mundiales más exitosas contra las Fuerzas Revolucionarias Armadas de Colombia (FARC).

Su iniciativa, con la que "sólo pretendía juntar firmas", fue incluir en el sitio Facebook la campaña Un Millón de Voces contra las FARC. La propuesta, sin embargo, superó con creces sus expectativas y, un mes más tarde, terminó movilizando a más de cuatro millones de colombianos en el país y en otras 130 ciudades del mundo para repudiar al grupo guerrillero.

Este fue, sin duda, uno de los casos más paradigmáticos de un fenómeno que crece día tras día en el mundo entero y que gana cada vez más adeptos: el ciberactivismo, el flamante modelo de militancia del siglo XXI.

"Se trata de una nueva forma de activismo social, que reformula el ejercicio del poder a partir del uso de nuevas tecnologías."

Así define el especialista español en redes David de Ugarte esta nueva movida de participación política en su libro El poder de las redes .

"El ciberactivismo -escribe Ugarte- puede ser definido como toda estrategia que persigue el cambio en la agenda pública mediante la difusión de un determinado mensaje y su propagación a través del boca en boca multiplicado por los medios de comunicación y publicación electrónica personal."

Según la enciclopedia online Wikipedia, en tanto, "el ciberactivismo se refiere al conjunto de técnicas y tecnologías de la comunicación, basadas principalmente en Internet y la telefonía móvil, asociadas a la acción colectiva, tanto en el espacio virtual como en el real".

Más allá de sus posibles definiciones, lo cierto es que en los últimos años cada vez son más las personas que, a través de Internet, participan y se movilizan a favor de todo tipo de causas e iniciativas.

A veces, esa acción se limita a un simple clic, ya que con sólo cliquear en una determinada página web, cualquier persona con acceso a Internet puede, desde cualquier lugar del mundo, mandar un e-mail de protesta, hacer una donación o firmar un documento para, entre otras cosas, exigir el cese de la violencia en Darfur, demandar el cierre de la prisión de Guantánamo, o reclamar el fin de la deforestación del Amazonas.

A través de la recolección de firmas online , por ejemplo, la organización Amnistía Internacional logró que en Nigeria los jueces que habían condenado a Amina Awal a ser lapidada revocaran la sentencia, luego de recibir una lluvia de firmas (de las que se juntaron nueve millones) de todas partes del mundo que repudiaban la condena.

En otra oportunidad, 400.000 personas se pusieron de acuerdo por medio de Internet y saturaron de llamadas los conmutadores telefónicos de la Casa Blanca y el Senado nacional, lo que impidió que sus ocupantes hicieran llamadas.

En la última ola de protestas en Myanmar, en tanto, los monjes budistas y demás manifestantes lograron, a través de sus celulares, cámaras digitales y blogs, traspasar las redes de la censura del régimen militar y mostrar al mundo entero lo que estaba ocurriendo en el país.

También en Irán, los blogs, que en el país ya suman más de medio millón, se han transformado en un tumulto virtual de voces que están dando lugar a una nueva forma de protesta política que logra eludir el control del régimen.

Todas estas acciones que nacen de la mano de Internet y que, en muchos casos, trascienden o impactan en el mundo real, dan cuenta de cómo la tecnología ha revolucionado la participación colectiva. Ello se debe, en gran medida, a las ventajas que ofrece la Web, tales como agilidad, inmediatez, costos casi nulos, simplicidad y, ante todo, difusión mundial.
Poder de movilización

En diálogo telefónico con LA NACION desde Madrid, Ugarte señala: "Existen, en realidad, dos fases en el ciberactivismo: una deliberativa, en la que a través de los blogs y los foros se abre el debate, y otra de movilización, en la cual a partir de e-mails y mensajes de celular la gente sale a la calle", tal como ocurrió, sin ir más lejos, durante los recientes cacerolazos por el conflicto entre el campo y el Gobierno, en la Argentina.

Conscientes del poder de movilización y captación que ofrece Internet, también los políticos ya usan las nuevas tecnologías para transmitir sus mensajes y ampliar su base de apoyo.

Entre estos, quien lleva la delantera es, de lejos, el candidato demócrata norteamericano Barack Obama, cuyo portal ( barackobama.com ) permite tejer redes sociales, sumar amigos o hacer una donación para apoyar la campaña del senador por Illinois.

El sitio ofrece, además, varias propuestas para colaborar con el candidato como, por ejemplo, cliquear en el ícono "hacer llamadas", y comunicarse luego con la lista de números telefónicos que el voluntario recibe por e-mail .

Otra novedad del ciberactivismo es que, pese a que muchas veces las acciones son alentadas por conocidas ONG, como Greenpeace y Amnistía Internacional, ya no es condición excluyente formar parte de un grupo preexistente de protesta, porque el grupo se forma al mismo tiempo que se crea el reclamo. "Antes, los activistas necesitaban de una organización para poder acceder a los medios y difundir sus ideas. Ahora, en cambio, si difundimos bien nuestro mensaje, la propia red social genera organizaciones ad hoc para fines concretos que transformen la realidad", explica Ugarte a LA NACION.

