lunes, 23 de junio de 2008

REPORTAJE a Santiago Kovadloff

Por Magdalena Ruiz Guiñazu

A lo largo de 15 libros y después de innumerables conferencias, en las que ha explicitado la lucidez de su pensamiento, Santiago Kovadloff llega ahora a las librerías con otro título: El enigma del sufrimiento, una encrucijada que los argentinos hemos transitado ya en demasiadas oportunidades।
—Yo he escrito, y escribo, cuentos para niños, poemas y muchos ensayos. Espero que este libro no sea el último, puesto que el terror de todo escritor, cuando finaliza una obra en la que ha trabajado durante mucho tiempo, es que junto con esa última obra él se despida de la posibilidad de crear. Usted sabe que la inspiración es frágil y, a la vez, indispensable...
—Pero, Kovadloff, en el país en que vivimos, la inspiración no le va a faltar... A veces, uno piensa que para los argentinos es difícil curarse del todo, por no poder cerrar viejas heridas...
—En este último libro, yo intento realzar el sentido fecundo del sufrimiento y lo distingo del dolor al que, en cambio, asocio al puro padecimiento. Aquí intento estudiar la viabilidad o no del tránsito del dolor al sufrimiento. El sufrimiento está asociado con la capacidad que un individuo o un pueblo tiene para elaborar sus dificultades. Y lo llamo “sufrimiento”, porque la huella de lo padecido siempre queda en quien va más allá de lo padecido.
—Y el miércoles 18, por ejemplo, en aquella multitudinaria Plaza de Mayo ¿dónde estaban las huellas del padecimiento?
—Yo creo que una de las grandes dificultades que tiene el oficialismo es la capitalizar los fracasos que la Argentina ha tenido en su transición a la vida democrática. El ex presidente Kirchner ha tratado de decir que, en la actualidad, se enfrentan el presente y el pasado. El asocia el pasado a la protesta que, siendo inicialmente campesina, desbordó hacia las ciudades y se convirtió en protesta ciudadana. En cuanto al presente, el Dr. Kirchner lo vincula con el posicionamiento del Gobierno. Yo creo que es exactamente al revés. Y le explico por qué. Me parece que la demanda de vida constitucional sólida, y de vida parlamentaria fecunda con democratización del debate, es un rasgo distintivo de la protesta que se origina en el campo y pasa a las ciudades. En cuanto al pasado entendido como reivindicación de lo inamovible, de lo intolerante, del autoritarismo, está presente en el discurso de este ex presidente que no conoce los matices de la convivencia. Kirchner está dispuesto a ejercer el poder a expensas del prójimo, y ha hecho de toda diferenciación de sus ideas un signo de hostilidad y de golpismo. La pobreza de los conceptos que emplea para caracterizar a quienes no coinciden con él prueba la densidad de su intolerancia al intercambio de ideas y al ejercicio democrático del poder.
—¿Usted no cree que Néstor Kirchner tiene características adolescentes muy acentuadas?
—¡Bueno, eso que usted dice va en desmedro de los adolescentes!
—¿Por qué?
—Simplemente, porque en los adolescentes la crisis va acompañada de una fuerte angustia, mientras que aquí hay una rigidez que es más bien característica de una adultez dogmática. Es un pensamiento que está más cerca del integrismo que de lo que podríamos llamar una crisis cabal. En la crisis cabal hay matices. De hecho, en la crisis social que vive la Argentina hay matices. Si de un lado están los voceros del ex presidente, como D’Elía, del otro lado, dentro de la comunidad, lo que podemos advertir es un afán de interdependencia entre los que son voceros del conflicto. Nadie quiere tener el monopolio de la palabra. ¡Y esto no es un rasgo del Gobierno!...
—Pero aquí surge (y no sé si usted estará de acuerdo) una especie de síndrome de abstinencia del poder. Daría la sensación de que esto obsesiona al Dr. K. Fíjese que el miércoles, después del acto en la Plaza de Mayo, pensando en que quizás se había cortado la cadena oficial, veíamos a Kirchner solo, en medio del escenario, agitando una Bandera argentina como si fuera un niño. Es, en cambio, un hombre grande que ha sido exitoso, pero que no puede abandonar el escenario...
