viernes, 25 de julio de 2008

Telepopulismo en horario estelar

El liderazgo se conseguía antes en América Latina desde un balcón; ahora ante las cámaras. Chávez y Uribe son maestros en el arte del culebrón político, al que se acaba de incorporar toda una estrella, Betancourt

IBSEN MARTÍNEZ 25/07/2008


Los venezolanos vimos por vez primera a Hugo Chávez en una cadena de televisión y en horario estelar vespertino hace ya 16 años. Cautivo del Ejército, el entonces cabecilla de una fallida intentona golpista recobró la iniciativa política en una memorable aparición ante las cámaras.

Había órdenes muy claras, impartidas por el propio presidente Carlos Andrés Pérez, de mostrar en televisión a Chávez esposado, despojado de insignias y leyendo un mensaje pregrabado en el que invitase a los facciosos a rendirse. Pero los atribulados mandos militares, en la premura del caso, prescindieron de grabar previamente la alocución del capturado jefe insurrecto que, en principio, no estaba dirigida al expectante país en pleno, sino solamente a los sublevados.

En consecuencia, las cámaras mostraron en vivo al desconocido y joven oficial rebelde que todo el mundo ansiaba ver y escuchar. Sus guardianes, por cierto, lucían más asustados que el cautivo, quien pronunció entonces la que quizá haya sido la alocución más corta en la moderna historia política venezolana. También la más productiva, electoralmente hablando.

Comenzó con un "Buenos días a todo el pueblo de Venezuela". Seguía un "mensaje bolivariano" a sus compañeros, imponiéndoles que "lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital".

Sólo 169 palabras -muy pocas, en verdad, para lo lenguaraz que nos ha salido el Máximo Líder-, pronunciadas en menos de 50 segundos y de las que la porción más empobrecida del teleauditorio recordaba al día siguiente una sola frase. Los menesterosos y los descontentos de toda Venezuela dieron en repetir sentenciosamente "por ahora" como un mantra o una jaculatoria, hasta el día de 1998 en que votaron mayoritariamente por él.

Habían visto, en "tiempo real" y en la pantalla de sus televisores, el nacimiento de un paladín populista, algo que en el pasado tomaba todo el tiempo que la transmisión oral tarda en dar forma simbólica a las cosas. En el pasado -en lo que hoy los estudiosos llaman "primera" y "segunda" oleadas del populismo latinoamericano-, la cosa iba casi exclusivamente de oratoria y balcones.

"¡Denme un balcón y seré presidente!", llegó a clamar jactanciosamente el ecuatoriano José María Velasco Ibarra, quien, entre 1934 y 1972, pasó cinco veces de un balcón a la presidencia de su país. Me apresuro a advertir que en cuatro de esas ocasiones Velasco fue depuesto tras un pronunciamiento militar. Nunca más le dejaron asomarse a un balcón. ¿Y qué decir del populismo argentino, arquetipo continental del morbo, y el balcón de Eva Perón?

Definiciones muy encontradas sobran hoy de lo que podrá ser esa proteica y casi centenaria forma política que ha sido el populismo en nuestra América. Según se otorgue primacía a lo económico, lo institucional o lo simbólico, tendremos, por ejemplo, las de Rudiger Donrbusch y Sebastian Edwards, las de Michael Conniff, Jorge Basurto y la del extravagante posmarxista Ernesto Laclau.

Hoy en día, un buen indicio de que se está en presencia de una de nuestras "democracias no-liberales" y populistas se halla en el uso y abuso que el poder aspire y logre dar a los medios radioeléctricos. Y en esto, ¡ay!, no es Chávez el único espécimen. Cierto: Chávez le tomó tanto aprecio a los resultados obtenidos en esos sus primeros 50 segundos de alocución en vivo que no ha hallado modo de saciar su berluscónica ambición de hegemonía mediática: ha fundado Telesur, especie de Al Yazira suramericana, y clausurado, sin más, canales opositores.

Pero lo crucial para este juicio, creo yo, es saber no sólo si el gobernante tolera o no la discrepancia y la crítica de los medios, sino de qué artimañas, en apariencia lícitas e inofensivas, se vale para impedirlas.

Álvaro Uribe, en la vecina Colombia, es sin duda la antípoda política de Chávez -civil, partidario de las leyes del mercado, enemigo jurado de las FARC, aliado militar de los Estados Unidos, etcétera-, pero, al igual que su par venezolano, hurta el cuerpo, en cada campaña electoral, a los debates televisivos con los candidatos que le adversen.

Uribe prefiere hacer una demostración práctica, en un programa frivolón de horario televisivo estelar, de cómo el Kundalini yoga le brinda serenidad de espíritu en mitad de la guerra que libra con las FARC. Se aviene en esas ocasiones a lagrimear en primerísimo primer plano mientras evoca, una y otra vez, la trágica muerte de su padre, pero no se expondría jamás de buen grado a responder una pregunta directa hecha por un reportero sobre su hasta ahora inocultable vocación de perpetuarse en el poder.