Y así, en los casos más exitosos, como el de Oscar Morales, la iniciativa de una sola persona puede llegar a transformarse en una manifestación de alcance mundial.
Biden

* El mensaje de texto vía teléfonos celulares y el e-mail fueron los medios elegidos por el candidato demócrata, Barack Obama, para revelar que el senador Joseph Biden iba a ser su compañero de fórmula. "He elegido a Joe Biden para ser mi compañero de fórmula", anunció Obama en el texto divulgado el pasado 23 de agosto. "Necesitamos la ayuda de ustedes para construir este movimiento para el cambio", agregó.

martes, 2 de septiembre de 2008

Neopopulismo latinoamericano-Por Juan José Sebreli

Los intelectuales y el kirchnerismo
El sociólogo rastrea la genealogía de las influencias intelectuales que gravitan en la toma de decisión de Néstor Kirchner y de la presidenta Cristina Fernández. Y establece la inspiración de su característica forma de gobernar. ¿Quiénes son y cómo piensan Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, el matrimonio de intelectuales que inspiró la política kirchnerista? “Del viejo populismo y el posestructuralismo francés de los 70 surgió el modelo del neopopulismo latinoamericano que, según sueña Laclau, puede llegar a jugar un papel protagónico en el futuro”, escribe aquí Sebreli.


Durante el conflicto del campo, cartas abiertas, entrevistas radiales y televisivas y hasta un diálogo público con Néstor Kirchner han dado a conocer un nuevo estilo político, el de los peronistas posmodernos o “intelectuales K”. Conforma un derivado del impreciso “neopopulismo latinoamericano” o “socialismo del siglo XXI”, que representan Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y los hermanos Fidel y Raúl Castro, sempiternos patriarcas. Para el matrimonio Kirchner se trata de un viaje de ida y vuelta, del antiguo al nuevo populismo; ellos imitan a Chávez que, a su vez, se inspira en Perón. No hay muchas diferencias entre el viejo y el nuevo populismo, el modelo es el mismo: movimientismo opuesto al sistema de partidos, líderes autoritarios, manipulación de masas, desprecio por las instituciones republicanas y una economía mercadointernista y antiexportadora. Más sofisticados que los populistas históricos, los neopopulistas promueven un autoritarismo suave o, como decía un opositor venezolano, “un totalitarismo light”, de acuerdo a los tiempos medianamente democráticos que vive el continente.

Algunos adherentes al movimiento llamado Carta Abierta son funcionarios públicos o montoneros reciclados y algún firmante equívoco como David Viñas que luego, en un acto en la Biblioteca Nacional, declaró: “No soy un intelectual K”. En ese agrupamiento apresurado y heteróclito se destaca, con perfiles propios, un subgrupo inspirado por Ernesto Laclau, a su vez mentor intelectual de los Kirchner. Cristina Kirchner se dice discípula de Chantal Mouffe, mujer de Laclau, y En torno a lo político pasa por ser su libro de cabecera. Laclau mantuvo diálogos telefónicos desde Londres con los Kirchner aconsejándoles no transar con el campo y en su último viaje participó en un acto kirchnerista. La biografía intelectual de Laclau explica en parte sus complicadas posiciones. Hizo su primera intervención política allá por los años 50 en el FIP (Frente Izquierda Popular), agrupación trotkista-peronista presidida por Jorge Abelardo Ramos, inventor del nacionalismo de izquierda. Sin embargo, ya por entonces Laclau se acercaba más a Gramsci y al concepto de “lo nacional y popular” que al internacionalismo proletario de Trotsky, aunque se mantuvo apartado de los gramscianos argentinos a los que menospreciaba por “liberales”. También se fue alejando de Marx, difícil de conciliar con el nacionalismo, aunque se le agregara el calificativo de popular.

Esas preferencias del joven Laclau señalaban un rasgo que definiría su concepción posterior: el predominio de lo político sobre lo económico y de las particularidades nacionales sobre el universalismo. Después Laclau se estableció en Gran Bretaña, estudió en Oxford, fue profesor en la Universidad de Essex y reconoció en París su “verdadera patria espiritual”. En ese derrotero intelectual, insólito para un tercermundista, entró en contacto con las corrientes filosóficas europeas en boga: althusserismo, lacanismo, deconstructivismo. De esa mezcla rara entre el viejo populismo de su juventud porteña y el posestructuralismo francés de los 70, surgió el modelo del neopopulismo latinoamericano que, según sueña Laclau, puede llegar a jugar un papel protagónico en el futuro.

