jueves, 14 de mayo de 2009

Gregorio Klimovsky, científico defensor de la democracia argentina


SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 24/04/2009



Fue el iniciador de la filosofía de la ciencia y la epistemología en Argentina, discípulo de Julio Rey Pastor, y un hombre firmemente implicado en la defensa de la democracia y la lucha contra la dictadura militar. Gregorio Klimovsky bromeaba hasta el final con su récord más difícil: fue expulsado nueve veces de la Universidad de Buenos Aires por sus compromisos éticos, docentes y políticos.

Fue el iniciador de la filosofía de la ciencia y la epistemología en Argentina, discípulo de Julio Rey Pastor, y un hombre firmemente implicado en la defensa de la democracia y la lucha contra la dictadura militar. Gregorio Klimovsky, que falleció el 19 de abril en Buenos Aires, a los 86 años, bromeaba hasta el final con su récord más difícil: fue expulsado nueve veces de la Universidad de Buenos Aires por sus compromisos éticos, docentes y políticos.

Klimovsky contaba que fue Rey Pastor, uno de los grandes matemáticos españoles del siglo XX, instalado en la Universidad de Buenos Aires (UBA), quien le orientó para que abandonara los estudios de ingeniería y se dedicara a la matemática. "Lo que sucedía es que yo tenía, además, vocación filosófica y por eso me dirigí hacia la lógica", relató en la ultima entrevista que concedió, publicada en Página 12. Bajo su impulso, y el de otros profesores, como Rolando García, la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA se convirtió, en los años cincuenta-sesenta, en uno de los mejores centros de investigación de América Latina. Fue la época dorada de la ciencia argentina, simbolizada magníficamente por la editorial Eudeba, que permitió que centenares de científicos, tanto latinoamericanos como españoles (que padecían la dictadura franquista), accedieran a libros esenciales para su formación, en ediciones baratas y traducciones formidables.

Pablo Jacovkis, ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, cuenta que Klimovsky no tuvo nunca títulos, que su aprendizaje fue prácticamente autodidacta, pero que resultó ser una de las personalidades más importantes de Argentina, precisamente, en el ámbito académico.

Fue un símbolo de toda lucha contra la intolerancia y la dictadura. Renunció, por primera vez, a la Universidad en el golpe de Onganía (que acabó con el régimen constitucional del presidente Illia). La famosa Noche de los Bastones Largos (la ocupación militar de varias facultades porteñas), que acabó con la emigración de más de 300 profesores universitarios, 200 de ellos relacionados con las ciencias, le llevó también a buscar refugio en clases particulares y en actividades diversas. El regreso momentáneo de la democracia no le solucionó los problemas. "Volví a la Universidad, pero en el intervalo entre la caída de la dictadura de Onaindía y la aparición del otro golpe, el de Videla, hubo un momento en el que los montoneros se quedaron con la Universidad... fue un periodo inaguantable, porque esos chicos tenían unas ideas muy extrañas sobre cómo se deben enseñar las ciencias y formar a los alumnos", relataba el irreductible Klimovsky en la entrevista de Página 12.

Su desacuerdo con los montoneros no le impidió abandonar la Universidad, una vez más, cuando llegaron los militares, a los que se opuso con todas sus fuerzas. A poco de crearse, se incorporó a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, donde denunció las desapariciones y combatió la tortura. Con la llegada de la democracia y la presidencia de Alfonsín, Gregorio Klimovsky volvió a la Facultad de Ciencias Exactas y formó parte de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), que elaboró el estremecedor informe Nunca más. Poco después, y a la vista de su desacuerdo con la marcha del centro, fue expulsado, de nuevo, de la Universidad: "Como era la novena ocasión, me hizo gracia".