Al igual que Chávez, Uribe suele hacer sorpresivas llamadas telefónicas a programas radiofónicos de opinión política. Lo hace con sus suaves modales antioqueños, impostando ser un escucha más, interesado en hacer oír su parecer.

Sólo que Uribe no es un escucha cualquiera: es el carismático presidente de Colombia, acaso en este momento sea también el hombre más poderoso de su país, y lo que suele pasar es que termina por acaparar el resto del tiempo del programa, sin permitir preguntas. En descargo suyo hay que decir que, a diferencia de Chávez, las llamadas de Uribe no parecen previstas en guión alguno.

Chávez, en cambio, simplemente no corre riesgos y sólo hace llamadas a programas conducidos por gente que le es afecta, transmitidos por la red estatal que Chávez ha confiscado, sin melindres, para sus propios fines partidistas. Es entonces cuando, por ejemplo, anuncia destituciones de ministros, a quienes expone al escarnio público por su incompetencia o falta de espíritu revolucionario.

Bill Moyers, un veterano productor estadounidense de televisión pública, afirma que las ideas complejas, políticas o de cualquier otro tipo, no se pueden ventilar como es debido en la televisión actual. "La tecnología de la televisión -dice Moyers- lo vuelve todo plano y, al hacerlo, desciende al más bajo común denominador, desprovisto de matices, sutileza, historia y contexto, con lo que sólo se convierte en promotora de consenso, ¡y a menudo de cualquier consenso!, casi siempre el más elemental y fascistoide, aunque desde luego, los productores proclamen no intentar imponer éste al público".

Sea por ciencia infusa, o porque los populistas latinoamericanos de hoy lean a escondidas a gente como Moyers, lo cierto es que, cada día que pasa, el uso que los Chávez, los Uribes, los Morales y hasta los esposos Kirchner dan a los medios radioléctricos procura acallar el debate y la crítica y promover tan sólo elementales consensos, ya sea en torno a un indefinido "socialismo del siglo XXI" o al muy controvertido Plan Colombia.

Momentos estelares de estas fábricas de obnubiladores consensos han sido las dos superproducciones mediáticas que, Chávez de un lado y Uribe del otro, nos han ofrecido en los últimos meses a propósito de los rehenes cautivos de las FARC.

Una de ellas, la venezolana Operación Emmanuel, buscaba promover consenso en torno a la socarrona "mediación" de Chávez y ungirlo como el único hombre en el continente capaz de liberar a los rehenes. Como se sabe, Oliver Stone hubo de regresar a casa sin poder rodar un pie de película.

La colombiana Operación Jaque, bien que en sí misma ejecutada incruentamente por el ejército colombiano, brindó a su vez ocasión para vindicar las opciones militares favorecidas por Uribe, ejecutadas por su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, el candidato presidencial in péctore de Uribe.

En el negocio del espectáculo suele decirse que la cámara no parpadea. Por eso ni el más previsivo de los productores ejecutivos de un reality show pudo presentir la irrupción de una espontánea llamada Ingrid Betancourt, la rehén que emergió de la selva para hablar ante las cámaras, con el mismo sorpresivo aplomo con el que Hugo Chávez soltó su "por ahora".

Continuará.

jueves, 24 de julio de 2008

Días extraordinarios

Por Pepe Eliaschev


Propongo 14 ángulos para dar cuenta de lo que pasó en estos días extraordinarios:

Derrota concluyente. Lo que patentizó el desenlace legislativo de la aventura gubernamental del impuestazo al campo es una masacre política con pocos antecedentes. Lo que le pasó a Néstor Kirchner en los albores del 17 de julio de 2008 tiene reminiscencias con la paliza que el 30 de octubre de 1983 le infligió Raúl Alfonsín a la fórmula justicialista Luder-Bittel, que patrocinaba la autoamnistía militar. Es un fracaso de enormes consecuencias.

Invicto doblegado. Kirchner ganó sus primeras elecciones como intendente de Río Gallegos en septiembre de 1987, con el 61%. Luego ganó las de gobernador en 1991, con el 61%, y se hizo reelegir en 1995 (65,5 %) y en 1999 (54,7 %). En 2003, abandonó su tercer mandato como gobernador para asumir la Presidencia de la Nación. Si bien en 2003 perdió ante Carlos Menem, el abandono del riojano lo puso en la Rosada. Ganó las legislativas de 2005 y las presidenciales de 2007, donde enrocó con su esposa. Tuvo posiciones de poder desde septiembre de 1987 hasta diciembre de 2007. Muchos años sin perder y sin estar en el llano.

