jueves, 3 de julio de 2008

Aunque enmarañado por los subsidios, el modelo K de redistribución se parece al de Menem o De la Rúa

Por Aleardo F. Laría

Toda política que aspire a conseguir una redistribución más justa de la renta en nuestro país merece ser bien acogida. Pero otra cuestión es verificar si los buenos deseos se ven correspondidos en la realidad


América latina es considerada la región con mayor desigualdad en el mundo. Uno de los modos de medir el grado de desigualdad en un país consiste en establecer cuántas veces la renta del 10% más rico supera al decil que está situado en la base de la pirámide. Esa relación en Argentina es de 31 veces mientras que en Japón, por ejemplo, es de sólo 7.
Por consiguiente, toda política que aspire a conseguir una redistribución más justa de la renta en nuestro país merece ser bien acogida. Pero otra cuestión es verificar si los buenos deseos se ven correspondidos por políticas que alcanzan a modificar la realidad. El medio más directo y eficaz para redistribuir la renta es el sistema impositivo. Sin embargo, en la Argentina, el sistema impositivo mantiene un sesgo regresivo. El peso de los impuestos directos (33% del total de la recaudación) sigue siendo mucho menor que el de los impuestos indirectos (66%).
El IVA, un impuesto que pagan pobres y ricos, tiene una alícuota muy elevada (21%) frente al 16% de España. La renta financiera (intereses y dividendos) sigue sin estar gravada y las plusvalías obtenidas por la venta de las acciones de una empresa no tributan. Otro modo de verificar la eficacia del sistema impositivo es medir la presión impositiva, es decir la cantidad total recaudada en relación con el Producto Interior Bruto (PIB). Es una media, es decir que puede haber contribuyentes que paguen mucho y otros que no paguen nada porque evaden. Pero igualmente sirve de referencia porque la existencia de una elevada evasión es también un signo de redistribución regresiva del ingreso.
En la Argentina, la presión impositiva ha ido subiendo en los últimos años pero, en términos comparativos, sigue siendo baja. Según un informe de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) la presión tributaria total pasó de 25,5% del PIB en 2000 a 31,4% en 2006. Es una cifra todavía inferior a la que tiene Brasil (33,4%), Alemania (37%) o los países escandinavos (en Suecia alcanza 51,5%).
En definitiva, al no haberse modificado en los últimos años el sesgo regresivo del sistema impositivo, se puede afirmar decir que no se percibe una diferencia entre el modelo "K" y los modelos fiscales anteriores. En todo caso, hay que reconocer una mayor eficacia en la gestión recaudatoria, lo que ha permitido reducir la evasión fiscal, debido a la mejora de los sistemas informáticos y catastrales implantados en los años 90.
Podría entenderse que otro modo de redistribuir ingresos se consigue a través de las políticas de subsidios para evitar el incremento de algunos precios relevantes en la cesta de los consumidores. En la Argentina, el Estado paga subsidios a la industria harinera y a la aceitera para evitar la suba del precio del pan y del aceite; al gasoil para evitar el aumento del precio de los transportes; etc.
Esta política de subsidios no es habitual en los países avanzados porque provoca graves distorsiones en los precios relativos, constituye un entramado muy difícil de desarmar en el futuro y tiene un peso cada vez mayor en el presupuesto del Estado, donde ya representa 25% del gasto público, superando el gasto en sueldos y salarios del personal del Estado.
Desde el punto de vista redistributivo, sus efectos son imprecisos. Un subsidio a la tarifa eléctrica beneficia a las clases medias de elevados ingresos, tanto como a los hogares humildes que tienen acceso al servicio, algo que no todos consiguen. El subsidio a la tarifa del gas no alcanza a favorecer a los hogares no conectados a la red que deben pagar la garrafa del gas licuado a un precio mucho más elevado.