martes, 12 de mayo de 2009

Que termine pronto, por favor

Por Beatriz Sarlo | 08.05.2009

La campaña electoral es horrible. Incluso la minoría que se interesa por los vericuetos de la política está sintiendo alternativamente tedio e indignación. No recuerdo un momento más repetitivo y banal en las últimas décadas. Hubo momentos peores, más peligrosos o más decisivos. Por eso eran más interesantes. Así es imposible despertar la curiosidad de los votantes ni restablecer lazos entre vida cotidiana y política.
Porque de eso se trata. La política y la vida van por carriles diferentes. Millones de ciudadanos, incluso en la más republicana y democrática de las naciones occidentales, no están interesados por la política. Pero, en muchas partes, los políticos tratan de encender una chispa que despabile a esos ciudadanos ocupados en sus cosas. No piensan, como se piensa en Argentina, que enumerar los problemas que la gente conoce implica ofrecer soluciones. Toda la cuestión política hoy es volverse significativa para la vida social.
Si alguna vez supieron interpretar los signos de la sociedad, la mayoría de los políticos argentinos lo olvidaron. Confían en las encuestas y caminan, por lo tanto, en un paisaje chato, donde hay carteles con algunos títulos (trabajo, inflación, seguridad) pero sin soluciones porque, parece casi inútil decirlo, los problemas que la gente dice tener no vienen apareados con la resolución que necesitan. Los políticos están ansiosos por “conectar” pero han tirado a la basura las herramientas con las que se tejen las redes entre vida y representación política.
Esto promueve la extravagancia. El peronismo coloca a Nacha Guevara en su lista de la provincia de Buenos Aires, como si no fuera suficiente desvarío que el propio gobernador, Scioli, la encabece y el presidente “de facto” Néstor Kirchner llegue a integrarla en nombre de un modelo que es una especie de “significante flotante”, alrededor del cual gira el discurso del Gobierno y le permite organizar el campo de amigos y enemigos. Nadie sabe bien qué es hoy el modelo y, a lo sumo, se pueden enumerar algunas de las medidas tomadas en el pasado.
De todos modos, la fama mediática es clave en estas elecciones. Esto lo sabe o se lo enseñaron a Francisco de Narváez, que la adquiere pagando spots televisivos. De Narváez resulta el candidato más posmoderno de toda esta desdichada campaña, el que mejor ha entendido que ser famoso consiste sencillamente en ser famoso y que a eso se llega mediante los procedimientos del advertising. En ese sentido, De Narváez es más posmoderno que Nacha Guevara, porque finalmente la fama de la actriz tiene un contenido anterior a su conversión en candidata. Esto no quiere decir que ella sea más adecuada que él a la función, ya que no podría sentarse un minuto a una mesa de negociaciones políticas mientras que De Narváez puede ocupar su silla.
La aceptación de Gabriela Michetti es otro milagro del efecto fama. Nadie podría mencionar una acción política de Michetti. En el gobierno de Macri se sabe lo que hicieron muchos de sus ministros y de sus legisladores; se sabe qué hicieron los más distinguidos de los diputados nacionales de PRO, como Federico Pinedo. ¿Quién recuerda algo de Michetti? Como la fama, su vocación de diálogo es lo que los lingüistas llaman meta-discursiva. Al parecer, Michetti es experta en diálogo, una moderadora de grupos. Lamentablemente, desde que es vicejefa de Gobierno, nos privó de admirar esa virtud porque se abstuvo de presidir la Legislatura porteña. Es curioso, pero sólo esto, tan poco, siembra el miedo entre políticos más imaginativos y audaces.
Mientras tanto, los “poderes fácticos” reclaman sus lugares. Moyano llenó la 9 de Julio no sólo para asegurar la candidatura de Héctor Recalde. Luis D’Elía marchó y habló para reclamar, con todo derecho, que se lo tenga en cuenta en vez de llamarlo al celular simplemente cuando se necesita gente en la Plaza. Cobos se enoja si no le dan los lugares que reclama para los suyos. Con modales de inédito pintoresquismo, el vicepresidente de este gobierno opera en las listas de la oposición.
En este vacío relamido por insustancial y tóxico por sus consecuencias, no se puede pretender que los ciudadanos se interesen por la política. La mayoría de los medios audiovisuales, acostumbrados a una dieta de carne cruda, no tienen paciencia cuando un político quiere de verdad hablar de política porque temen que sus audiencias, alimentadas con la carne picada del chimento y la carne descompuesta del sensacionalismo, hagan zapping. Esta campaña es una kermés que interesa solamente a quienes nos gobierna el demonio de la política.

lunes, 11 de mayo de 2009

Anticipando el juicio de la historia

Robert A. Potash
Para LA NACION
Historiador norteamericano, especialista en temas argentinos