Omnipotencia tóxica. El Gobierno volcó estrepitosamente porque nunca barruntó la posibilidad de perder. Atosigado de autoindulgencia, vivió creyéndose condenado a la victoria. Tanta certeza lo enfermó de arrogancia y soberbia. El oficialismo alergizó a gruesos sectores de la sociedad, hartos de altanería, gritos destemplados y desdenes.

Descalificación sistemática. Nunca creyó el Gobierno desde 2003 que los que pensaban diferente merecían respeto. Mentalizado por el vanguardismo de los 70, cree que quienes no lo apoyan fueron colonizados por el neoliberalismo o por los enemigos de la Patria. Jauretche elemental: opositores son quienes han sucumbido al canto de sirena de la oligarquía.

Mundo fantástico. Adversos a todo criterio colegial de gestión. Néstor y Cristina Kirchner gobiernan en el marco de una restringida capilla desde 2003. Ninguno de ellos ha celebrado jamás un acuerdo de gabinete. Método de gestión de rasgos piramidales notables, en ese microclima, el enrarecimiento del ambiente es natural. Apunados por las moquettes del poder, no supieron aprender de cachetazos anteriores. ¿No creyó Kirchner, acaso, que Carlos Rovira ganaría la reelección eterna en Misiones? Se desconcierta cuando el mundo desmiente sus fantasías privadas.

Desplantes imperiales. La derrota en el Senado es cruel para la Casa Rosada. Apelaron al Congreso como concesión. Se les cayó la casa encima. Habían comenzado mal: no puede ufanarse de cumplir con la ley quien está obligado a hacerlo. Tuvieron que pedir una ley porque los intentos de aplicar el impuestazo rural con una resolución ministerial fracasaron. Llegaron al Congreso por default. Se notó.

Realidad negada. No se quiso ver los cambios monumentales del mundo agropecuario que modificaron por completo estereotipos de décadas. Ni siquiera la visible simpatía que anchos sectores sociales expresaron hacia la producción rural modificó la beligerancia oficialista, que eligió un “enemigo” fantaseado, sin advertir que el esquema tributario del 11 de marzo era claramente resistido en el país.

Lógica fundamentalista. Al manejarse con criterio vertical desde mayo de 2003, la Casa Rosada perdió capacidad de ver. Mecanismo de impacto, extrapola el deseo político interior en lo que –supuestamente– está en condiciones de aceptar el mundo exterior. Esta obliteración de la realidad no perdona: es parecida a los vanguardismos mesiánicos. Si se estira la cuerda de la analogía, el descarrilamiento del Senado es conceptualmente el equivalente pacífico del Monte Chingolo del ERP en diciembre de 1975. Aquella unidad militar fue atacada por la guerrilla del PRT a sabiendas de que tamaña locura estaba condenada a abortar. La vanguardia mesiánica no trepidó, como tampoco el MTP en enero de 1989. El pueblo no estaba con ellos y la derrota era segura; más de sesenta bajas sufrió el ERP en aquella intentona. Acá, por suerte, no murió nadie, ¿pero no se daban cuenta de que los estaban esperando?

Concertación asesinada. No le sirvió de nada al kirchnerismo un zafarrancho de acuerdo supuestamente consensuado con fuerzas no peronistas. Jamás creyó en concertar nada: ahora que desde el kirchnerismo más recalcitrante se habla de Julio Cobos como “traidor” y se evoca el asesinato de Vandor en 1979 (que los Montoneros nunca desmintieron), los fantasmas despuntan. La “concertación” fue un eufemismo, maquillaje de un vasallaje explícito. Como dice con claridad Hebe de Bonafini, “los que se alegran llegaron de la mano de un traidor. Los radicales nunca estuvieron con el pueblo, sino del lado de la oligarquía, de los más ricos, de los más poderosos, entonces no se podía pensar que Cobos no iba a traicionar, estaba ahí sentado esperando meter el cuchillo”.

Transversalidad denegada. Cuando la Juventud Peronista de los 70 enalteció el “trasvasamiento generacional”, Perón los disciplinó con Lastiri, López Rega e Ivanisevich. Trasvasamiento fue para Perón como transversalidad para Kirchner. ¿Binner, Ibarra, Juez, Sabatella? Pamplinas: con el voto de Ramón Saadi, el Gobierno apenas pudo empatar. Sin el catamarqueño, perdía en primera vuelta. Ejercicio de imaginación: ¿se atreverá ahora Kirchner a ir a la Biblioteca Nacional a explicarles a los intelectuales por qué Saadi forma parte del “modelo” de gobierno nacional y popular?