La política actual de subsidios parece más bien dirigida a contener el índice inflacionario, para evitar así que aumente el costo de la deuda pública indexada con el IPC, más que a redistribuir ingresos. Por otra parte, el sistema de subsidios es una fuente de corrupción porque deja en manos de los gestores públicos un enorme poder para retrasar o avanzar los pagos y da lugar a un costo administrativo de gestión que lo hace altamente ineficaz.
Tal vez sería más razonable sustituir todo el sistema de subsidios por una renta básica dirigida a los hogares más humildes, previamente censados por un procedimiento objetivo y abonada por el sistema bancario para evitar mediaciones indeseadas. Otra forma de redistribuir el ingreso se consigue por un medio indirecto, mediante la entrega suficiente -y respetando mínimos de calidad- de los denominados "bienes públicos", como la salud, la educación, la vivienda y la protección ante la incertidumbre. Si los sectores humildes tuvieran acceso a un seguro de desempleo, a hospitales públicos de calidad, escuelas bien dotadas y accedieran a viviendas dignas con créditos hipotecarios subvencionados a largo plazo, se podría aceptar que estamos ante política reales de redistribución.
Sin embargo, observando la realidad actual, no parece que en los últimos años se hubiera producido un incremento o mejora de los bienes públicos puestos a disposición de los más humildes.
Resta analizar si el anuncio oficial de destinar una parte de los incrementos en las retenciones a las exportaciones -es decir sólo aquellas que superen el 35% vigente al 11 de marzo- para la construcción de 30 hospitales públicos de complejidad 4 implica un cambio sustancial de políticas. Hay que decir, en primer lugar, que las retenciones a las exportaciones, por su carácter de instrumentos de política cambiaria, sometidas a los vaivenes propios de los precios de las commodities en los mercados internacionales no es un medio idóneo para financiar obra pública.
Sólo hay que imaginar un descenso del precio internacional de la soja a los niveles en que se aplica una retención de sólo 35%. ¿Se dejarían en este caso los hospitales a medio construir por haber desaparecido la previsión presupuestaria de ingresos? Por otra parte, la vulneración flagrante de la Ley de Coparticipación, demuestra que lo que aparentemente se entrega a las provincias por una partida, no alcanza a compensar lo que se les sustrae por la otra. Los 30 hospitales que supuestamente se darían a las provincias a lo largo de dos años representan una inversión estimada provisoriamente en unos 3.000 millones de pesos.
Sin embargo, el incumplimiento de la vigente Ley 23.548 de Coparticipación -que obliga a la Nación a entregar a las provincias 57,36% de lo recaudado, cuando en realidad reciben sólo 30%- puede valorarse en una suma de unos 15.000 millones anuales. Es decir, que la entrega de la suba de las retenciones apenas cubre 10% de la deuda que la Nación mantiene con las provincias.
La conclusión parece obvia. No se está en presencia de un modelo de redistribución social diferente al que tenía Menem o De la Rúa. Sin embargo, la revitalización que ha vivido el Congreso al recibir el espinoso asunto de las retenciones, puede ser un revulsivo que permita introducir el tema de fondo representado por la discrecionalidad más absoluta en el reparto de los fondos coparticipables. La Constitución de 1994 le dio al Congreso un plazo que vencía a finales de 1996 para que el Congreso dictara una nueva ley de coparticipación. Hay en curso un módico retraso de 12 años en el cumplimiento del mandato constitucional. Tal vez, ha llegado el momento para que los diputados se desperecen y pongan manos a la obra

