viernes, 20 de junio de 2008

Historia de dos revoluciones Timothy Garton Ash 11/05/2008


Durante la revolución de terciopelo de 1989 vi un cartel improvisado en un escaparate de Praga. Mostraba el número "68" invertido y convertido en "89", con unas flechas que indicaban la rotación. Dos años, 1968 y 1989: la historia de dos revoluciones. O al menos, dos oleadas de lo que muchos llamaron en su día "revolución". Un cuadragésimo aniversario este año, un vigésimo aniversario el año que viene. ¿Cuál de los dos se recordará más? ¿Y cuál cambió verdaderamente más cosas?

El 68 será difícil de superar en cuanto a conmemoraciones. Ya ha corrido más tinta sobre el aniversario de 1968 que sangre en las guillotinas de París tras 1789. Al parecer, sólo en Francia se han publicado más de cien libros para recordar el drama revolucionario de Mayo del 68. Alemania también ha tenido su propia fiesta de la cerveza llena de intelectuales; Varsovia y Praga han revisitado las agridulces ambigüedades de sus respectivas primaveras; incluso el Reino Unido se las ha arreglado para tener un número retrospectivo de la revista Prospect, la principal revista mensual de ideas del país.

Las causas de esta orgía publicitaria no son difíciles de comprender. La generación del 68 es un grupo excepcionalmente bien definido en toda Europa, seguramente el mejor definido desde la que podríamos llamar del 39, quienes vieron alterada su vida para siempre por su experiencia juvenil en la II Guerra Mundial. Los que eran estudiantes en 1968, hoy tienen alrededor de 60 años y ocupan los puestos de mando de la producción cultural en la mayoría de los países europeos. ¿Creen que van a perder la ocasión de hablar sobre su juventud? Están de broma, ¿no? ¿Qué dice, que no soy importante, moi?

No existe una generación del 89 comparable. Los protagonistas de aquel año de las maravillas fueron otros: más variados y podría decirse que más sérieux. Disidentes veteranos, miembros de los aparatos, dirigentes eclesiásticos, hombres y mujeres trabajadores, de mediana edad, que ocuparon pacientemente las calles para decir, por fin, que ya estaba bien. Los estudiantes desempeñaron su papel en algunos lugares -entre otros, Praga, donde una manifestación estudiantil fue el detonante de la revolución de terciopelo- y, 20 años después, algunos de ellos ocupan lugares destacados en la vida pública de sus respectivos países. Pero los líderes del 89, en general, eran mayores, y de hecho muchos habían vivido ya el 68. Incluso los "héroes soviéticos de la retirada" del grupo de Mijaíl Gorbachov se inspiraron en los recuerdos de 1968.

Por regla general, los acontecimientos que recordamos con más intensidad son los que vivimos cuando éramos jóvenes. El amanecer que vimos a los 20 años, del brazo de una chica o un chico, puede ser falso, después de todo; el que presenciamos a los 50 puede cambiar el mundo para siempre; sin embargo, la memoria, esa sinvergüenza, siempre preferirá el primero. Además, mientras que 1968 se produjo en Europa occidental y oriental, en París y Praga, 1989 sólo se produjo en la mitad oriental. Los europeos occidentales, en su mayoría, fueron espectadores fascinados del 89, no actores participantes.

Desde el punto de vista político, el 89 cambió mucho más. Las primaveras de 1968 en Varsovia y Praga acabaron en derrota; las de París, Roma y Berlín acabaron en restauraciones parciales o cambios muy graduales. La manifestación más grande en París fue seguramente la del 30 de mayo de 1968, una manifestación de la derecha, a la que el electorado reinstauró en el poder a continuación durante otros 10 años. En Alemania Federal, parte del espíritu del 68 logró introducirse en la socialdemocracia reformista de Willy Brandt. En todos los países de Occidente, el capitalismo sobrevivió, se reformó y prosperó. Las revoluciones de 1989, en cambio, acabaron con el comunismo en Europa, el imperio soviético, la división de Alemania y una lucha ideológica y geopolítica -la guerra fría- que había determinado toda la política mundial durante medio siglo. Fue, en términos geopolíticos, tan importante como 1945 y 1914. En comparación, el 68 fue una nadería.