Ideología explícita. Lo que termina por primar son las consecuencias del modo. El modo es la manera, pero algo más que protocolo de cordialidades. Es un compacto estratégico: han creído en la superioridad del maltrato. No es censurable por formalidad, ni tampoco por frívola antiestética de circunstancias. Es stalinismo subdesarrollado: humillo, luego existo. Cuando se lo escucha a Kirchner trastabillar, resulta evidente que lejos de toda pretensión de organizar ideas, lo anima un apetito de poder y una necesidad de hegemonía sin sutilezas.

Duelo terminado. La Argentina agotó su proceso de metabolización del colapso de 2001, cuando cayó el gobierno de De la Rúa. Hasta ahora, el país toleraba o se resignaba a permitir un estilo vertical, presentado como alternativa a la pasividad de que se acusaba a De la Rúa. Anacronismo puro: hoy ya no dan los números para preservar el decisionismo salvaje que acaba de darse un porrazo en el Senado.

Soledad evidente. Desalineado de supuestos aliados estratégicos, el Gobierno llegó a su Cancha Rayada senatorial limitado a apoyos de alarmante chatura: jeques sindicales, coroneles del Conurbano y funcionarios piqueteros. Desde el prestigio y la respetabilidad social, la cosecha es catastrófica: D’Elía, Curto, Moreno, Kunkel, Depetri, Pérsico, Bonafini y Jaime son un seleccionado de pesadilla.

Partidos esenciales. Al margen de rupturas de la disciplina peronista, explicitadas por el bloque justicialista desgajado del Gobierno (Reutemann, De la Sota, Romero, Marín, Solá), vuelve a adquirir visibilidad la proyección territorial y la veteranía parlamentaria de fuerzas opositoras, como la UCR, recuperadas y en condiciones de procurar cursos de acción convergentes con la Coalición Cívica y el Partido Socialista.

Edición Impresa
Domingo 20 de Julio de 2008
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martes, 22 de julio de 2008

Carta abierta a (todos) los firmantes de la Carta Abierta


Debería ser obvio; escribo esta carta porque los respeto. Porque considero valioso y políticamente promisorio discutir con ustedes. No me interesa discutir con Mariano Grondona. No me atrae hacer la vivisección de Alfredo De Ángelis, a quien conozco de naranjo por haber seguido sus pasos no menos desatinados que los que da ahora como protestador rural, cuando era uno de los principales activistas de la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú, asamblea que el gobierno nacional respaldó sin cortapisas en sus objetivos absurdos, diagnósticos tremendistas y metodologías “iliberales” (cría cuervos que te sacarán los ojos). Y no los respeto a ustedes solamente por las trayectorias en parte comunes que tengo con muchos de ustedes. También los respeto porque convocan a la discusión, del mismo modo en que lo estamos haciendo unos cuantos otros en estos mismos y amargos días. Quien convoca necesita y se supone que quien convoca (como ustedes lo hacen) a la política plural y al debate necesita debatir. Quien escribe y dice lo que quiere ha de leer y escuchar quizás lo que no quiere.


Ustedes dicen que desde el 2003 la política ha vuelto a ocupar un lugar central en la Argentina. Personalmente creo que hay aquí un aspecto importante con el que coincido. Pero quiero precisar. No coincido con las visiones que sostienen que la política se allanó, en América del Sur en general, y hasta la nueva ola de gobiernos que ustedes mencionan, a la voluntad de los “discursos hegemónicos”, el “pensamiento único” y el poder de los mercados. Por ejemplo, en modo alguno se podría ver al gobierno de Menem bajo esta óptica. Tampoco a muchos de los gobiernos de la región en los 90, que ustedes parecen colocar (al menos implícitamente) en la misma bolsa oscura del pasado “neoliberal”. No creo que esas simplificaciones sirvan para comprender muchas de las experiencias de nuestra región, como, por caso, el gobierno de FHC en Brasil. Creo que, emblemáticamente, la experiencia que se podría leer en la Argentina como la defección trágica de la política es el gobierno de la Alianza. Puedo darles de barato que así haya sido, lo que de paso me facilita las cosas para una primera crítica a mis propias posiciones pasadas, ya que acompañé al Frepaso y a la Alianza mucho más que la mayoría de ustedes. Y en ese sentido a ustedes no les falta razón: en efecto la gestión K (aunque, vaya uno a saber por qué, omiten ustedes a otros protagonistas de este mismo cambio, como Duhalde y el entonces ministro Lavagna) representa una cierta restituci&oacut! e;n del lugar de lo político. Y no solamente en política económica, Kirchner tomó la política en sus propias manos (como, me permito decirles, y si lo encuentran escandaloso sería bueno que argumentaran para explicar por qué no fue así, lo hizo también otro peronista de intachables credenciales, Carlos Menem). Observación esta que me permite una segunda (y última, por esta vez) crítica a mi mismo (no utilizo el vocablo “autocrítica” porque me evoca cosas sumamente desagradables, supongo que las mismas o bastante parecidas que las que les evoca a ustedes, o al menos a algunos): tras la debacle de la convertibilidad y el derrumbe económico, social y político, yo me encontraba tan abrumado por el fracaso de las experiencia de la Alianza que mi diagnóstico acerca de lo posible no incluía algunas de las decisiones más importantes que en materia político-económica tomaron Duhalde/Lavagna y Kirchner/Lavagna. Hubo en esas decisiones política, y política acertada (por más cierto que sea que, luego del colapso, se habían ampliado enormemente los grados de libertad para los gobiernos, si comparados con los preexistentes, cuando la bomba de tiempo de la convertibilidad no había estallado aún). Este es un mérito conspicuo y hay que reconocerlo.