La fracción laclauista de Carta Abierta está integrada por profesores y sus discípulos de las facultades de humanidades de la UBA, incluido algún decano. Próximos a disciplinas periféricas como los estudios culturales, algunos de ellos se dedicaron a hacer filosofía de la literatura, y ahora quieren hacer literatura de la política. Su repercusión se ha reducido a los enclaves universitarios de las calle Puán o Marcelo T. De Alvear, y a engrosar las escuálidas huestes de las izquierdas en los actos kirchneristas; apenas una tormenta en un vaso de agua.

Este populismo de cátedra es distinto al de los años 60 y 70 centrado entonces en las “cátedras nacionales” originadas en el nacionalismo católico. El nuevo populismo proviene de la progresía convencida por Laclau de que la corriente institucionalista socialdemócrata es incapaz de responder a las demandas populares; acusa a Tabaré Vazquez y a Michelle Bachelet de “traidores” y a Lula Da Silva de “ambiguo”.

Pero el verdadero pensamiento de los intelectuales K es muy difícil de desentrañar dado que la prosa de Laclau y sus continuadores es críptica, comprensible tan sólo por una elite de iniciados, extraña opción para quienes se proponen “la construcción de un pueblo”, “la constitución de un nuevo sujeto político”. El estilo de Laclau está empedrado de indefinidos plurales: “Ideales emancipatorios”, “prácticas articulatorias”, “materialidades de la estructura discursiva”, “especificidades del vínculo hegemónico”, que traen el eco del barroco krausista-yrigoyenista. Con esa misma jergosidad academicista están escritas las proclamas de los intelectuales K y con la retórica hermética de sus papers o sus tesis universitarias hablan en los medios de comunicación. Más que declaraciones políticas parecen ser ejercicios de estilo. El alambicamiento sustituye a la argumentación y a la ausencia de datos objetivos. La oscuridad oculta la trivialidad y anacronismo de consignas que compañeros de ruta menos sutiles como Luis D’Elía reducen a antagonismos simplistas como pueblo-oligarquía y patria-colonia.

Además de los posestructuralistas franceses, otra fuente inesperada de Laclau es Carl Schmitt, jurista del nazismo a quien, aunque con reservas, reivindica. Se trata de un Schmitt algo distinto del admirado por los viejos populistas Arturo Sampay y Joaquín Díaz de Vivar, que querían convencer a Perón de invitarlo a la Argentina. El neoschmittianismo ha sido blanqueado de su nacionalsocialismo por la nueva izquierda después de que el jurista elogió las guerrillas campesinas. A través de Laclau y Mouffe, los Kirchner se enteraron de que eran schmittianos sin saberlo, ya que practican la concepción política preconizada por el teórico alemán: confrontación permanente, antagonismo insuperable de amigo-enemigo y decisionismo como forma opuesta a la discusión liberal. Aprendieron de Schmitt que el poder no reside en las instituciones republicanas sino en la persona del “soberano”, el que decide en el estado de excepción ante la crisis. Esta estrategia no les ha dado, sin embargo, los resultados esperados, y hasta llegó a ser derrotada en el Parlamento por la –para ellos– desdeñable deliberación indecisa de la democracia formal.

El laclauismo K tiene su parte de razón cuando sostiene que los conceptos de izquierda y derecha no están caducos y que sólo sus contenidos deben ser reconsiderados. Pero se equivoca cuando, al analizar las situaciones concretas, identifica a la izquierda con el populismo y a la derecha con la democracia liberal o la socialdemocracia. Se equivoca al calificar despectivamente de optimismo utópico al universalismo racionalista y democrático, y oponerle las “identidades colectivas” de pueblo y nación cuando éstas se están disolviendo ante el avance conjunto del individualismo y la globalización. El resurgimiento actual de los particularismos religiosos, étnicos y nacionales parecería darles la razón a los neopopulistas. Pero en la historia de las ideas políticas siempre ha ocurrido así, el avance avasallador de una tendencia provoca la reacción crispada de lo opuesto que lucha desesperadamente antes de morir.

viernes, 29 de agosto de 2008

Szyk, el caricaturista que encaró a Hitler





Berlín exhibe la obra de Arthur Szyk, el dibujante que arremetió contra el nazismo desde las páginas de la prensa estadounidense
EFE - Berlín - 28/08/2008



El Museo de Historia Alemán inaugura hoy una exposición con las caricaturas políticas de Arthur Szyk, dibujante judío polaco que alcanzó fama mundial gracias a sus ácidas viñetas contra Adolf Hitler y el nacionalsocialismo, publicadas entre 1939 y 1945 en la prensa norteamericana. Por primera vez llega a Alemania la obra de uno de los caricatuistas políticos más laureados durante los años del conflicto bélico, que centró su atención en la figura de Adolf Hitler y en los horrores del holocausto judío en Europa.