Vista desde hoy, gran parte de la retórica marxista, trotskista, maoísta y anarco-liberacionista del 68 parece verdaderamente ridícula, infantil y moralmente irresponsable. Es, para citar a George Orwell, como si se hubieran puesto a jugar con fuego unas personas que ni siquiera sabían que el fuego quema. Rudi Dutschke habló ante el congreso sobre Vietnam celebrado en Berlín Oeste y, tras evocar el inicio de un "periodo cultural-revolucionario de transición" -es decir, con la brutal y asesina revolución cultural del presidente Mao como modelo que Europa debía imitar- y describir el Vietcong como "fuerzas revolucionarias de liberación" contra el imperialismo estadounidense, dijo que esas verdades liberadoras se habían descubierto a través de "la relación específica de producción de los productores estudiantiles". La producción de majaderías, claro está. En la London School of Economics gritaban: "¿Qué queremos? Todo. ¿Cuándo lo queremos? Ya". Narcisos de bandera roja.

Los que en 1968 se mostraron tan duros respecto a la generación de sus padres (los del 39) por haber sido compañeros de viaje de los terrores del fascismo y del estalinismo podrían querer ahora, en este aniversario, hacer un pequeño examen de conciencia sobre su propia ligereza al comportarse como compañeros de viaje del terror en países remotos de los que sabían poca cosa. Pero en ese examen de conciencia hay que tener en cuenta también que muchos representantes destacados de la generación del 68 sí aprendieron de aquellos errores y frivolidades. En los mejores casos, se dedicaron durante los decenios posteriores a una política más seria de tipo liberal, socialdemócrata o de "nuevo evolucionismo" verde (por tomar prestada una expresión del polaco del 68 Adam Michnik), que incluyó el fin de un montón de regímenes autoritarios europeos, desde Portugal hasta Polonia, y la promoción de los derechos humanos y la democracia en países lejanos de los que aprendieron a saber más.

Un balance que califique el 68 como algo meramente frívolo, evanescente e inconsecuente, a diferencia de un 89 serio y lleno de consecuencias, es demasiado simplista. El arquetípico miembro del 68 Daniel Cohn-Bendit destaca un elemento crucial: "Vencimos en lo cultural y lo social, y afortunadamente perdimos en lo político". La revolución de 1989 produjo, con una asombrosa falta de violencia, una transformación trascendental de las estructuras políticas y económicas, tanto nacionales como internacionales. Desde el punto de vista cultural y social, fue más una restauración o, al menos, la reproducción o imitación de las sociedades de consumo occidentales. La revolución de 1968 no engendró ninguna transformación equiparable de las estructuras políticas y económicas, pero sí fue el catalizador de un profundo cambio cultural y social, tanto en Europa occidental como en la oriental (en realidad, 1968 representa aquí un fenómeno más amplio, "los sesenta", en los que la difusión de la píldora fue más importante que cualquier manifestación y cualquier barricada).

Un cambio de estas dimensiones no es nunca sólo positivo, y en nuestras sociedades actuales podemos ver algunas consecuencias negativas; no obstante, en conjunto, fue un paso adelante hacia la emancipación humana. En la mayoría de nuestras sociedades, la mayor parte del tiempo, las posibilidades de vida de las mujeres, los homosexuales y las lesbianas, de todo tipo de minorías y clases sociales que hasta el 68 se habían visto impedidas por una jerarquización rígida, son mucho mejores hoy que nunca. Incluso los críticos del 68 como Nicolas Sarkozy se han beneficiado de esa transformación (¿podría haber llegado a presidente un divorciado hijo de inmigrantes en el mundo idílico que, según él, existía antes del 68?)