Hasta aquí lo que puedo, hoy, acordar con ustedes. El problema es que la voluntad política, o la restitución para la política del lugar que le corresponde, se ha convertido, casi desde un principio de las gestiones K, en el triunfo de la voluntad. Estoy utilizando, con todo propósito, el título de un documental importante en la historia del siglo XX, como ninguno de ustedes ignora; aunque, por qué no, la expresión podría evocar asimismo literatura argentina mucho más reciente destinada a consagrar relatos del pasado con los que, ciertamente, discrepo.


El triunfo de la voluntad consiste en una concepción de la política que no puedo compartir y, debo decirles, me parece asombroso que ustedes hagan silencio sobre ella. En extrema concisión, diría que esa concepción define un talante para encarar la política, consistente en la más absurda exaltación de la voluntad y la más ciega fe en “nuestra” capacidad de usar de modo virtuoso el poder. Según este talante la voluntad política es condición necesaria y suficiente para todo cuanto importa. Y la virtud se da por descontada. Tengo que recordarles que la historia es un cementerio de experiencias en las que triunfos iniciales de la voluntad son seguidos por derrotas y desastres catastróficos. Yo creo que éste, y no otro, es el núcleo duro del así llamado “setentismo”. Y es esto lo que permite entender que sea, al menos verosímil, que el ex presidente Kirchner haya considerado en estos días, cosas tales como que “lo que siempre criticamos del Perón del 55 es que no fue a fondo frente a la Libertadora, a nosotros no nos va a pasar”.

Me pregunto si alguno de ustedes estaría dispuesto a suscribir semejante disparate, y eso es lo que me preocupa. Con voluntad política todo se puede: se puede hacer una política macroeconómica inconsistente, se puede mantener un comportamiento de compadrito en el contexto internacional, se puede decidir que la Argentina precisa un tren bala, se puede disponer que los agentes económicos se avengan a ser desplumados sin chitar. Claro, para todo esto hace falta dinero, pero no solamente, ni principalmente, dinero. Hace falta, por encima de todo, populismo político. Y la mayoría de ustedes lo sabe tan bien como yo. Y me resulta curioso leer y releer una carta abierta en la que no puedo evitar tener la impresión de que se hacen los distraídos. Se precisa tanto populismo como el necesario para cubrir la diferencia entre la voluntad política triunfal en acción y los resultados de esa acción. Se precisa tanto populismo como rebeldes sean los precios, los intereses, y otros malvados de la vida. Cuanto más rechina y cruje la maquinaria de la voluntad política en acción más, mucho más populismo es necesario.


Y esto, después de todo, ¿qué tiene de inconveniente? Para los K parecería que nada, ellos me dan la impresión de que no entendieron mal, sino demasiado bien, a Ernesto Laclau. ¿Qué tiene de inconveniente que el choque de la voluntad política triunfante con los malvados de la vida nos obligue a denunciar a los malvados de la vida por oligarcas, golpistas, antidemocráticos, desestabilizadores, destituyentes? Ese es el tipo de conflicto político del que el peronismo tarde o temprano no se sabe sustraer: un conflicto moral, entre buenos y malos, pueblo y antipueblo, nación y antinación. Y la voluntad política triunfal en acción no es menos torva, en su populismo, a la hora de la “conciliación”. La hora de la conciliación, lo sabemos todos, es aquella en la que – o témpora, o mores! – se denuncian las “falsas o artificiales divisiones en el pueblo” y se recuerda que los enfrentamientos “sólo han servido para dividir al pueblo y para que nuestro país se llenara de fracasos y frustraciones”.