El Museo de Historia Alemán inaugura este viernes una exposición con las caricaturas políticas de Arthur Szyk, dibujante judío polaco que alcanzó fama mundial gracias a sus ácidas viñetas contra Adolf Hitler y el nacionalsocialismo, publicadas entre 1939 y 1945 en la prensa norteamericana. Por primera vez llega a Alemania la obra de uno de los caricatuistas políticos más laureados durante los años del conflicto bélico, que centró su atención en la figura de Adolf Hitler y en los horrores del holocausto judío en Europa.

Dibujando contra el nacionalsocialismo es el título de la exposición, que reúne cerca de 220 obras de Szyk, quien se valió de su lápiz para luchar contra los horrores cometidos por los nazis. Sus caricaturas muestran la maldad personificada en el Führer, a quien representaba disfrazado de tenebrosos personajes como el malvado Atila (406-452), rey de los hunos.

Un ejército de un solo hombre

Con su trabajo, Szyk contribuyó a la propaganda estadounidense para intentar mejorar el ánimo entre la población y los soldados en tiempos de guerra. Sus viñetas, que fueron publicadas en muchos de los diarios y revistas de mayor tirada de Estados Unidos, consiguieron que el público norteamericano tomara consciencia de lo que estaba sucediendo en Europa, en especial de los horrores relacionados con la masacre de los judíos.

"¿Cómo se puede esperar de mí que dibuje paisajes y flores cuando el mundo está en llamas?, solía decir Szyk en aquellos años. Hilter era "Alemania sin máscara", llegó a afirmar Szyk, quien fue definido por la esposa del presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt, Eleanor, como "un ejército de un solo hombre".

Nacido en la localidad polaca de Lodz, Szyk (1894-1951) estudió arte en París y se fijó, desde finales de los años veinte, en la situación de los judíos en Europa, así como el valor de la democracia y la libertad. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la invasión de Polonia por las tropas nazis, Szyk decidió emigrar a Estados Unidos junto a su familia. La exposición, que permanecerá abierta al público hasta el 4 de enero del año próximo, se ha organizado en colaboración con la Arthur Society, con sede en Burlingame (California).

La cara más 'web' de Obama

La campaña de los demócratas invade la Red
ROSA JIMÉNEZ CANO - Madrid - 29/08/2008

La elección de Barack Obama como candidato a la Casa Blanca ha estado llena de tintes 2.0. Desde el comienzo de la campaña para ser candidato, cuando se enfrentaba a Hillary Clinton, los partidarios de Barack Obama hacían curiosas comparaciones: ¿Es Hillary un PC y Obama un Mac?

En esa misma línea, Obama creó su propia red social para que los partidarios pudieran no sólo recaudar fondos, en lo que ha batido todos los récords en Internet, sino también compartir vivencias, fotos y calendario de eventos. Una campaña coordinada en su propia red pero también con Facebook, la del senador por Illinois es la página con más fans: casi un millón y medio.

El punto álgido de la misma, la conferencia demócrata de esta semana ha tenido en los blogs gran protagonismo. Se han acreditado hasta 20.000 periodistas, muchos de ellos con blog y se ha cuidado la conexión para que el wifi permitiese subir posts en todo momento.

El usuario en Flickr (la web de almacenamiento de fotos por antonomasia) de Barack Obama cuenta con más de 6000 contactos, a los que agradece con un email la deferencia de seguirle. Como se ve, se cuida hasta el más mínimo detalle. Aunque más allá del detalle se puede considerar el regalo de un Zune por parte de Microsoft a cada uno de los asistentes a la conferencia del partido.

sábado, 16 de agosto de 2008

Pienso, luego... ¡mosquis!



Las enseñanzas filosóficas implícitas en los personajes de Los Simpsons

JORDI SOLER - Barcelona - 16/08/2008

En la Universidad de Berkeley, en California, se imparte un curso de filosofía fundamentado en la vida cotidiana de la familia Simpson. El maestro y sus alumnos van tomando nota, a lo largo de un semestre, de los actos y los diálogos que la tribu de Homer va desvelando semanalmente en la televisión; este conocimiento, aparentemente superfluo, les sirve para comprender, y luego aplicar, los engranajes del pensamiento filosófico. Matt Groening, artífice de esta familia dolorosamente arquetípica, sostiene: "Los Simpson es un programa que te recompensa si pones suficiente atención". Sus célebres episodios pueden entenderse en distintos niveles, divierten a niños, a adultos y a filósofos; tres datos sobre la inversión que lleva cada capítulo de esta serie dan una idea de su complejidad: 300 personas, que trabajan durante 8 meses, con un costo de 1,5 millones de dólares.