Cuando los historiadores argentinos del futuro miren hacia atrás y analicen la era de Néstor Kirchner -un término que probablemente apliquen tanto a los cuatro años durante los que fue jefe del Poder Ejecutivo Nacional como a los años durante los que su mujer fue más una presidenta de ceremonial que un mandatario que toma decisiones-, ¿a qué conclusiones o generalizaciones llegarán? ¿Dirán que, después de Perón, Kirchner fue el peronista más habilidoso que ejerció la presidencia, un político que en 2003 fue elegido apenas con el 22% de los votos y que sin embargo se las ingenió para controlar la vida política argentina hasta un punto nunca visto desde la finalización de la dictadura militar? ¿Concordarán con el ministro del Interior, quien recientemente aseguró que Kirchner era el mejor presidente argentino de los últimos veinte años? ¿Tomarán nota de que fue bajo su liderazgo que la Argentina emergió del caos posterior a 2001 y que año tras año el país disfrutó de índices de crecimiento económico sin precedente, similares a los de las economías asiáticas?
¿O al analizar retrospectivamente los años de Kirchner se concentrarán en los aspectos negativos, en el daño causado a las instituciones nacionales? Aunque durante su campaña presidencial de 2007 Cristina Fernández de Kirchner prometió fortalecer las instituciones, la realidad es que la situación ha empeorado. Salvo una vez, el Congreso siguió dando el visto bueno a las iniciativas del Poder Ejecutivo, el Poder Judicial siguió bajo amenaza de represalias si tomaba decisiones adversas para el oficialismo o los amigos del Gobierno y el sistema de partidos políticos profundizó aún más su deterioro. Hasta las elecciones fueron transformadas en una parodia cuando Néstor Kirchner, como cabeza del partido oficialista, intentó hacer de las elecciones parlamentarias de junio de 2009 un plebiscito de apoyo a la gestión de Cristina, postulando a reconocidas personalidades para que se presenten a competir por cargos que no tienen intenciones de ejercer.
El éxito inicial de Kirchner en construir su base de poder y su popularidad se debe tanto al momento de su aparición en el escenario nacional como a su capacidad de liderazgo. Desilusionada por el colapso financiero de 2001 y la consecuente inestabilidad política y económica, la opinión pública argentina estaba esperando un líder fuerte, algo así como un caudillo civil, y por lo tanto insensible a desviaciones institucionales o constitucionales. Además, a diferencia de sus predecesores de la década de 1990, los años de Kirchner coincidieron con un extraordinario boom del comercio internacional. Esta tendencia se originó en otros países, especialmente en China, y provocó una demanda de materias primas que habría beneficiado a la Argentina sin importar quién fuera su presidente. Empujada por su sector agrícola, la economía argentina creció a un ritmo inusitado, y en ese proceso generó un superávit fiscal y una reserva de divisas que facilitaron a los Kirchner la tarea de gobernar.
Los historiadores se preguntarán seguramente si el gobierno de Kirchner hizo buen uso de esas reservas. Un ejemplo notable es la decisión de utilizar 8000 millones de dólares de reservas del Banco Central para pagar la deuda que el país tenía con el Fondo Monetario Internacional. Kirchner, que veía en el FMI al gran villano detrás del colapso de 2001, creyó aparentemente que la balanza comercial favorable continuaría indefinidamente. Sentía que al pagarle al FMI toda la deuda no sólo daba un paso decisivo en pos de la independencia económica, sino que también eliminaba los cuestionamientos externos a su política económica. La miopía de esa decisión quedó demostrada muy poco tiempo después, cuando su gobierno tuvo que tomar un préstamo del gobierno de Venezuela a una tasa de interés que triplicaba la que venía pagando al FMI.
Podría decirse que ese pensamiento de corto plazo también subyace a muchas de sus decisiones en materia de política interior. En el área de bienestar social, los pagos directos a las familias carenciadas y a los desempleados fueron una respuesta adecuada, pero el Gobierno mostró poco interés por invertir a largo plazo en áreas como educación y salud pública, que podrían haber tenido un impacto permanente en la vida de los pobres. También optó por subsidiar diversas actividades económicas en lugar de resolver los problemas básicos de esas industrias. Esto fue especialmente cierto en el caso del sector energético, que necesitaba una enorme inyección de capital para hacer frente a la creciente demanda. Aquí, los prejuicios antiextranjeros de Kirchner lo llevaron a posponer la necesidad de nuevas y significativas inversiones, pues implicaba aceptar que las empresas de servicios públicos de capital extranjero aumentaran sus tarifas. Finalmente, durante la presidencia de Cristina, el Gobierno no tuvo otra alternativa que permitir esa suba. Los historiadores quizás adviertan aquí cierto paralelo con el presidente Juan Domingo Perón, quien se opuso a abrir la industria del petróleo al capital internacional durante su primer mandato para terminar dando marcha atrás y aceptándolo durante el segundo.