Brasil lanza un nuevo plan agrícola para aprovechar los precios récord de los alimentos en el mercado mundial

Lo anunciará hoy el presidente Lula da Silva en Curitiba. Tiene como objetivo aumentar la producción agrícola en un 400% en un año.

En medio de un contexto mundial de precios récords de las materias primas, el gobierno brasileño reforzará el sistema de subsidios al sector agrícola con el objetivo de elevar significativamente la producción de alimentos. La iniciativa forma parte de un nuevo plan agrícola que será anunciado hoy en Curitiba por el presidente Luiz Inacio Lula da Silva y que destinará alrededor de 40 mil millones de dólares a la financiación de la llamada agricultura empresarial, informó el diario especializado Valor Económico. “ Ahora los precios de los alimentos están altos y el país tiene que aprovechar las oportunidades”, dijo el ministro de Agricultura, Edilson Guimaraes a la estatal Agencia Brasil, quien además explicó que la iniciativa también tiene como objetivo controlar la inflación interna sin recurrir a mecanismos de controles de precios. El nuevo plan agrícola pretende aumentar de 1,5 a 4 millones de toneladas la producción anual de granos, lo que equivale a un crecimiento de cerca del 400%. También prevé garantizar precios mínimos a los productores y aumentar su liquidez reduciendo el impacto de los costos de producción (entre ellos, las tasas cobradas por fletes de fertilizantes), informó el diario El Cronista. Durante su discurso en la Cumbre del Mercosur en la capital tucumana, Lula pidió a los gobiernos de países latinoamericanos que adopten una estrategia común para evitar que los países ricos culpen a las economías emergentes por el aumento en el precio de los alimentos e insistió en la necesidad de consensuar un plan anti-inflacionario.

martes, 1 de julio de 2008

Cristina Perón


Incapaces de gobernar sensatamente el presente, los Kirchner reinventan el peronismo del pasado

Pilar Rahola | 24/06/2008

La foto del miércoles en la plaza de Mayo era impagable. Cristina abrazaba a su marido Néstor, delante de miles de seguidores que inundaban la mítica plaza con las banderas blanquiazules. Emulando las viejas escenas de Evita y Perón, perfectamente ubicadas en el subconsciente argentino, Néstor Kirchner protagonizó el punto álgido de un estudiado melodrama y, en tono de tango arrabalero, le espetó "te amo mucho", fusionando definitivamente la alcoba y el poder.

En los entreactos de este escenificado clímax, todo se había cuidado al detalle, desde los amigos piqueteros, que tanto saben de secuestrar la calle, hasta las arengas a la patria, confundida la nación con el poder y el poder, con la persona. Peronismo puro, en el sentido mesiánico que puede contener el término.

A partir de esa imagen de una pareja de poder, en caída libre de popularidad, agarrados a todos los mecanismos institucionales que han conseguido controlar, Cristina y Néstor reinventaban el pasado, incapaces de gobernar sensatamente el presente. Y así, con el campo sublevado, los periodistas fustigados, la clase media fatigada, los sectores de la extrema izquierda sobreprotegidos, y las expectativas económicas rozando la inestabilidad, la familia K intentaba encontrar en el viejo peronismo la última salvación a su pertrecha popularidad. Si no son buenos gobernantes, que sean buenos actores de melodrama. "Eso -me dice un ex diputado radical- siempre vende en mi país".

Se preguntaba no hace mucho el fino analista argentino Joaquín Morales Solá "¿quién manda en Argentina?", y su respuesta era tajante: Néstor concentra todo el poder, convertida su mujer en el instrumento para una "implícita reelección indefinida, que la Constitución argentina prohíbe". En la práctica, ese poder casi absoluto habría implicado decidir ministros, imponer medidas económicas, dirigir a piqueteros y, en definitiva, mandar desde el lecho, como si fuera la sombra alargada del despacho.

En una de las famosas 20 verdades del peronismo, el propio Perón dijo que "cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca", y esa metamorfosis parece definir hoy la pareja que gobierna la Casa Rosada. Poder casi absoluto, democracia de bajo perfil, amordazamiento de la oposición, persecución del periodismo libre, demonización de los sectores civiles opositores, confusión entre los intereses del país y los de sus gobernantes y, en definitiva, una presidencia que está más obsesionada en vigilar al ciudadano que en garantizar sus derechos.