La misma idea de convertir a la familia Simpson en materia de especulación filosófica es el tema de un curioso libro, The Simpsons and philosophy: the D'oh of Homer (ese D'oh se traduce en la versión española por "mosquis", la célebre interjección de Homer). Una nueva editorial, Blackie, lo publicará en España en invierno con el título de Los Simpson y la filosofía. En este volumen, un éxito de ventas en EE UU e Italia, 20 filósofos, de diversas universidades de Estados Unidos, ensayan sobre esta familia y su entorno en la desternillante ciudad de Springfield. El compilador de este proyecto de reflexión colectiva es William Irwin, profesor de filosofía del Kings College, en Pensilvania, con la participación de Mark T. Conrad y Aeon J. Skoble; Irwin es también autor de un célebre ensayo, en la misma línea de filosofía pop, titulado Seinfeld and philosophy (Seinfeld y la filosofía), donde, en un ejercicio a caballo entre la reflexión y la enajenación que produce mirar tantas horas la tele, desmonta filosóficamente la vida del solterón neoyorquino y el grupo de solterones que lo rodean.

Los Simpson y la filosofía comienza con un ensayo de Raja Halwani dedicado a rescatar, filosóficamente, lo que Homer tiene de admirable, y el punto de partida para esta empresa imposible es Aristóteles, ni más ni menos. "Los hombres fallan a la hora de discernir en la vida qué es el bien"; esta idea aristotélica consuena con esta idea homérica, de Homer Simpson: "Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo, las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio". La interesantísima radiografía filosófica de Homer que hace Halwani viene salpicada con diálogos y situaciones que hacen ver al lector lo que ya había notado al ver Los Simpson en la televisión: que Homer, fuera de algunos momentos de intensa vitalidad, casi todos asociados con la cerveza Duff, no tiene nada de admirable. "Brindo por el alcohol, que es la causa y la solución de todos los problemas de la vida", dice Homer en un momento festivo, con una jarra de cerveza en la mano, y unos capítulos más tarde se sincera con Marge, su esposa: "Mira Marge, siento mucho no haber sido mejor esposo; estoy arrepentido del día en que intenté hacer salsa en la bañera y de la vez en que le puse cera al coche con tu vestido de novia... Digamos que te pido perdón por todo nuestro matrimonio hasta el día de hoy".

El libro se divide en cuatro grandes secciones: personajes, temas simpsonianos, la ética de los Simpson y los Simpson y los filósofos. El resultado, como suele suceder en los libros de varios autores, es desigual y ligeramente repetitivo; sin embargo, su lectura puede ser muy instructiva para los millones de forofos de esta serie que desde 1989 presenta una visión de la sociedad en dibujos que se parece bastante a la realidad de la familia occidental; en sus episodios, además de la lúcida disección que se hace del zoo humano, se tratan temas muy serios como la inmigración, los derechos de los homosexuales, la energía nuclear, la polución, y todo teñido de una sátira política que al final, como sucede casi siempre en los ambientes de Hollywood, resulta ser más demócrata que republicana.

Hace unos años, Matt Groening declaró que el gran subtexto de Los Simpson es éste: "La gente que está en el poder no siempre tiene en mente tu bienestar". La serie está basada en la desconfianza que siente el ciudadano común frente al poder, en todas sus manifestaciones, y en la necesidad que éste tiene de preservar a su familia que, por disfuncional que sea, termina siendo el último refugio posible. En los capítulos que se ocupan de los personajes de la serie, los filósofos autores de este libro aprovechan para revisar el antiintelectualismo yanqui a la luz de Lisa, o el silencio de Maggie a partir de esa idea de Wittgenstein que dice "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo"; también hay una sesuda reflexión sobre Marge, esposa y madre, como referente moral de la familia Simpson, y del pueblo de Springfield; en uno de los episodios aparece este diálogo, debidamente consignado en el libro, entre Marge y el tabernero Moe:

Moe: "He perdido las ganas de vivir".

Marge: "Oh, eso es ridículo, Moe. Tienes muchas cosas por las que vivir".

Moe: "¿De verdad?, no es lo que me ha dicho el reverendo Lovejoy. Gracias Marge, eres buena".

Bart Simpson es analizado con óptica nietzscheana; Mark T. Conrad intenta armonizar la vida gamberra de este niño con el rechazo de Nietzsche a la moral tradicional. "Yo no lo hice. Nadie me ha visto hacerlo. No hay manera de que tú puedas probar nada", se defiende Bart en uno de los episodios, ignorando esta contundente línea de Nietzsche que lo justifica: "No existen los hechos, sólo las interpretaciones".

Además de Nietzsche y Aristóteles, Los Simpson y la filosofía echa mano de Kierkegaard, Camus, Sartre, Heidegger, Popper, Bergson, Husserl, Kant y Marx, y este último filósofo da sustancia al divertido capítulo Un (Karl, no Groucho) marxista en Springfield, donde James M. Wallace llega a la conclusión de que los Simpson son capitalistas y, simultáneamente, críticos marxistas de la sociedad capitalista. A la hora de desmontar filosóficamente a Homer, Raja Halwani llega a la conclusión de que el tipo de carácter que tiene este personaje, desde el punto de vista aristotélico, es el vicioso, su escaso autocontrol frente a la ira, la alegría, el sexo o la cerveza, sus mentiras y su cobardía histérica en las situaciones en que tendría que responder como jefe de la tribu, lo sitúan como la antítesis de la templanza. Esta línea, dicha por él mismo cuando peligraba su integridad física, describe bien al entrañable personaje: "¡Oh, Dios mío; criaturas del espacio! ¡No me coman, tengo esposa e hijos!; ¡cómanselos a ellos!".
La sabiduría amarilla, en frases

Una selección de algunas de las frases más memorables de Homer Simpson:

- ?Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo: las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio...?.

