martes, 22 de julio de 2008

ENTREVISTA A JOSÉ MUJICA, SENADOR URUGUAYO

'Creímos que por la vía armada haríamos un mundo mejor, pero sólo se producía desorden'

RAMY WURGAFT
MONTEVIDEO (URUGUAY).- Tras alcanzar la notoriedad por ser el guerrillero que dirigió las operaciones de los Tupamaros, lo que le costó tres años de calabozo, José Mujica, senador de Uruguay y posible candidato a las presidenciales de 2009, se ha transformado en paladín del orden constitucional en su país. Y en el favorito de la clase empresarial como futuro presidente.

El pasado marzo, Mujica dejó el cargo de ministro de Agricultura "para reforzar la bancada oficialista en el Senado", según rezaba el comunicado de rigor. Nadie dio crédito a esa explicación.

'ETA es el testimonio de que los nacionalismos resisten con vehemencia a esa discreta evaporación de las fronteras que ha traído la globalización'

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Todo apuntaba a que Pepe -como familiarmente le llaman- quería dedicarse por entero a organizar los cuadros de su partido, Frente Amplio, de cara a las comicios de 2009.

Pregunta: Los diarios dicen que, junto con el futbolista Mateo Corbo, usted es la persona más popular de Uruguay. ¿Qué espera para proclamarse oficialmente candidato?
Respuesta: Estar en la política es como permanecer en una habitación con mucho ruido, donde nunca se apaga la luz. A un hombre como yo, nacido y criado en el campo, le cuesta soportar la vida pública. Una parte de mi carrera, por llamarla así, fue tumultuosa y extenuante en grado extremo [se refiere al periodo en que formaba parte de los Tupamaros]. Cuando ya me había incorporado al marco formal, recorrí Uruguay varias veces, a lo largo y a lo ancho. Y ahora quieren que este viejo asuma ese nuevo reto...
P: Como descendiente de vascos o navarros, seguramente se interesa por lo que pasa en tierras de sus antepasados. Y se habrá formado una opinión sobre ETA.
R: Creo que eran de Cantabria. Para el caso da igual: yo amo a España por encima de mis raíces y de los pleitos que la dividen. No a la España de charanga y pandereta que menciona Antonio Machado, sino a la de esas pequeñas tascas de barrio y la de esos pueblos mareados de luz, donde la gente se saluda por su nombre.
P: ¿Y qué opina de ETA?
R: ETA es la crónica de un conflicto no resuelto. Ella es el testimonio de que los nacionalismos resisten con vehemencia a esa discreta evaporación de las fronteras -étnicas o geográficas- que ha traído consigo la globalización.
P: El diario 'Wall Street Journal' pone a Uruguay como ejemplo de lo bien que un país puede funcionar, cuando su Gobierno -en este caso, del Frente Amplio- abjura de ciertos dogmas, como el de la socialización de la economía o el intervencionismo estatal.
R: No creo que el buen desempeño de un gobierno esté reñido con la vocación de construir una sociedad razonablemente justa. En Latinoamérica hoy existen gobiernos para todos los gustos, pero ninguno que haya renunciado a procurar comida, vivienda digna y salud a los necesitados. Lo mismo ocurre en los países ricos. (...) No soy partidario de boicotear las importaciones, ni dejar a los agricultores a su suerte, pero tampoco de gobernar con los ojos puestos en la redacción del Wall Street Journal.
P: ¿Cuáles han sido los mayores logros del Gobierno del Frente Amplio?
R: Hemos sido capaces de mantener la disciplina fiscal, reactivar el aparato productivo, atraer inversiones e incluso promover la iniciativa privada sin acrecentar la brecha entre los sectores de mayores y menores ingresos. Junto con Costa Rica, somos el país de Latinoamérica con la distribución de ingresos más equitativa entre el 10% más rico y el 10% más pobre. Propiciamos la recuperación de la clase media, que fue la más perjudicada por la crisis de 2001.
P: ¿Para qué hacía falta esa guerrilla armada que usted organizó junto con Raúl Sendic y Eleuterio F. Huidobro?
R: La reconstrucción de Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, acabó con el Uruguay mesocrático. Cuando una sociedad pasa sin transición de la abundancia a la escasez, el efecto psicológico es devastador. La clase política y el sistema de valores que la sustentaba se caían a pedazos. La ultraderecha se organizaba para llenar el vacío y ante esa disyuntiva juzgamos que había que tomar el poder.
P: A eso se le llama oportunismo.
R: No, a eso se le llama idealismo. Creíamos que por la vía armada construiríamos un mundo mejor sobre las ruinas del viejo orden. Luego resultó que aquel orden era bastante más desordenado de lo que suponíamos. (...) Si la suerte nos hubiera acompañado, habríamos entrado triunfalmente en Montevideo, pero los organismos multilaterales de crédito o los grandes centros del saber tecnológico hubieran quedado fuera de nuestro alcance.
P: Reconoce que el capitalismo derrotó a la revolución.
R: o hago una distinción entre el capitalismo salvaje del sálvese quien pueda y el liberalismo de raigambre humana que postula el fair play como regla básica en las relaciones económicas. Le diré algo que quizás le sorprenda: a los uruguayos, el viejo liberalismo inglés nos trató bastante bien.
P: Estuvo tres años incomunicado en una celda. ¿Cómo logró mantener la cordura?
R: No era un celda sino un pozo. Tuve que aprender a disciplinarme: inventaba herramientas y las perfeccionaba con mi imaginación. Mi única compañía eran las hormigas: aprendí que esos insectos gritan. Lo puede comprobar si acerca una a su oído. También aprendí que el hombre posee inagotables recursos para enfrentar la adversidad. Por eso me duele mucho cuando la gente se siente quebrada y renuncia a la vida.
P: Para muchos latinoamericanos, Estados Unidos sigue siendo el villano de la película. ¿Usted comparte esa visión?
R: Estados Unidos es cómplice de algunos de los capítulos más oscuros de nuestra historia. Y digo cómplice porque la mayoría de las veces fueron los oligarcas o los militares criollos quienes les abrieron las puertas a los marines, a la CIA y a las compañías mineras o frutícolas. (...) No comparto la visión del villano de la película porque con esas clasificaciones nada se resuelve. Además, sería injusto meter en el mismo saco a un líder de la estatura de Martin Luther King con un auténtico desastre como George W. Bush.

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