jueves, 24 de julio de 2008

Días extraordinarios

Por Pepe Eliaschev


Propongo 14 ángulos para dar cuenta de lo que pasó en estos días extraordinarios:

Derrota concluyente. Lo que patentizó el desenlace legislativo de la aventura gubernamental del impuestazo al campo es una masacre política con pocos antecedentes. Lo que le pasó a Néstor Kirchner en los albores del 17 de julio de 2008 tiene reminiscencias con la paliza que el 30 de octubre de 1983 le infligió Raúl Alfonsín a la fórmula justicialista Luder-Bittel, que patrocinaba la autoamnistía militar. Es un fracaso de enormes consecuencias.

Invicto doblegado. Kirchner ganó sus primeras elecciones como intendente de Río Gallegos en septiembre de 1987, con el 61%. Luego ganó las de gobernador en 1991, con el 61%, y se hizo reelegir en 1995 (65,5 %) y en 1999 (54,7 %). En 2003, abandonó su tercer mandato como gobernador para asumir la Presidencia de la Nación. Si bien en 2003 perdió ante Carlos Menem, el abandono del riojano lo puso en la Rosada. Ganó las legislativas de 2005 y las presidenciales de 2007, donde enrocó con su esposa. Tuvo posiciones de poder desde septiembre de 1987 hasta diciembre de 2007. Muchos años sin perder y sin estar en el llano.

Omnipotencia tóxica. El Gobierno volcó estrepitosamente porque nunca barruntó la posibilidad de perder. Atosigado de autoindulgencia, vivió creyéndose condenado a la victoria. Tanta certeza lo enfermó de arrogancia y soberbia. El oficialismo alergizó a gruesos sectores de la sociedad, hartos de altanería, gritos destemplados y desdenes.

Descalificación sistemática. Nunca creyó el Gobierno desde 2003 que los que pensaban diferente merecían respeto. Mentalizado por el vanguardismo de los 70, cree que quienes no lo apoyan fueron colonizados por el neoliberalismo o por los enemigos de la Patria. Jauretche elemental: opositores son quienes han sucumbido al canto de sirena de la oligarquía.

Mundo fantástico. Adversos a todo criterio colegial de gestión. Néstor y Cristina Kirchner gobiernan en el marco de una restringida capilla desde 2003. Ninguno de ellos ha celebrado jamás un acuerdo de gabinete. Método de gestión de rasgos piramidales notables, en ese microclima, el enrarecimiento del ambiente es natural. Apunados por las moquettes del poder, no supieron aprender de cachetazos anteriores. ¿No creyó Kirchner, acaso, que Carlos Rovira ganaría la reelección eterna en Misiones? Se desconcierta cuando el mundo desmiente sus fantasías privadas.

Desplantes imperiales. La derrota en el Senado es cruel para la Casa Rosada. Apelaron al Congreso como concesión. Se les cayó la casa encima. Habían comenzado mal: no puede ufanarse de cumplir con la ley quien está obligado a hacerlo. Tuvieron que pedir una ley porque los intentos de aplicar el impuestazo rural con una resolución ministerial fracasaron. Llegaron al Congreso por default. Se notó.

Realidad negada. No se quiso ver los cambios monumentales del mundo agropecuario que modificaron por completo estereotipos de décadas. Ni siquiera la visible simpatía que anchos sectores sociales expresaron hacia la producción rural modificó la beligerancia oficialista, que eligió un “enemigo” fantaseado, sin advertir que el esquema tributario del 11 de marzo era claramente resistido en el país.