- ?Brindo por el alcohol: que es la causa y la solución de los problemas de la vida?.

- ?Intentar algo es el primer paso hacia el fracaso?.

- ?Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor sálvame, Superman?.

- A Billy Corgan, de The Smashing Pumpkins: ?¿Sabes? Mis hijos piensan que eres fantástico. Y gracias a tu música depresiva han dejado de soñar con un futuro que no puedo darles?.

- ?¿Cuándo aprenderé? Las respuestas de la vida no están en el fondo de una botella. ¡Están en el televisor!?.

- ?Sólo porque no me importe no significa que no lo entienda?.

- ?Si cuesta trabajo hacerlo, es que no merece la pena?.

- ?Quiero decirte las tres frases que te acompañarán en la vida. Uno, ?cúbreme?; dos, ?jefe, qué gran idea?; tres, ?así estaba cuando llegué??.

- ?Hijo, una mujer es como una cerveza. Huelen bien, se ven bien, ¡y matarías a tu madre por una! Y no puedes tener sólo una. Querrás beber a otra mujer?.

domingo, 10 de agosto de 2008

Manuel Caballero: "Chávez sólo dejará el poder por la fuerza"


Aunque es un hombre de izquierda, el historiador venezolano Manuel Caballero se ha convertido, gracias a su lucidez y su vocación crítica, en un columnista político de referencia para todos los sectores. Crítico de Chávez, niega que abrigue un proyecto socialista y lo define como un Mussolini latinoamericano, a la manera de Perón. "Si admira a Fidel, es sólo por su permanencia de casi 50 años en el poder", dice
Domingo 23 de marzo de 2008

CARACAS.- Manuel Caballero es uno de los historiadores más respetados y conocidos de Venezuela. Premio Nacional de Periodismo (1979), Premio Nacional de Historia (1994) y Premio Bienal Simón Bolívar (2001), su fama, sin embargo, no se debe tanto a sus trabajos académicos, como a su constante labor como ensayista y periodista de opinión. Siempre polémico, sus artículos generan debate no sólo en torno de temas históricos, sino también en torno a los más acuciantes asuntos del presente. Desde 1965, ha sido colaborador permanente de diarios como El Nacional , El Diario de Caracas y, actualmente, de El Universal . A pesar de su larga militancia en la izquierda, la lucidez de sus análisis, la iconoclasia de sus ideas, y su fervorosa oposición al paternalismo de estado lo han convertido en lectura obligada del domingo para todos los sectores.

Autor de más de 50 libros, en sus escritos conjuga la erudición histórica y la pluma sabrosa. Es famoso por su sentido del humor y su mordacidad. Nuestra cita es a las nueve de la mañana, pero sugiere que podría ser antes. "A las ocho ya he escrito mi artículo, he leído todos los periódicos y, cuando mi mujer vivía, ya le había dado su primera paliza", dice, riéndose de su propio chiste.

Vive solo en un pequeño departamento que, como muchos en Caracas, tiene vista al cerro Avila. En el living luminoso y colorido donde recibe a LA NACION hay una mesa ratona repleta de adornos. Conviven un altísimo Simón Bolívar de madera, con todos los personajes de Mafalda. El mismo señala a otros personajes argentinos sobre su mesa: tres pequeños muñecos plásticos, que representan a Evita, Perón y Gardel.

Caballero militó durante dieciocho años en el Partido Comunista, fue preso de la dictadura, y fundador y miembro del Movimiento al Socialismo hasta que ese partido decidió apoyar a Chávez. "Les dije expresamente que si se iban a dedicar a lamerles el culo a los militares, no contaran conmigo. Desde el 4 de noviembre de 1958, cuando cayó Pérez Jiménez, he criticado a cada uno de los gobernantes de turno", dice Caballero, que se enorgullece de no haber trabajado jamás para ningún gobierno. "Eso es lo que me da autoridad para oponerme ahora. Incluso a Ramón J. Velásquez, a quien admiro, cuando asumió la presidencia le dije que yo no sólo estaba en la oposición, sino que deseaba que hiciera un mal gobierno para que a los venezolanos se nos quitara de la cabeza la idea de que todo lo debemos esperar del Estado."

Cuando se le pregunta sobre su militancia política, responde que antes que nada es antimilitarista. "Si ser antimilitarista es ser de izquierda, como me enseñaron siempre, yo soy de izquierda; si es ser de derecha, soy de derecha; si es ser de centro, seré de centro. Pero, eso sí: en los tres casos soy de extrema izquierda, de extrema derecha o de extremo centro."