El propio Perón, que lo dijo casi todo, también había dicho esto: "El hombre es bueno, pero si se le vigila es mejor". Y parece que los Kirchner cumplen a rajatabla las enseñanzas del líder, especialmente las que tienen que ver con el control y la vigilancia...

Lo peor es que Argentina, que es uno de los países más importantes de todo el continente americano, y cuya estabilidad es fundamental para la estabilidad de todo el cono sur, ha iniciado un errático proceso cuya derivada no parece ir a buen puerto. En lo económico, los errores de los Kirchner se acumulan, sorprendentemente en un momento de magnífica bonanza. En lo social, la fractura parece evidente y no mejora con cada acción del Gobierno, sino al contrario. El efecto K trabaja para ahondar dicha fractura, quizás convencidos de que el "conmigo o contra mí" aún les resulta útil. Sin embargo, ¿hasta cuando? Y en lo político, Argentina cabalga hacia un populismo de viejo cuño que, como aseguran los analistas, puede resucitar al peronismo más añejo, pero también dinamitarlo. Dice nuevamente Morales Solá: "La ruina del peronismo pondría a Argentina a las puertas de una aventura autoritaria y populista". Ergo, la acercaría a la nefasta aventura chavista. De momento, lo que tenemos es un tango cantado en plena plaza de Mayo. Melodrama en estado puro. Y es que cuando falla la política, siempre queda el teatro.

La ideología del enemigo total

GREGORIO PECES-BARBA 01/07/2008
Gregorio Peces-Barba Martínez es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid.

