lunes, 30 de junio de 2008

Es como Chávez, o quizás peor

30 junio, 2008 - Lluís Bassets

La comparación hasta ahora se establecía entre los dos vecinos. Sarkozy y Berlusconi tienen muchas cosas en común, una de las más destacadas su capacidad mediática, de actor uno y de magnate el otro, todo hay que decirlo. También han sabido pulsar algunas teclas similares, no precisamente las más limpias del teclado: el miedo a la inmigración, por ejemplo. Es evidente que Sarko se ha zampado el discurso de Le Pen, pero ha mantenido alejado de las instituciones a su Frente Nacional, y lo ha metabolizado; mientras que el Gran Silvio lo ha hecho con la Liga Norte pero la tiene dentro del Gobierno y le permite todas las iniciativas más extremistas. Los dos tienen también un sentido especial de la libertad económica, que juega sólo en la dirección que les conviene y se hallan en la tesitura de favorecer un cierto capitalismo de Estado que les hace parientes cada vez más próximos de Putin. La democracia soberana, por desgracia, es la moda de la temporada que se avecina, cosa que tiene poco que ver con la tradición de la división de poderes, los checks and balances y la fuerza de la sociedad civil y de sus instituciones, los medios de comunicación entre otras.

Pero lo que quiero comentar aquí se lo oí decir la pasada semana a una colega del periódico, Berna Harbour, y me parece una pista muy atinada: si Berlusconi estuviera en América Latina sería Chávez. Y esto es lo que le diferencia de forma definitiva de Sarkozy. Se dedica a gobernar y su mayoría a legislar para su exclusivo beneficio personal. El interés general es el interés de Sua Emittenza. Si la tentación de Sarkozy, muy francesa, es la de identificarse con la soberanía nacional, gracias a los ciudadanos que le votaron en esa insólita elección directa a dos vueltas que se hace en Francia; la tentación de Berlusconi, a la que ha cedido ampliamente, es poner el Estado directamente a su servicio. Si uno dice ‘el estado soy yo’ en un eco de Luis XIV, el otro considera en una insólita novedad del despotismo salido de la urnas que el Estado es su criado y que tiene todo el derecho a utilizarlo para resolver sus problemas y complacerle.

Los argumentos que utiliza Berlusconi para defenderse tienen tanta fuerza que igual servirían para demostrar que es un criminal que ha conseguido zafarse de la justicia gracias a la política. Según manifestó en una reunión con empresarios la pasada semana se han interesado por sus supuestos delitos 789 fiscales y jueces, ha recibido 587 visitas de la policía y de la guardia fiscal y 2.500 citaciones, se supone que judiciales o policiales. Para enfrentarse a tan formidable ataque, ha gastado 174 millones de euros en abogados, cuyo número no conocemos. Y nunca ha sido condenado porque ha funcionado la prescripción o porque ha conseguido aprobar leyes que han convertido el caso en inviable.

Esto, sin embargo, no es lo más grave que está sucediendo con este Caimán renacido y de colmillos más largos ya afilados que nunca. Las leyes contra los gitanos son el auténtico baldón racista que deshonra a Italia y a esa Europa que lo permite. Por mucho menos hubo una crisis europea cuando el partido de extrema derecha de Jörg Haider entró en el Gobierno austriaco. Y es lo que diferencia de verdad a Berlusconi de Sarkozy y de cualquier otro responsable europeo. Nunca después del fascismo se había llegado a la ignominia de estigmatizar a un grupo humano como está haciéndolo el Gobierno de esta coalición de populistas y radicales de derecha que gobierna Italia. En realidad ni siquiera en Venezuela o Argentina podemos encontrar algo equivalente a esta plaga.

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