A pesar de los enormes contrastes entre los dos movimientos, el resultado combinado del utópico 68 y el antiutópico 89 fue, en la mayor parte de Europa y gran parte del mundo, una versión globalizada de un capitalismo reformado, social y culturalmente progresista y políticamente socialdemócrata. Pero en este año de aniversario del 68 podemos observar problemas en la sala de máquinas de ese capitalismo reformado. ¿Y si esos problemas empeorasen el año próximo, justo a tiempo para el aniversario del 89? Eso sí que sería una revolución. -

"Hemos ganado" ENTREVISTA - Daniel Cohn-Bendit Eurodiputado y protagonista de Mayo del 68



ANDREU MISSÉ 11/05/2008

Daniel Cohn-Bendit (Montauban, Francia, 1945) es el referente más singular de Mayo del 68. Y sigue en la brecha 40 años después, pero ahora con nuevos horizontes: con los desafíos de la globalización, el cambio climático y la inmigración. Quizá por ello cree que hay que pasar la página de aquella rebelión, como explica en sus libros Forget 68 y La rebelión del 68, este último en colaboración con Rüdiger Dammann y que publicará próximamente en España Global Rhythm Press. Con su lucidez y estilo provocador, Cohn-Bendit, hoy copresidente del grupo Los Verdes del Parlamento Europeo, resume aquellos años con un categórico: "Hemos ganado", e incluye en la nómina de los beneficiarios al presidente francés, Nicolas Sarkozy.

Pregunta. Usted sostiene que Mayo del 68 no fue una revolución, sino una rebelión.

Respuesta. En todos los debates sobre Mayo del 68 es recurrente cuestionarse si fue una revolución. Para mí fue una rebelión. Sobre todo, una rebelión antiautoritaria que tuvo lugar un poco por todas partes. La rebelión de una juventud que había nacido después de la guerra y se revolvía contra el tipo de sociedad impuesto por las generaciones de la guerra. Los rebeldes eran diferentes en Polonia, en Estados Unidos, en Francia o en Alemania, pero el corazón fue precisamente esta rebelión antiautoritaria.

P. ¿Cuál es la diferencia?

R. La revolución supone un análisis clásico que pone siempre por delante el problema de la toma del poder, cuando precisamente la mayoría de la gente que estaba en la calle quería tomar el poder sobre sus vidas, y no el poder político. Por eso, la palabra rebelión es más adecuada.

P. Los sesentayochistas sustituyen consignas revolucionarias clásicas, como "abajo el capitalismo", por otras ideas como "está prohibido prohibir", "gozar sin trabas", "la burguesía no tiene otro placer que destruirlos todos" o "¡sed realistas, pedid lo imposible!". ¿Qué significa este cambio?

R. Creo que las palabras del orden tradicional continúan existiendo. Pero lo que es novedoso, lo que es precisamente esta novedad surrealista y que da una expresión poética a la revuelta, sobre todo a la de Mayo del 68, es su radicalización antiautoritaria.

P. ¿Sarkozy es un liquidador de la herencia del 68 o un producto contrariado del 68?

R. Sarkozy es un sesentayochista contrariado. Reinvidica para él una libertad de vida que es completamente de sesentayochista, pero que no tiene nada que ver con su política. Su ataque contra el 68 es un ataque contra natura, pues él se beneficia de todo lo que es el 68. Hace 40 años, un hombre dos veces divorciado no hubiera podido ser presidente de la República, era imposible.

P. En cierta medida, lo que sugiere es que los movimientos de liberación del 68 son los que han permitido el triunfo de un personaje como Sarkozy.

R. Sí. El movimiento del 68 ha cambiado de tal manera la sociedad, que un hombre como Sarkozy puede ser presidente.

P. ¿Por qué los movimientos de liberación relacionan el imperialismo estadounidense y el totalitarismo soviético?

R. Creo que una de las dimensiones fundamentales de la Francia del 68 fue la de poner juntos, uno al lado del otro, el capitalismo y el comunismo. El 68 es el principio de la deconstrucción del comunismo.

P. Para muchos, el 68 representa la revuelta de la vida cotidiana, la eclosión de la música, la nueva relación entre hombres y mujeres, la vida, la sexualidad...

R. El 68 quería precisamente que los individuos reivindicaran su libertad de vida cotidiana, que integra precisamente la música y una nueva visión lúdica de la vida.