Lógica fundamentalista. Al manejarse con criterio vertical desde mayo de 2003, la Casa Rosada perdió capacidad de ver. Mecanismo de impacto, extrapola el deseo político interior en lo que –supuestamente– está en condiciones de aceptar el mundo exterior. Esta obliteración de la realidad no perdona: es parecida a los vanguardismos mesiánicos. Si se estira la cuerda de la analogía, el descarrilamiento del Senado es conceptualmente el equivalente pacífico del Monte Chingolo del ERP en diciembre de 1975. Aquella unidad militar fue atacada por la guerrilla del PRT a sabiendas de que tamaña locura estaba condenada a abortar. La vanguardia mesiánica no trepidó, como tampoco el MTP en enero de 1989. El pueblo no estaba con ellos y la derrota era segura; más de sesenta bajas sufrió el ERP en aquella intentona. Acá, por suerte, no murió nadie, ¿pero no se daban cuenta de que los estaban esperando?

Concertación asesinada. No le sirvió de nada al kirchnerismo un zafarrancho de acuerdo supuestamente consensuado con fuerzas no peronistas. Jamás creyó en concertar nada: ahora que desde el kirchnerismo más recalcitrante se habla de Julio Cobos como “traidor” y se evoca el asesinato de Vandor en 1979 (que los Montoneros nunca desmintieron), los fantasmas despuntan. La “concertación” fue un eufemismo, maquillaje de un vasallaje explícito. Como dice con claridad Hebe de Bonafini, “los que se alegran llegaron de la mano de un traidor. Los radicales nunca estuvieron con el pueblo, sino del lado de la oligarquía, de los más ricos, de los más poderosos, entonces no se podía pensar que Cobos no iba a traicionar, estaba ahí sentado esperando meter el cuchillo”.

Transversalidad denegada. Cuando la Juventud Peronista de los 70 enalteció el “trasvasamiento generacional”, Perón los disciplinó con Lastiri, López Rega e Ivanisevich. Trasvasamiento fue para Perón como transversalidad para Kirchner. ¿Binner, Ibarra, Juez, Sabatella? Pamplinas: con el voto de Ramón Saadi, el Gobierno apenas pudo empatar. Sin el catamarqueño, perdía en primera vuelta. Ejercicio de imaginación: ¿se atreverá ahora Kirchner a ir a la Biblioteca Nacional a explicarles a los intelectuales por qué Saadi forma parte del “modelo” de gobierno nacional y popular?

Ideología explícita. Lo que termina por primar son las consecuencias del modo. El modo es la manera, pero algo más que protocolo de cordialidades. Es un compacto estratégico: han creído en la superioridad del maltrato. No es censurable por formalidad, ni tampoco por frívola antiestética de circunstancias. Es stalinismo subdesarrollado: humillo, luego existo. Cuando se lo escucha a Kirchner trastabillar, resulta evidente que lejos de toda pretensión de organizar ideas, lo anima un apetito de poder y una necesidad de hegemonía sin sutilezas.

Duelo terminado. La Argentina agotó su proceso de metabolización del colapso de 2001, cuando cayó el gobierno de De la Rúa. Hasta ahora, el país toleraba o se resignaba a permitir un estilo vertical, presentado como alternativa a la pasividad de que se acusaba a De la Rúa. Anacronismo puro: hoy ya no dan los números para preservar el decisionismo salvaje que acaba de darse un porrazo en el Senado.

Soledad evidente. Desalineado de supuestos aliados estratégicos, el Gobierno llegó a su Cancha Rayada senatorial limitado a apoyos de alarmante chatura: jeques sindicales, coroneles del Conurbano y funcionarios piqueteros. Desde el prestigio y la respetabilidad social, la cosecha es catastrófica: D’Elía, Curto, Moreno, Kunkel, Depetri, Pérsico, Bonafini y Jaime son un seleccionado de pesadilla.

Partidos esenciales. Al margen de rupturas de la disciplina peronista, explicitadas por el bloque justicialista desgajado del Gobierno (Reutemann, De la Sota, Romero, Marín, Solá), vuelve a adquirir visibilidad la proyección territorial y la veteranía parlamentaria de fuerzas opositoras, como la UCR, recuperadas y en condiciones de procurar cursos de acción convergentes con la Coalición Cívica y el Partido Socialista.

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Domingo 20 de Julio de 2008
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