miércoles, 6 de mayo de 2009

Jorge Luis y Raul Ricardo, entre otros


Publicado por Ezequiel Martinez el 3/04/09 en "en Minúscula", Blog de la Revista Ñ.

Hace pocos meses recibí en mi casilla de correo un mail de remitente desconocido, encabezado por un asunto que tenía todas las características de un spam: "Pedido insólito", decía. Estuve a punto de borrarlo sin más cuando un click equivocado me hizo abrirlo.

Me encontraba por esos días en México (era mediados de noviembre del año pasado) cubriendo los homenajes a Carlos Fuentes por sus 80 años. La remitente del mail, a quien nunca conocí personalmente, había leído alguna de mis crónicas publicadas en Clarín desde allí, y decidió escribirme. Era Margarita Ronco, la asistente de toda la vida del ex presidente Raúl Alfonsín.

Lo único que pretendía, deshaciéndose en disculpas, era saber si yo podía entregarle en mano a Carlos Fuentes una carta que Alfonsín -aun en su agonía- quería hacerle llegar al escritor para sumar su abrazo fraternal a los festejos. Por supuesto, así lo hice.

Conservo una copia de esa carta por el simple azar de haber sido su paloma mensajera. En sus párrafos finales le escribía Alfonsín al autor de Terra nostra:

"Usted es un intelectual comprometido con su tiempo que no es indiferente a las luces y las sombras de la realidad. Recuerdo nuestras conversaciones al respecto, sus denuncias que expresaban la indignación de un hombre conmovido por la realidad.
Le envío un fuerte abrazo desde este Buenos Aires, donde tantos momentos gratos supo pasar, allá lejos y hace tiempo.
Como dicen en Cuba, 'sigamos acumulando juventud'. A mí me está costando una gran pelea, pero como buen gallego, no aflojo aunque la enfermedad venga degollando...".

Ese era también Alfonsín, un hombre con un apetito intelecual que en la cuesta abajo de su vida, no dejaba pasar por alto un gesto de amistad lejana, pero sincera, hacia un escritor que admiraba.

Después de él, ningún otro mandatario argentino demostró tanto compromiso con la cultura. Tuvimos uno que incluyó en un discurso oficial un comentario sobre su lectura de las novelas de Borges; y otros de mismo apellido que quebraron la tracidión presidencial de asistir a cada inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires, entre otras torpezas y burradas.

Mucho se le endilgó a Alfonsín el desliz de no haber recibido a Julio Cortázar cuando, en diciembre de 1983, el autor de Rayuela caminó por última vez las calles de Buenos Aires. El país, y su presidente recién elegido, vivían una efervescencia donde los asesores del primer mandatario sopesaban otras urgencias.

Sin embargo, apenas asumió, Alfonsín comenzó a prestarle atención a los intelectuales, a recibir a escritores y artistas, a recomponer una cultura amordazada y deshilachada durante años. En el libro Quince años de democracia (Norma, 1998) compilado por el periodista Roman Lejtman, escribe Santiago Kovadloff:

"Luego de que Raúl Alfonsín ganara las elecciones, escritores y artistas fuimos convocados a reunirnos con él en el Hotel Presidente, donde se hospedaba antes de asumir. Recuerdo muy bien la escena: estábamos en un salón amplio, sentados frente a Alfonsín, a una distancia considerable. El, con su mujer al lado, y Jorge Luis Borges frente a ellos. Nosotros rodeábamos a Borges, quien casi apoyaba el mentón en el bastón que tenía entre sus manos. Las manos le temblaban levemente. Alfonsín y Borges parecían Pericles y Sófocles; el paradigma de la cultura".

¿Se acuerdan cómo llamaban a los intelectuales cercanos al gobierno de Alfonsín? "La patota cultural". Prefiero mil veces esas patotas a las que vinieron después.

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