P. ¿Sugiere usted que los revolucionarios quieren el poder político, mientras que los rebeldes del 68 querían el poder sobre sus vidas?

R. Así es. Y además muchos revolucionarios quieren el poder sobre los otros, mientras que los rebeldes del 68 lo quieren sobre su propia vida.

P. ¿El 68 supone el fin de las revoluciones y el principio de los movimientos de liberación?

R. El 68, de hecho, demuestra que el ciclo de las revoluciones de los siglos XIX y XX se ha acabado. Y que hoy estamos en un proceso de transformación de las sociedades, y esto no quiere decir que las rebeliones se hayan acabado. Pero las revueltas empujan a la transformación y la modernización de la sociedad. Y el mito de la revolución, de la toma del poder, es algo que precisamente ha desaparecido.

P. ¿Las elecciones, "una trampa para los gilipollas"? ¿O defiende usted las instituciones democráticas?

R. Hay que ir con cuidado. Seguramente en 1968 fue difícil imaginar otra solución que la de boicotear las elecciones. Pero fundamentalmente lo que había detrás era una incomprensión de lo que es el espacio institucional como garantía de democracia.

P. ¿Mayo del 68 fue un movimiento de la juventud contra las generaciones anteriores? ¿Tenían razón porque eran jóvenes?

R. No, yo no creo que las generaciones de la posguerra tuvieran razón. Los jóvenes no siempre tienen razón. Por ejemplo, también los jóvenes en las universidades hicieron la revolución hitleriana. No tenían razón por ser jóvenes.

P. ¿El 68 permite el triunfo del feminismo contra el machismo generalizado, incluido el de la izquierda?

R. Visto que hay una reivindicación precisamente de la apropiación de su vida, y de su autonomía, las mujeres se enfrentan al machismo izquierdista y también al de los hombres del interior del movimiento.

P. Gaullistas y comunistas, ¿ganadores o perdedores de la rebelión de Mayo del 68?

R. A largo plazo, perdedores; a corto plazo, ganadores. Creo que fueron victorias pírricas para los gaullistas y los comunistas, y que el fondo antiautoritario de la huelga los barrió a los dos.

P. Francia sigue siendo un país inmovilista, centralista y reacio a la evolución.

R. Sí, pero de una manera totalmente diferente. Aunque los problemas históricos continúan, es otra sociedad.

P. Hay todavía reflejos de esas estructuras en empresas tan influyentes como EDF.

R. Sí, es un reflejo de que el jacobinismo francés tiene una determinada idea de los servicios públicos. En el modelo francés, los servicios públicos están muy ligados a una concepción estatal de lo social, que está en camino de explosionar y nadie muy bien qué poner en su lugar.

P. Cuarenta años después de aquel mayo, ¿qué se ha ganado?

R. Tenemos otra sociedad. Por una parte, es más libre, pero tiene otros problemas. En Mayo del 68 no se conocían el sida, el paro, ni la degradación climática. La globalización desbocada que existe hoy tampoco se conocía. Así, pues, tenemos una sociedad con una libertad mucho mayor, y al tiempo se enfrenta a problemas de otra dimensión.

P. Usted dice también que hay que olvidar el 68. ¿Qué quiere decir con esto?

R. Simplemente quiero decir que el 68 fue formidable, pero hoy los retos son otros. Nos enfrentamos a otro mundo, otros problemas, y los instrumentos de la rebelión no responden a los problemas de hoy.

P. Algunos consideran que ciertas ideas del 68 pueden ser útiles todavía.

R. Sí, pero lo que a mí me interesa son las ideas de la democracia, de los derechos del hombre, etcétera. No me interesan tanto las raíces de las ideas, aunque hay gente que sigue con el empuje del 68. Ha habido mucha energía, mucho deseo de libertad, y todo esto continúa y continuará. Pero como son otras generaciones las que hacen política, querer ver todo lo que ocurre a través de las gafas del 68 no hace avanzar a nadie. -

domingo, 15 de junio de 2008

¿Es pecado llevar el pañuelo blanco y coincidir con Buzzi?

