lunes, 4 de mayo de 2009

Reinventar la democracia es hacerla más responsable


La crisis internacional obliga a dar origen a un nuevo ciclo, tan importante como lo fue el del sufragio universal primero y el de la creación del Estado de bienestar más tarde.
Por: Pierre Rosanvallon
DIRECTOR ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS EN CIENCIAS SOCIALES, PARÍS

La democracia? Seguramente todos creemos saber qué es y qué debería ser. Pero sus manipulaciones y sus omisiones nos castigan con la fuerza de la evidencia. Las múltiples disfunciones del sistema representativo, por ejemplo, saltan a los ojos de todos los ciudadanos, nutriendo una atmósfera de desencanto.

Desde siempre, la democracia está bajo tensión, tironeada entre principios constitutivos a veces difíciles de conciliar: el imperativo de idoneidad y la exigencia de proximidad, el número y la razón, la fidelidad a los compromisos del mandato y la reactividad a los cambios, el desarrollo de procedimientos apremiantes para el poder y el ejercicio de una voluntad soberana.Pero es necesario ir más lejos, mucho más lejos. De aquí en adelante, es necesario aprehender la democracia y pensar su desarrollo más allá de los procedimientos electorales.

La crisis económica y social que sacude al mundo invita a reconsiderar en profundidad la forma en que las naciones conciben sus modos de organización y regulación. Torna urgente, en primer lugar, un nuevo enfoque sobre lo que constituye el vínculo social y permite "hacer sociedad" (lo que expresa la gran preocupación por el advenimiento de una "sociedad de desconfianza"). Convoca asimismo a encontrar maneras de incluir más el futuro en el presente y de "representar el porvenir" en forma organizada.

Esta crisis, por ende, no es sólo del orden de una falla que sufrimos mientras esperamos volver a la normalidad. Obliga a pensar más radicalmente en los términos de "una gran transformación".

Un nuevo ciclo debe, pues, abrirse en la vida de las democracias, tan decisivo como lo fueron la conquista del sufragio universal en el siglo XIX y luego la creación de los Estados de bienestar en el siglo XX. Ahora debemos dar a nuestras democracias una base ampliada, con la idea de comprenderlas de otra manera y enriquecer su significado. Hay que reinventarlas.

Tres dimensiones resultan esenciales en este sentido: la extensión de los procedimientos y las instituciones más allá del sistema electoral mayoritario; la aprehensión de la democracia como una forma social; el desarrollo de una teoría de la democracia-mundo.

En primer lugar, hay que empezar por las limitaciones del sistema electoral mayoritario. Éste lleva a multiplicar a los "olvidados por la representación". Es algo que se puede remediar reformando los modos de escrutinio e introduciendo limitaciones ad hoc. Pero no es suficiente. De ahí la necesidad de inventar formas no electorales de representación. Además, el principio mayoritario no puede bastar para fundar las instituciones democráticas. La elección, efectivamente, no garantiza que un poder esté al servicio del interés general, ni que siga estándolo.

Es así como está emergiendo en forma subterránea y de una manera todavía confusa una aprehensión extendida respecto de la noción de voluntad general. Ahora, un poder no es considerado plenamente democrático si no está sometido a pruebas de control y validación que sean concurrentes y complementarias de la expresión mayoritaria. A esto responde sobre todo el fuerte auge de instituciones como las autoridades independientes o los tribunales constitucionales. Aunque en muchos casos todavía no son más que expresiones parciales e inacabadas. Pero solamente se dará un carácter verdaderamente democrático a esas instituciones, a su modo de composición, a sus condiciones de funcionamiento y rendición de cuentas si se las piensa como tales. La idea es, en una palabra, dar vida a una democracia más permanente.

Los ritmos de la vida social se aceleraron mientras que el tiempo parlamentario continúa intacto. Por consiguiente, lo que debe desarrollarse es una nueva cultura de la responsabilidad política. Es hora de definir la democracia como el ejercicio de una responsabilidad permanente y multiforme.

Segundo gran eje: aprehender la democracia como una "forma de sociedad", y no sólo como un régimen. Si no avanza en esa dirección, la sola democracia de los individuos conduce a la anomia o a los separatismos, sean éstos abiertos o encubiertos. Desde ese punto de vista, no siempre conviene hablar de una falla sino más bien de una verdadera "regresión".Las sociedades democráticas comenzaron a deshacerse con el debilitamiento de los Estados de bienestar que habían permitido darles cierta consistencia. Al no haber un nuevo principio que tomara su lugar para reestructurar instituciones de integración y justicia social, las desigualdades crecieron espectacularmente.

No podemos contentarnos, por toda respuesta, con erigir la compasión hacia la exclusión y la situación de los pobres como solución de repuesto. Es necesario revivir las formas generales de la solidaridad. La "cuestión social" y la "cuestión democrática" son ahora indisociables.

En tercer lugar, se impone con urgencia una democracia-mundo, en la forma de una cooperación más activa de los Estados. Es necesario fomentar un debate público abierto y frontal. La democracia-mundo sólo se impondrá con la implementación de elecciones mundiales y se concretará en la forma de una "apropiación" ciudadana.

Copyright Clarín y Le Monde, 2009.

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