Pero, no se trata de que el conflicto constituido en términos populistas sea artificial, porque ningún conflicto lo es. Se trata en cambio de que la voluntad política triunfante precisa inevitablemente (pero con la convicción de que precisa de ello para, justamente, acabar por triunfar de una buena vez y para siempre) re-constituir en términos populistas conflictos de intereses que son, como en cualquier país del mundo, hechos malvados de la vida. Y que podrían ser procesados políticamente de muy diferentes maneras. Es notable la forma con que comienzan ustedes su carta abierta: “asistimos en nuestro país a una dura confrontación entre sectores... históricamente dominantes y un gobierno democrático...”. No creo abusar del texto si afirmo lo siguiente: la alegría se les escapa entrelíneas. “Por fin!”, me parece leer allí, “el tipo de conflictos por los que la lucha política vale la pena”. Pero, me pregunto y les pregunto: ¿“se ha instalado un clima destituyente”? Si se ha instalado (no estoy nada seguro), a quién le cabe la principal responsabilidad por ello? ¿Quién hizo todo lo necesario para “dar lugar a alianzas que llegaron a enarbolar la amenaza del hambre... y agitaron cuestionamientos hacia el derecho y el poder político constitucional...”? Mi respuesta es: el propio gobierno con el que ustedes se alínean. Y ¿por qué lo hizo? ¿Porque el gobierno “intenta determinadas reformas en la distribución de la! renta y estrategias de intervención en la economía”? Creo que cualquier examen serio de los acontecimientos refuta esta interpretación vuestra palmariamente. Si el gobierno se ve hoy frente a este cuadro, no es en razón de sus buenas intenciones redistributivas e intervencionistas sino, o bien por sus graves errores, o bien por decisiones de productividad política populista que mal podrían considerarse errores sino resultados de sus convicciones políticas y normativas.


Lo peor de todo esto es que estamos retrocediendo nuevamente, a pasos agigantados, en el camino que nos lleve, para usar vuestras palabras, “hacia horizontes de más justicia y mayor equidad”. O sea que otra vez los platos rotos del desastre no los van a pagar los malvados de la vida ni los buenos del triunfo de la voluntad. Agregan ustedes que “en la actual confrontación... juegan un papel fundamental los medios masivos de comunicación más concentrados...”. No voy a defender a los medios cualquiera sea su grado de concentración, y ciertamente en muchos casos hubo “distorsión”, “prejuicio”, “racismo”, etc. Pero parecería que ustedes escriben su carta abierta para lectores que no han vivido en la Argentina en estos tiempos, si nos atenemos a lo que todos hemos atestiguado desde que se desató el conflicto hasta hoy: la explicación de que los medios concentrados han tenido un papel determinante en la configuración de los términos del conflicto (como ustedes lo definen en el primer párrafo) es a mi modesto pero leal entender fantasiosa, conspiracionista, y hasta paranoica. No dudo de que la reacción de los grandes medios ante la actividad de un Observatorio será siempre dura (y el documento del Observatorio universitario tiene a mi entender algunos aciertos muy meritorios); tampoco dudo de que la discusión pública, abierta, plural, y alejada del oficialismo, del papel de los medios, sea necesaria. Es ciertamente indispensable. Pero la historia de un gobierno que movido por un valiente impulso de llevar a cabo reformas distributivas y mejorar los modos de intervención estatal en la esfera pública (va un! a chican a: a qué se refieren? Al Indec? al modo de hacer política tributaria? de manejar los recursos fiscales? a las formas de mimar sectores económicos también muy concentrados, a las políticas de regulación que beneficaron a los grandes medios de comunicación masiva y que ustedes conocen muy bien?), sufre, en virtud de ello, la dura confrontación de los sectores históricamente dominantes, confrontación en la que a su vez juegan un papel fundamental los medios de comunicación más concentrados, es un relato que parece extraído de un vetusto manual de historia del peronismo histórico, y no una explicación verosímil de los acontecimientos.


En todo caso, no parecen ustedes haberse esforzado demasiado para diseñar o mejorar los fundamentos de una estrategia política responsable. Quiero decir, una estrategia que permita avanzar hacia “horizontes de más justicia y equidad” en lugar de arremeter hacia fracasos tras los cuales ni ustedes ni yo estaremos entre los principales perjudicados – i.e., los pobres y los excluídos.


En todo caso, ustedes no me parecen esta vez muy coherentes. Dicen que es necesario “discutir y participar en la lenta constitución de un nuevo y complejo sujeto político popular”. Muy bien; pero, ¿adónde están la lentitud, la perplejidad, la prudencia, la mesura, el temple, necesarios? Yo lo que veo en vuestras líneas es otra cosa: es un entusiasmo algo rabioso por el re-advenimiento de un tiempo más o menos épico. Es más, se trata, para ustedes, de introducir premura: “uno de los puntos débiles de los gobiernos latinoamericanos, incluído el de Cristina Fernández, es que no asumen la urgente tarea de construir una política a la altura de los desafíos de esta época, que tenga como horizonte lo político emancipatorio”; y “creemos indispensable señalar los límites y retrasos del gobierno en aplicar políticas redistributivas de clara reforma social” (ah! Bueno. Me parece que se han hecho un embrollo – ahora ven un gobierno retrasado en aquello que, antes nos dijeron, habría sido el disparador de la, según ustedes, más gigantesca coalición reactiva de la que se tenga memoria en Argentina desde las vísperas del 24 de marzo de 1976).


