lunes, 30 de junio de 2008

El imán del pasado

27 junio, 2008 - José Andrés Rojo

En su último ensayo, Rafael del Águila se asoma a los viejos ideales para rascar un poco y contar la cantidad de cadáveres que acumulan en los desvanes. Al recorrer sus páginas, es inevitable acordarse de la imagen del adolescente, rubio y guapo, con la mirada inocente depositada en un futuro lleno de posibilidades, que en la película Cabaret empieza súbitamente a cantar y que poco a poco va incorporando cientos de voces que resuenan como una llamada de lo más remoto para asumir grandes desafíos. Ya se sabe en qué acabó aquello: en los seis millones de judíos que cayeron simplemente por ser judíos y en todas las demás víctimas de unos iluminados que arrastraron a los suyos a la locura de recuperar unas esencias impolutas que se habían perdido. “La nación alemana, la raza aria, exige su derecho a sobrevivir a las agresiones de otras razas inferiores”, escribe Del Águila en Crítica de las ideologías. El peligro de los ideales (Taurus). “El imperativo de la autopreservación es el ideal que justifica cualquier acción en su defensa. La defensa del destino, grande y magnífico, de los arios”.

“Algunos elementos de la queja identitaria tienen mucho sentido”, escribe Rafael del Águila. Existe exclusión, marginación, xenofobia y racismo. Lo relevante, en cualquier caso, es reparar en un impulso que se ha ido imponiendo con fuerza en los últimos treinta años, y que está lleno de peligros. La crisis de las utopías, que se precipitó de forma abrupta tras la caída del Muro de Berlín, ha producido la emergencia de otra estrategia para movilizar a las masas. Puesto que ya no sirve la creencia en la revolución, en el salto en el futuro hacia una sociedad más justa, lo que ahora se impone es la vuelta a un pasado ideal: en palabras de Del Águila, “la recuperación de lo auténtico en nosotros”.

Hay dos motores que alimentan este movimiento. Uno, la idea de que ahí, en un remoto pasado, existió alguna forma de pureza. Y dos, que esa pureza se fue perdiendo por la irrupción del otro. Estamos presos en un proceso de incontenible decadencia, consideran todos esos movimientos que encuentran en el pasado su verdadera patria perdida (nacionalismos, fundamentalismos religiosos, indigenismo...). La solución pasa por rescatar aquella antigua identidad. “Cuando las cosas se extreman”, escribe Del Águila, “lo que no es sino la búsqueda o la defensa de quienes somos se reconvierte en una suerte de ‘técnica’ dirigida a fomentar el sectarismo”.

Viene todo esto a cuento a propósito del sombrío panorama que se desprende de las últimas informaciones que llegan de Bolivia. La llegada al poder de Evo Morales abrió grandes esperanzas: se reparaba una injusticia histórica, la de la marginación de los indígenas en la marcha del país, y se abría una nueva época en la que a los sectores más desfavorecidos podría tocarles una parte mayor del pastel en el reparto de los recursos de una economía que pasaba por unos buenos momentos para generar riqueza. Más que alentar políticas de unidad, lo que Morales ha hecho es radicalizar la legítima reivindicación de reconocimiento de los indígenas para fomentar el sectarismo. Y no hay movimiento fuerte de izquierdas que esté intentando frenar semejante despropósito. Con lo que los sectores vinculados a las nuevas clases emergentes y a los viejos intereses de siempre han visto como se les servía en bandeja la posibilidad de defender “lo suyo”. Un desastre.

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