Darwinia Gallicchio*
15.06.2008

Como me siguen exigiendo explicaciones por mi presencia en la mayor concentración del pueblo argentino de los últimos tiempos, que ocurrió el día 25 de Mayo en el Parque Nacional a la Bandera de Rosario, afirmo que:

Fui con mi pañuelo, pañuelo de Abuelas, que forma parte de mi vida y de mi lucha incesante. Nada tiene que ver el pañuelo con un título, sólo tiene que ver con mi experiencia construida a partir de mi tragedia y de la tragedia instrumentada sobre el pueblo argentino. Además tengo la sensación de que están utilizando a mis compañeras, de y desde la Plaza, para cuestionar, distorsionar, subestimar y confundir mis convicciones, que coinciden con el reclamo que está encabezando el dirigente gremial de los pequeños y medianos productores, el señor Eduardo Buzzi, presidente de la FAA. Lo sectorial se expandió a los reclamos sociales e históricos de un proyecto de país para todos. En los actos públicos, seguí atentamente los discursos del dirigente y confirmé mi identificación con SU mensaje, porque se trata de coincidir con el mensaje en contra de la concentración de la riqueza, de la tierra, su extranjerización, y la asfixia de las economías regionales, orientaciones que sustentaban la lucha de nuestros hijos. Tengo que hacer visible lo visible: no estaba en el palco, como algunos dicen, sino entre la gente, sentada por mi avanzada edad. Nuevamente, una vez más, mi convicción es: los chacareros no generan el saqueo de la Argentina, sabemos quién es el enemigo. Estoy contra la concentración de la tierra y su extranjerización. Estoy contra la concentración de la riqueza.

¿Por qué no puedo coincidir con el reclamo en contra del desguace y la devastación sistemática de la cultura agraria? ¿Cuál es mi “pecado”? ¿Será que el marcapasos para mantenerme viva –que estrené hace un mes– me hace socia del pool de siembra que viaja en el avión presidencial?

No llegué a la Plaza ocasionalmente la semana pasada, ni por una habilitación conyugal, no me incorporé a la Plaza en los noventa, ni interrumpí por una dolencia mi testimonio en lo público, tampoco acepté un resarcimiento monetario del Gobierno por fusilamiento. Y cuando piso la vereda de la esquina de San Lorenzo y Dorrego donde se erige el edificio que se utilizó para someter al ser humano a la indignidad –el ex Servicio de Informaciones, actual CPM, al que considero la ESMA de Rosario–, pienso que no debo permitir que se lo despoje de sentido. Cuando me enteré de que mi sola presencia generó asco en algunos, me miré al espejo a ver si me había convertido en cucaracha. Cuando me dijeron que estaba con golpistas, me miré los pies, a ver si tenía botas. Cuando dicen de mis amigos “que dividieron la Plaza”, pensé: “Algo habrán hecho”. Cuando un medio me preguntó: “¿Sus hijos eran militantes?”, pensé en la “teoría de los dos demonios”. Finalmente parece que mi pequeña presencia dividió las aguas de tal manera que me sentí Moisés, nada más que, en lugar de conducir al “pueblo elegido”, estaba dirigiendo El padrino III. Y, por último, lamento que algunos fines sean justificados por los medios. Sin embargo, cuando recibí muchas adhesiones advertí que el fin justifica los medios.

En estas tres décadas, desde el 24 de marzo del 76, vimos: dirigentes, organizaciones, que se los podría señalar por tener un pasado de “coqueteo” con la Junta Militar, con el alfonsinismo, con el menemismo y hoy..., se definen integrantes del campo popular. Recuerdo a nuestros hijos y me acerco a Rodolfo Walsh: jamás me verán genuflexa cuando en tiempos difíciles debemos seguir testimoniando. Me invitan a cerrar la puerta, sin embargo, la abro. Todos los días vuelvo a salir a la calle, camino sobre las crujiente hojas del otoño, sobre mi vereda, el viento me abre intersticios, donde puedo puedo vislumbrar –todavía– las grietas.

*Abuela y madre de Plaza de Mayo.
Diario Crítica de la Argentina.