En todo caso, me tomo las recomendaciones de política de ustedes en serio, y me imagino en los zapatos de Cristina Fernández, o de Lula, asumiendo esa “urgente tarea” y al menos con esas instrucciones no me veo nada bien equipado. Pero ustedes aclaran (es un decir) de inmediato que no se trata de “proponer un giro de precisión académica a los problemas” sino de “pasaje a la política”. Creía que, según ustedes, los K ya habían “pasado a la política”. Para mi al menos, sí que pasaron; y luego pasaron de largo.


En todo caso, critican ustedes “las políticas definidas sin la conveniente y necesaria participación de los ciudadanos”. Curioso; el caso del conflicto que nos ocupa sería un buen ejemplo, ¿no les parece? Pero antes habían aludido a lo mismo hablando de “derechos y poder político constitucional para efectivizar sus programas de acción” (constitucional... están completamente seguros? Inconstitucional tal vez no sea, pero me parece un pelín alevoso referirse a la definición de una política tributaria de primer orden nacional, a través de una simple resolución ministerial, posibilitada por el otorgamiento de facultades extraordinariamente extraordinarias al Poder Ejecutivo por el Congreso, en una materia en el que la constitución dice taxativamente que el Ejecutivo no puede legislar ni siquiera bajo aducidos imperativos de necesidad y urgencia).


En todo caso, me pregunto qué tipo de conflicto o conflictos se habrían suscitado (porque sin duda se habrían suscitado) y qué tipo de actores en conflicto se habrían constituído o re-constituído si, en lugar de anunciar el gobierno su resolución ministerial por las retenciones móviles con su perlita del 95% por encima de... (lo que resultó, haciendo más nítido aún el carácter político-simbólico del enfrentamiento, una exacción meramente virtual, ya que los precios no alcanzaron ese nivel), hubiera anunciado (sin remover de inmediato la politica hasta entonces existente, o sea, reteniendo en sus manos las riendas fiscales) su voluntad de enviar al Parlamento un proyecto de ley de renta potencial de la tierra que permitiera reemplazar gradualmente (y no totalmente, estimo) las retenciones, junto a un programa de coparticipación impositiva que estableciera para los sectores productivos medianos y pequeños la esperanza de que una parte importante de los impuestos que pagan contribuya a mejorar la productividad sistémica de sus regiones y de la economía argentina en general.


En todo caso, no ha sido por “instalar tales cuestiones redistributivas como núcleo de los debates y de la acción política” que los sectores concentrados han logrado el respaldo activo de actores sociales que hasta hace poco resultaba impensable que lograra y que el gobierno ve desfondarse su popularidad.

Cierran vuestra carta abierta con un llamado a la creación de un espacio político plural de debate que reuna y permita actuar colectivamente. Asumo de buena fe que el espacio político plural en el que están pensando incluye la controversia franca y abierta y no (como ha ocurrido tan frecuentemente) el silencio.


Buenos Aires, 15 de mayo de 2008


Vicente Palermo
vicentepalermo@gmail.com

ENTREVISTA A JOSÉ MUJICA, SENADOR URUGUAYO

'Creímos que por la vía armada haríamos un mundo mejor, pero sólo se producía desorden'

RAMY WURGAFT
MONTEVIDEO (URUGUAY).- Tras alcanzar la notoriedad por ser el guerrillero que dirigió las operaciones de los Tupamaros, lo que le costó tres años de calabozo, José Mujica, senador de Uruguay y posible candidato a las presidenciales de 2009, se ha transformado en paladín del orden constitucional en su país. Y en el favorito de la clase empresarial como futuro presidente.

El pasado marzo, Mujica dejó el cargo de ministro de Agricultura "para reforzar la bancada oficialista en el Senado", según rezaba el comunicado de rigor. Nadie dio crédito a esa explicación.

'ETA es el testimonio de que los nacionalismos resisten con vehemencia a esa discreta evaporación de las fronteras que ha traído la globalización'

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Todo apuntaba a que Pepe -como familiarmente le llaman- quería dedicarse por entero a organizar los cuadros de su partido, Frente Amplio, de cara a las comicios de 2009.