La ideología del enemigo sustancial es el mayor peligro para una concepción humanista de la historia y de la cultura y para una concepción integral de la democracia, con sus componentes liberales, socialistas y republicanos. Las ideas de progreso, de dignidad humana, de libertad, de igualdad y de fraternidad, propias del humanismo, que se reafirma en la modernidad, desde el hombre centro del mundo y centrado en el mundo, sufren desde el tránsito a la modernidad hasta hoy el ataque disolvente y destructivo de las diversas formas que presenta la ideología del enemigo sustancial. Es una variante, quizás la más radical y peligrosa del pesimismo antropológico de la vieja idea de que el hombre es un lobo para el hombre. Es la tradición de Horacio, con precedentes en el mundo griego, y que reaparece en el siglo XVII con Hobbes, y con otros representantes de la cultura barroca. En el capítulo XIII de la Parte Primera del Leviatán describe la situación del hombre en el Estado de naturaleza como de guerra de todos contra todos y donde "todo hombre es enemigo de todo hombre". Esta cultura del enemigo total se refleja en las sociedades, en las ideologías políticas e incluso en la propia personalidad de quienes la asumen. Se refleja en sociedades, autoritarias, totalitarias, excluyentes y belicistas y en personas dogmáticas, violentas, agresivas, intolerantes y que cultivan el odio. Son modelos antidemocráticos, antiliberales, antisolidarios y antipluralistas que en las personas que lo forman fomentan rechazos a la dignidad humana, al respeto, a la amistad cívica, al juego limpio. Esta cultura es inexorablemente fundamentalista e impulsa la destrucción del adversario, como enemigo sustancial, como incompatible absolutamente para la convivencia. Así el "todo hombre es enemigo de los demás", se transforma para esas posiciones, en la defensa de un yo inocente, justo y poseedor de la verdad, frente a los otros, que son los enemigos.
En 1930, Thomas Mann elevó su voz contra el nazismo ascendente: "... Una política grotesca, con modales de ejército de salvación, basada en la convulsión de las masas, el estruendo, las aleluyas, y la repetición de consignas monótonas, como si de derviches se tratase, hasta acabar echando espuma por la boca. El fanatismo erigido en principio de salvación, el entusiasmo como éxtasis epiléptico, la política convertida en opio para las masas del Tercer Reich, o de una escatología proletaria, y la razón ocultando su semblante". Aquella predicción de lo que estaba por pasar la expresó el autor de La montaña mágica en la Beethoven Saal de Berlín, anticipándose lúcidamente a la más cruel expresión del enemigo sustancial, la que justifica Carl Schmidt y realizarían Hitler y sus secuaces nazis hasta su derrota en la Guerra Mundial. La justificación teórica, en abstracto, está en El Concepto de lo Político de 1932. Schmidt lo identifica con el otro, con el extranjero, donde "los conflictos que con él son posibles... no podrían ser resueltos ni por un conjunto de normas generales, establecidas de antemano, ni por la sentencia de un tercero reputado, no interesado e imparcial". Como se ve, descarta al derecho y la posibilidad de pacto social, y al justificar más tarde con esa base doctrinal las leyes de Nuremberg de 1935, está señalando la solución para exterminar al enemigo sustancial fuera del derecho: los campos de concentración y de exterminio. Es la salida normal de "todo sujeto sin valor, indigno de vivir". Por eso justificará las leyes raciales de Nuremberg de 15 de septiembre de 1935, donde se señala a los judíos como los enemigos sustanciales. Son sus trabajos La Constitución de la libertad y La Legislación Nacional socialista y la reserva del 'Ordre Públic' en el Derecho Privado Internacional. Lo completará más tarde, en octubre de 1936 en el Congreso del Grupo de Profesores Universitarios de la Unión Nacional Socialista de Juristas con un comentario final sobre la Ciencia del Derecho Alemán en su lucha contra el Espíritu judío. En ese contexto resulta sorprendente que en la publicación castellana de Tierra y Mar, en 2007, tanto el prologuista como el epiloguista ignoran esa etapa negra del pensamiento de Schmidt. Era efectivamente un encantador de serpientes, que a muchos en la derecha y en la izquierda les produjo y produce un bloqueo moral inexplicable.
En todo caso, la ideología del enemigo sustancial afectó con el leninismo y el stalinismo al marxismo y es también una enfermedad crónica en la cultura de las religiones, cuando se institucionalizan y se organizan jerárquicamente. No está ni en el Sermón de la Montaña ni en los Evangelios, pero sí aparece hasta hoy en la doctrina de los papas y de los obispos, siempre desconfiando de la Ilustración, de la laicidad y de la libertad religiosa. En otras religiones, incluso el reflejo de la ideología sigue siendo brutal y con ello se justifica el asesinato y la guerra contra el infiel hasta su exterminio.
Junto a las dimensiones radicales existen otras formas más débiles, pero donde las raíces de la intolerancia y del afán del exterminio del enemigo están presentes, aunque templadas por estructuras políticas, jurídicas y culturales que las atenúan y quizás por el desconocimiento de quienes incurren en ellas, aunque no lo sepan. Son fenómenos que se producen en las sociedades democráticas donde la cultura de la ideología del enemigo sustancial subyace a muchas posiciones, y afecta también a personas que no han asumido el pensamiento liberal, democrático, social y republicano que conforman el talante de respeto y de nobleza de espíritu y de amistad cívica de los que no creen que ningún hombre aporte una verdad total y redentora.
Aquí se fundan todas las fundamentaciones religiosas, políticas y culturales. Aquí encontramos a Bolton o a John Yoo defendiendo las políticas de Bush sobre la tortura, el estado permanente de excepción o la detención sin juicio. También a los obispos y cardenales que se consideran depositarios de verdades absolutas incompatibles con el pluralismo y por encima de la soberanía popular y del principio de las mayorías, a los políticos que desprecian a sus adversarios y que discriminan, como hace la presidenta de la Comunidad de Madrid, entre asociaciones de víctimas a quienes apoya, frente a otra, mayoritaria, que es marginada, car tel et mon bon plaisin, según la fórmula que justificaba las decisiones de los monarcas absolutos. Ése fue en muchos temas el comportamiento de muchos dirigentes del PP en la anterior legislatura. Creo que es a eso, a la utilización atenuada de la ideología del enemigo sustancial, a lo que se refiere Rajoy cuando habla de que hay cosas que cambiar. Ojalá eso nos lleve a un centro derecha abierto, centrista y liberal, que tanto necesita este país. Finalmente, esta epidemia intelectual y moral alcanza también al modelo de la cultura cuando un escritor de éxito desprecia y descalifica al resto de los escritores. Todas estas actitudes desvirtúan y se alejan de la idea de dignidad humana y del respeto a los demás. Frente a ellas, la vacuna, la terapia, es más democracia, aunque siga siendo el peor de los regímenes con excepción de los demás experimentados hasta ahora.
¡Sapere aude! para todos.