-¿Existe un gobierno socialista en Venezuela?

-Este gobierno no es socialista ni en los hechos, ni en su planteamiento. Hugo Chávez no es comunista, ni socialista, ni musulmán, como dijo él alguna vez. Pero es todo eso a la vez si le garantizan que puede quedarse toda la vida en el poder. Chávez es chavista y lo que él adora de Fidel Castro no son las cosas que Fidel hizo o dejó de hacer en Cuba, sino su casi medio siglo en el poder.

-¿Por qué afirma que Chávez no es socialista?

-Tengo la tentación de responder diciéndole que a las pruebas me remito. Pero voy a ser más amable. El problema con la palabra "socialismo" es la carga emocional y mítica que conlleva. Con esa misma palabra se ha designado a muy diversas doctrinas y praxis políticas. Socialista era Stalin, como Hitler, que era nacional-socialista; socialista era Pol Pot y, por el otro lado, Willy Brandt. La práctica política de Chávez se parece mucho al fascismo de Mussolini y a su versión latinoamericana que fue Perón, con la diferencia de que Perón tenía el apoyo de la clase obrera organizada, mientras que la base fundamental de apoyo de Chávez sonlos marginales.

-¿Encuentra otras semejanzas entre Chávez y Perón?

-Junto con Perón, y acaso superándolo, Chávez es el más grande demagogo de la historia de América latina. Hay una simpatía confesa de Chávez por Perón. Cuando estaba en plena campaña electoral, al nacionalizar a un grupo de argentinos, terminó su discurso diciendo "¡Viva el General Perón!" En el Paseo Vargas hizo levantar una estatua de Evita al lado de la del "Che" Guevara. Otra gran semejanza es el uso de los mecanismos democráticos para combatir la democracia.

-¿Cree que por eso Chávez goza de tanta simpatía en la Argentina?

-Yo no diría que el pueblo argentino apoya a Chávez, sino que el gobierno argentino lo hace. Desgraciadamente, vivimos en un mundo en el que la caridad cristiana ha imperado durante miles de años y el agradecimiento por la limosna se manifiesta en mucha gente que prefiere tender la mano para recibir, antes que encallecérsela trabajando. Por allí andan rondando ochocientos mil dólares que no son poca cosa: los recibe quien está dispuesto a agradecerlo.

-¿Cuáles son los mayores aciertos del actual gobierno?

-Yo le debo tres cosas al gobierno de Hugo Chávez. Primero, haberme enseñado que los partidos políticos, como los individuos, son capaces de suicidarse. Segundo, haberme demostrado que el pueblo sí se equivoca. Y tercero, la evidencia de cuán incapaces son los militares al gobernar. Este no es el primer gobierno que pone en evidencia estas cosas, pero sí el primero que conjuga las tres simultáneamente.

-¿Cree que será posible exportar la revolución bolivariana al resto de América latina?

-Eso no lo logró Lenin, que creó una organización especial para exportar la revolución y que contaba con el apoyo de una nación de doscientos millones de habitantes; no lo logró Mao, con más de mil millones de chinos como seguidores entusiastas, y tampoco lo logró Fidel, a pesar de todo lo que consiguió explotando su imagen romántica de líder guerrillero. ¿Cree que podría lograrlo un personaje tan inconsistente ideológica y políticamente como Chávez?

-Leyendo sobre el país, me asombra las versiones diametralmente opuestas que se encuentran sobre el mismo hecho, dependiendo del medio consultado. ¿Cómo se puede hacer hoy en Venezuela para saber cuál es la verdad?

-Una de las cosas más perniciosas que se le deben a este gobierno es una división absoluta de la sociedad, tal como nunca había existido en nuestro país. El odio social es notorio, tanto como el reparto territorial de los hechos y de las conciencias. Aquí, ahora, tú tienes razón porque eres mi amigo, o no tienes razón porque eres mi enemigo, en vez de que tú seas mi amigo porque tienes razón. Todo esto hace muy difícil saber dónde está la verdad. Sin embargo, a veces los mitos se pueden deshacer estudiando el propio discurso oficial. En un momento, el presidente dijo que iba a iniciar una campaña para erradicar el analfabetismo, y que era una vergüenza que el 10% de los adultos no supiera leer ni escribir. Esa frase sola encierra una contradicción: si éste es el único gobierno que se ha ocupado de alfabetizar ¿cómo es que el 90% restante de la población sabe leer y escribir? En otra ocasión dijo: "Jamás he apoyado ni apoyaré a las FARC. Si yo apoyara a las FARC, el pueblo venezolano tendría derecho a echarme de aquí".

-¿Por qué se involucró Venezuela en el reciente conflicto colombo-ecuatoriano?