La habilidad de Kirchner para crear la red de lealtades políticas que le permitió dominar el poder dependía en definitiva de una distribución selectiva de los fondos públicos. Los líderes políticos de las naciones democráticas han recurrido con frecuencia a esta práctica, pero en el caso de Kirchner implicó el uso de los poderes de la emergencia económica mucho tiempo después de que la emergencia había pasado. Kirchner estaba por lo tanto en condiciones de recompensar a las provincias cuyos representantes apoyaban sus iniciativas en el Congreso y de castigar a quienes se oponían a ellas. El apoyo de sus seguidores en el Congreso le permitió sobre todo eludir las exigencias legales que regulan la distribución de los ingresos fiscales a las provincias por medio de la subestimación de la cifra de ingresos de la ley de presupuesto. Los millones de pesos que se recaudaban y que excedían las previsiones presupuestarias iban a parar a la famosa "caja" que Kirchner utilizaba para ganarse o retener el apoyo de gobernadores, intendentes y otros políticos.
El estilo confrontativo de Kirchner para lidiar con los sectores que él consideraba enemigos potenciales -y esto incluía a los medios de comunicación, los militares, la iglesia y ciertos grupos empresarios- no lo ayudó en nada a ganarse el afecto de quienes no integraban las filas de sus colaboradores inmediatos o no se beneficiaban de su generosidad. Pero sus adversarios políticos estaban tan debilitados por sus diferencias ideológicas y sus rivalidades personales que fueron incapaces de impedir que lograra su objetivo. En 2005, al conseguir que su esposa, Cristina Fernández de Kirchner -quien ya era senadora por la provincia de Santa Cruz-, conquistara una banca de senadora por la provincia de Buenos Aires, Kirchner logró arrebatarle el control del aparato político del peronismo a Eduardo Duhalde. En julio de 2007, hizo saber que no aspiraría a un segundo mandato, y sin hacer siquiera la parodia de un proceso de elecciones internas anunció que ella era su candidata para sucederlo. En las elecciones de octubre, Cristina Fernández de Kirchner obtuvo la presidencia con el 45% necesario de votos para evitar una segunda vuelta.
Para entonces, sin embargo, ya comenzaban a verse las fisuras del manejo económico de Kirchner. Frente a un creciente índice inflacionario que lo hubiese obligado a aumentar los pagos a los tenedores de bonos externos, el presidente reemplazó por medio de su secretario de Comercio a la plana mayor del Instituto Nacional de Estadística y Censos. El organismo anunció entonces una cifra de inflación inferior a la anteriormente anticipada, minando así la credibilidad interna e internacional de sus guarismos. Pero la mayor pérdida de prestigio de los Kirchner llegó en 2008, con la pelea con el sector agrícola por un decreto que elevaba las retenciones a las exportaciones de soja del 35% mínimo que existía hasta entonces hasta el 90%, dependiendo del precio internacional de ese producto. Los historiadores advertirán que los grandes y pequeños productores agropecuarios protestaron contra el decreto con huelgas y cortes de rutas, pero como Néstor Kirchner lo consideraba más una amenaza a su poder que un asunto en el que era posible ceder, se negó a hacer cualquier tipo de concesiones. Después de meses de tensión, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner concedió enviar el decreto al Congreso para que fuese refrendado. Para entonces, el tema había inflamado tanto a la opinión pública de las provincias agroexportadoras que los senadores usualmente leales a los Kirchner tuvieron que tomar una difícil decisión. El inesperado resultado de la votación en el Congreso arrojó un empate y el vicepresidente de la Nación, ex gobernador radical de la provincia de Mendoza y un aliado político, votó en contra de la propuesta del Gobierno. Fue un momento histórico que marcó el principio del fin para el dominio de Kirchner sobre la vida política argentina.
Al momento de escribir este artículo, faltan todavía seis semanas para las elecciones legislativas de junio. Mientras tanto, los peronistas disidentes se han organizado para enfrentar a los candidatos oficiales en varias provincias, y los líderes de los partidos de la oposición, sobreponiéndose a sus tradicionales diferencias, están tratando de encolumnarse detrás de una lista única de candidatos. Queda por verse cuando se haga el recuento de votos hasta qué punto quedará menguado el sistema de gobierno hegemónico de los Kirchner. Si pierden el control del Congreso, ¿Néstor abandonará su línea dura y permitirá que Cristina haga las concesiones normales en un sistema democrático? En resumen, ¿serán capaces de adaptarse a una nueva configuración del poder, en la que Néstor ya no pueda decirse a sí mismo "aquí mando yo"? Los historiadores del futuro sabrán la respuesta.