lunes, 30 de junio de 2008

El imán del pasado

27 junio, 2008 - José Andrés Rojo

En su último ensayo, Rafael del Águila se asoma a los viejos ideales para rascar un poco y contar la cantidad de cadáveres que acumulan en los desvanes. Al recorrer sus páginas, es inevitable acordarse de la imagen del adolescente, rubio y guapo, con la mirada inocente depositada en un futuro lleno de posibilidades, que en la película Cabaret empieza súbitamente a cantar y que poco a poco va incorporando cientos de voces que resuenan como una llamada de lo más remoto para asumir grandes desafíos. Ya se sabe en qué acabó aquello: en los seis millones de judíos que cayeron simplemente por ser judíos y en todas las demás víctimas de unos iluminados que arrastraron a los suyos a la locura de recuperar unas esencias impolutas que se habían perdido. “La nación alemana, la raza aria, exige su derecho a sobrevivir a las agresiones de otras razas inferiores”, escribe Del Águila en Crítica de las ideologías. El peligro de los ideales (Taurus). “El imperativo de la autopreservación es el ideal que justifica cualquier acción en su defensa. La defensa del destino, grande y magnífico, de los arios”.

“Algunos elementos de la queja identitaria tienen mucho sentido”, escribe Rafael del Águila. Existe exclusión, marginación, xenofobia y racismo. Lo relevante, en cualquier caso, es reparar en un impulso que se ha ido imponiendo con fuerza en los últimos treinta años, y que está lleno de peligros. La crisis de las utopías, que se precipitó de forma abrupta tras la caída del Muro de Berlín, ha producido la emergencia de otra estrategia para movilizar a las masas. Puesto que ya no sirve la creencia en la revolución, en el salto en el futuro hacia una sociedad más justa, lo que ahora se impone es la vuelta a un pasado ideal: en palabras de Del Águila, “la recuperación de lo auténtico en nosotros”.

Hay dos motores que alimentan este movimiento. Uno, la idea de que ahí, en un remoto pasado, existió alguna forma de pureza. Y dos, que esa pureza se fue perdiendo por la irrupción del otro. Estamos presos en un proceso de incontenible decadencia, consideran todos esos movimientos que encuentran en el pasado su verdadera patria perdida (nacionalismos, fundamentalismos religiosos, indigenismo...). La solución pasa por rescatar aquella antigua identidad. “Cuando las cosas se extreman”, escribe Del Águila, “lo que no es sino la búsqueda o la defensa de quienes somos se reconvierte en una suerte de ‘técnica’ dirigida a fomentar el sectarismo”.

Viene todo esto a cuento a propósito del sombrío panorama que se desprende de las últimas informaciones que llegan de Bolivia. La llegada al poder de Evo Morales abrió grandes esperanzas: se reparaba una injusticia histórica, la de la marginación de los indígenas en la marcha del país, y se abría una nueva época en la que a los sectores más desfavorecidos podría tocarles una parte mayor del pastel en el reparto de los recursos de una economía que pasaba por unos buenos momentos para generar riqueza. Más que alentar políticas de unidad, lo que Morales ha hecho es radicalizar la legítima reivindicación de reconocimiento de los indígenas para fomentar el sectarismo. Y no hay movimiento fuerte de izquierdas que esté intentando frenar semejante despropósito. Con lo que los sectores vinculados a las nuevas clases emergentes y a los viejos intereses de siempre han visto como se les servía en bandeja la posibilidad de defender “lo suyo”. Un desastre.