-La intrusión del gobierno venezolano tiene dos explicaciones y sólo dos: la primera es la alianza entre los bandoleros colombianos de las FARC y el gobierno venezolano; la segunda es la búsqueda de un enemigo externo que le permita a Chávez, por un lado, rehacerse una virginidad en materia de popularidad a través de un discurso ultranacionalista y, por el otro, compactar la fuerza armada venezolana detrás de él.

-¿Puede interpretarse la ofensiva del gobierno venezolano como un intento de evitar la intromisión estadounidense en América latina?

-Al contrario de lo que la propaganda chavista quisiera hacer creer, es la intromisión venezolana en ese conflicto lo que podría provocar una injerencia más abierta y activa de los EE.UU. No hay ningún interés nacional venezolano en inmiscuirse en el asunto, sino el interés personal de Chávez de provocar una intervención que podría permitirle eternizarse en el poder empleando la misma coartada que Fidel.

- ¿Piensa que en lo que atañe a Venezuela la resolución de la crisis fronteriza es definitiva?

-Ni esa crisis, ni ninguna otra parecida que se presente en el futuro tendrá una solución real y definitiva mientras Chávez permanezca en el poder. Su política sigue orientada por la explotación del nacionalismo y la militarización de la sociedad venezolana.

- ¿Con Chávez ha mejorado la situación de las clases marginales?

-Sí, es innegable. Pero ésos son los sectores sociales más proclives a aceptar y preferir la dádiva. Por su propia condición, no piensan qué puede suceder la semana próxima pues su gran problema es qué van a comer esta tarde. Chávez ha utilizado la dádiva como política, sobre todo en oportunidad de las elecciones. Pero la limosna dura lo que dura la limosna. Hace diez años que Chávez gobierna, y alguna gente empieza a decir que preferiría cobrar un sueldo a fin de mes que seguir recibiendo limosna. Es cuestión de dignidad.

-¿Cree que el balance de la revolución bolivariana podrá tener algo positivo en el sentido de que despertó el deseo de la clase media de participar en política?

-Creo que el único legado de la revolución bolivariana es la independencia de Venezuela, pero supongo que usted no se refería a nuestra revolución de independencia. ¡Es que a esto no se puede llamar ni "revolución", ni "bolivariana"! Eso de "bolivariana" es una soberana estupidez. Bolívar ni siquiera era un demócrata: era un aristócrata del siglo XVIII, un hijo de la Ilustración. De modo que el "socialismo bolivariano" es casi un oxímoron, como decir "blanco negror".

-¿Y "revolución"?

-¡Pero es que Chávez no ha nacionalizado ni siquiera una pulpería (una bodega) en el llano! Aquí las industrias básicas ya se habían nacionalizado, y sin sangre.

-¿Hay presos políticos en Venezuela?

-¡Por supuesto! Un solo ejemplo: hay tres comisarios de la Policía Metropolitana presos desde hace tres años, sin que los hayan podido juzgar porque no han encontrado cómo hacerlo. Y de la imparcialidad de los jueces voy a dar un solo ejemplo: el año pasado, en la ceremonia de apertura del año judicial, todos los magistrados empezaron a gritar "¡Uh, ah, Chávez no se va!" Ese había sido uno de los eslóganes de la campaña por el sí. ¿Qué independencia del Poder Judicial es ésa?

- Teniendo en cuenta que la oposición a Chávez va de la extrema izquierda a la extrema derecha, ¿qué probabilidades de éxito cree que pueda tener en las elecciones regionales de noviembre?

-La oposición ha cometido muchísimos errores. Tal vez, el más grave fue dejarse llevar por grupos radicales que enarbolaban la promesa de que a Chávez se le podía derrocar. Recién ahora la oposición está aprendiendo que ese no es el modo de salir de Chávez. León Blum decía que la política es un juego severo donde no todos los aciertos se cobran, pero donde todos los errores se pagan doble. Nosotros estamos pagando el error que cometimos al elegir a Chávez. La peor peste que le puede caer a un pueblo es tener un gobierno militar. No sabría decir cuándo terminaremos de pagar porque estoy convencido de que Chávez no va a salir del poder como no sea por la fuerza, aunque eso no quiere decir necesariamente mediante un golpe militar. Tenemos que aceptar la idea de que el combate es duro y posiblemente largo, que la pata la metimos muy hondo y que cuando se vaya nos va a dejar un país en ruinas y, por si fuera poco, ingobernable.

Por Mori Ponsowy
El perfil
Formación académica

Nacido en 1931, Manuel Caballero estudió historia en la Universidad Central de Venezuela y obtuvo su PhD en la Universidad de Londres. Ha sido conferencista en las universidades de Oxford, Harvard y la Sorbona. Es Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela y miembro correspondiente de la Española.
Sus libros

Su tesis doctoral sobre la Internacional Comunista y la Revolución latinoamericana lo convirtió en el primer venezolano publicado por la Universidad de Cambridge, en los 450 años de su editorial.