Pregunta: Los diarios dicen que, junto con el futbolista Mateo Corbo, usted es la persona más popular de Uruguay. ¿Qué espera para proclamarse oficialmente candidato?
Respuesta: Estar en la política es como permanecer en una habitación con mucho ruido, donde nunca se apaga la luz. A un hombre como yo, nacido y criado en el campo, le cuesta soportar la vida pública. Una parte de mi carrera, por llamarla así, fue tumultuosa y extenuante en grado extremo [se refiere al periodo en que formaba parte de los Tupamaros]. Cuando ya me había incorporado al marco formal, recorrí Uruguay varias veces, a lo largo y a lo ancho. Y ahora quieren que este viejo asuma ese nuevo reto...
P: Como descendiente de vascos o navarros, seguramente se interesa por lo que pasa en tierras de sus antepasados. Y se habrá formado una opinión sobre ETA.
R: Creo que eran de Cantabria. Para el caso da igual: yo amo a España por encima de mis raíces y de los pleitos que la dividen. No a la España de charanga y pandereta que menciona Antonio Machado, sino a la de esas pequeñas tascas de barrio y la de esos pueblos mareados de luz, donde la gente se saluda por su nombre.
P: ¿Y qué opina de ETA?
R: ETA es la crónica de un conflicto no resuelto. Ella es el testimonio de que los nacionalismos resisten con vehemencia a esa discreta evaporación de las fronteras -étnicas o geográficas- que ha traído consigo la globalización.
P: El diario 'Wall Street Journal' pone a Uruguay como ejemplo de lo bien que un país puede funcionar, cuando su Gobierno -en este caso, del Frente Amplio- abjura de ciertos dogmas, como el de la socialización de la economía o el intervencionismo estatal.
R: No creo que el buen desempeño de un gobierno esté reñido con la vocación de construir una sociedad razonablemente justa. En Latinoamérica hoy existen gobiernos para todos los gustos, pero ninguno que haya renunciado a procurar comida, vivienda digna y salud a los necesitados. Lo mismo ocurre en los países ricos. (...) No soy partidario de boicotear las importaciones, ni dejar a los agricultores a su suerte, pero tampoco de gobernar con los ojos puestos en la redacción del Wall Street Journal.
P: ¿Cuáles han sido los mayores logros del Gobierno del Frente Amplio?
R: Hemos sido capaces de mantener la disciplina fiscal, reactivar el aparato productivo, atraer inversiones e incluso promover la iniciativa privada sin acrecentar la brecha entre los sectores de mayores y menores ingresos. Junto con Costa Rica, somos el país de Latinoamérica con la distribución de ingresos más equitativa entre el 10% más rico y el 10% más pobre. Propiciamos la recuperación de la clase media, que fue la más perjudicada por la crisis de 2001.
P: ¿Para qué hacía falta esa guerrilla armada que usted organizó junto con Raúl Sendic y Eleuterio F. Huidobro?
R: La reconstrucción de Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, acabó con el Uruguay mesocrático. Cuando una sociedad pasa sin transición de la abundancia a la escasez, el efecto psicológico es devastador. La clase política y el sistema de valores que la sustentaba se caían a pedazos. La ultraderecha se organizaba para llenar el vacío y ante esa disyuntiva juzgamos que había que tomar el poder.
P: A eso se le llama oportunismo.
R: No, a eso se le llama idealismo. Creíamos que por la vía armada construiríamos un mundo mejor sobre las ruinas del viejo orden. Luego resultó que aquel orden era bastante más desordenado de lo que suponíamos. (...) Si la suerte nos hubiera acompañado, habríamos entrado triunfalmente en Montevideo, pero los organismos multilaterales de crédito o los grandes centros del saber tecnológico hubieran quedado fuera de nuestro alcance.
P: Reconoce que el capitalismo derrotó a la revolución.
R: o hago una distinción entre el capitalismo salvaje del sálvese quien pueda y el liberalismo de raigambre humana que postula el fair play como regla básica en las relaciones económicas. Le diré algo que quizás le sorprenda: a los uruguayos, el viejo liberalismo inglés nos trató bastante bien.
P: Estuvo tres años incomunicado en una celda. ¿Cómo logró mantener la cordura?
R: No era un celda sino un pozo. Tuve que aprender a disciplinarme: inventaba herramientas y las perfeccionaba con mi imaginación. Mi única compañía eran las hormigas: aprendí que esos insectos gritan. Lo puede comprobar si acerca una a su oído. También aprendí que el hombre posee inagotables recursos para enfrentar la adversidad. Por eso me duele mucho cuando la gente se siente quebrada y renuncia a la vida.
P: Para muchos latinoamericanos, Estados Unidos sigue siendo el villano de la película. ¿Usted comparte esa visión?
R: Estados Unidos es cómplice de algunos de los capítulos más oscuros de nuestra historia. Y digo cómplice porque la mayoría de las veces fueron los oligarcas o los militares criollos quienes les abrieron las puertas a los marines, a la CIA y a las compañías mineras o frutícolas. (...) No comparto la visión del villano de la película porque con esas clasificaciones nada se resuelve. Además, sería injusto meter en el mismo saco a un líder de la estatura de Martin Luther King con un auténtico desastre como George W. Bush.