Es como Chávez, o quizás peor

30 junio, 2008 - Lluís Bassets

La comparación hasta ahora se establecía entre los dos vecinos. Sarkozy y Berlusconi tienen muchas cosas en común, una de las más destacadas su capacidad mediática, de actor uno y de magnate el otro, todo hay que decirlo. También han sabido pulsar algunas teclas similares, no precisamente las más limpias del teclado: el miedo a la inmigración, por ejemplo. Es evidente que Sarko se ha zampado el discurso de Le Pen, pero ha mantenido alejado de las instituciones a su Frente Nacional, y lo ha metabolizado; mientras que el Gran Silvio lo ha hecho con la Liga Norte pero la tiene dentro del Gobierno y le permite todas las iniciativas más extremistas. Los dos tienen también un sentido especial de la libertad económica, que juega sólo en la dirección que les conviene y se hallan en la tesitura de favorecer un cierto capitalismo de Estado que les hace parientes cada vez más próximos de Putin. La democracia soberana, por desgracia, es la moda de la temporada que se avecina, cosa que tiene poco que ver con la tradición de la división de poderes, los checks and balances y la fuerza de la sociedad civil y de sus instituciones, los medios de comunicación entre otras.

Pero lo que quiero comentar aquí se lo oí decir la pasada semana a una colega del periódico, Berna Harbour, y me parece una pista muy atinada: si Berlusconi estuviera en América Latina sería Chávez. Y esto es lo que le diferencia de forma definitiva de Sarkozy. Se dedica a gobernar y su mayoría a legislar para su exclusivo beneficio personal. El interés general es el interés de Sua Emittenza. Si la tentación de Sarkozy, muy francesa, es la de identificarse con la soberanía nacional, gracias a los ciudadanos que le votaron en esa insólita elección directa a dos vueltas que se hace en Francia; la tentación de Berlusconi, a la que ha cedido ampliamente, es poner el Estado directamente a su servicio. Si uno dice ‘el estado soy yo’ en un eco de Luis XIV, el otro considera en una insólita novedad del despotismo salido de la urnas que el Estado es su criado y que tiene todo el derecho a utilizarlo para resolver sus problemas y complacerle.

Los argumentos que utiliza Berlusconi para defenderse tienen tanta fuerza que igual servirían para demostrar que es un criminal que ha conseguido zafarse de la justicia gracias a la política. Según manifestó en una reunión con empresarios la pasada semana se han interesado por sus supuestos delitos 789 fiscales y jueces, ha recibido 587 visitas de la policía y de la guardia fiscal y 2.500 citaciones, se supone que judiciales o policiales. Para enfrentarse a tan formidable ataque, ha gastado 174 millones de euros en abogados, cuyo número no conocemos. Y nunca ha sido condenado porque ha funcionado la prescripción o porque ha conseguido aprobar leyes que han convertido el caso en inviable.

Esto, sin embargo, no es lo más grave que está sucediendo con este Caimán renacido y de colmillos más largos ya afilados que nunca. Las leyes contra los gitanos son el auténtico baldón racista que deshonra a Italia y a esa Europa que lo permite. Por mucho menos hubo una crisis europea cuando el partido de extrema derecha de Jörg Haider entró en el Gobierno austriaco. Y es lo que diferencia de verdad a Berlusconi de Sarkozy y de cualquier otro responsable europeo. Nunca después del fascismo se había llegado a la ignominia de estigmatizar a un grupo humano como está haciéndolo el Gobierno de esta coalición de populistas y radicales de derecha que gobierna Italia. En realidad ni siquiera en Venezuela o Argentina podemos encontrar algo equivalente a esta plaga.