—Mire, en filosofía hay un concepto, el de solipsismo, que encarna lo que usted acaba de describir. Le explico: el solipsismo es una corriente de pensamiento que caracteriza al individuo que está ensimismado, cerrado en su autorreferencia absoluta. El individuo para el cual, su “yo” es la totalidad de lo real. Este ensimismamiento profundo es muy insular, y caracteriza la formación cultural de individuos que han vivido en el aislacionismo característico de 16 años de administración de una provincia en la que, para afianzarse en el poder, la descalificación del prójimo como interlocutor ha sido esencial. Trasladar estos criterios a una República, pretender hacer de la totalidad del país un escenario monótonamente sometido, es confundir las demandas de un Gobierno intolerante con las necesidades de una República que tiene que crecer.
—Sí, pero ¿cómo crece un país? ¿Siempre tiene que ser a través del sufrimiento?
—Los países crecen capitalizando el dolor. Aprendiendo de sus experiencias y de sus errores. De sus experiencias frustradas. Mire, el gran capital de la maduración cívica es la meditación y el aprovechamiento de los errores pasados. Cuando caemos en el campo de la monotonía (es decir, de la reiteración de los criterios que van desde las entonaciones de voz hasta el repertorio de conceptos machacados), uno advierte que no se está trabajando por el crecimiento, sino por la duración. “Durar” es algo muy difícil de vivir. Es algo muy distinto a vivir. “Durar” es empeñarse en no perder protagonismo aunque la vitalidad del propio posicionamiento no sea rica. Y lo indispensable para poder “durar” es dirigirse al otro como si tampoco quisiera vivir. Como si sólo aspirara a durar. Entonces, una de las estrategias de la supervivencia, como es el prebendarismo, entra en escena para condenar al beneficiario a sostenerse en la duración. No se le habilita la posibilidad, por ejemplo, de crecer y desplegarse. Se lo condena a la inmovilidad de la dependencia. Este discurso paternalista y autoritario es un signo de la tendencia que los gobernantes muestran al aferrarse al pasado y al no aceptar los desafíos del porvenir.
—¿A usted le parece que la pareja presidencial (y me refiero a ellos en estos términos porque el miércoles, cuando los veía abrazarse en el escenario, parecían una pareja monárquica y reinante) comparte estos conceptos?
—Yo pienso que si en la intimidad no los comparten, de hecho, en la vida social y en la manifestación pública, no se advierten fisuras en los dos discursos. Hay una posición fundamental que es el maniqueísmo. Le explico: maniqueísmo es el capital básico compartido. La idea de que uno no está frente a un adversario, ¡sino frente al enemigo! Esta presunción obliga, entonces, a dividir el país en clases sociales, en ideologías irreconciliables y es la manifestación de una profunda pérdida de actualización. En la senilidad no hay nada más penoso que la pérdida del sentido de lo real. Y estas dos personas (Néstor y Cristina), si bien no son viejas, son seniles conceptualmente. ¿Por qué? Pues porque se mueven en un mundo que ya no tiene consistencia real, pero al que necesitan perpetuar para no perder el sentido de su propia identidad.
—¿Y cuál sería, a través de su mirada, la identidad que hoy tiene la Argentina como país?
—Yo diría que el rasgo positivo que advierto en esta crisis es la reivindicación inamovible de la institucionalidad. El deseo de inscribir los conflictos en un cauce institucional es una demanda con que la inmensa mayoría de la gente ha venido a reemplazar (con creces) aquel triste: “¡Que se vayan todos!”. Lo que la gente quiere, hoy, son instituciones. Un marco legal dentro del cual encarar los conflictos, porque la mera sectorialización de los problemas, cuando no se inscribe en el marco institucional, lleva a la democracia directa. Y la democracia directa les quita protagonismo a las inve stiduras de la República. Lo que yo advierto en quienes hoy no están situados en una posición de conformidad con el Gobierno es un enorme anhelo de institucionalidad.
—Sí, parecería ser algo bastante espontáneo, ¿pero cómo analiza la decisión de reanudar el paro que, en realidad, iba a terminar el 18 a la noche?
—¡La decisión de reanudar el paro es una medida tan drástica como la que tuvo la Presidenta al calificar a los dirigentes rurales más o menos como a cuatro caballeros del Apocalipsis! Yo creo que la respuesta que se les debe dar a las decisiones intolerantes es la amplitud y la constante demostración de que el diálogo no puede ser reemplazado por el abroquelamiento en la propia intransigencia.
—También aquí, Kovadloff, se da un fenómeno interesante y es que no hay una oposición vertebrada. La protesta y el enojo se dan, entonces, como usted bien dice, no en el fatídico “¡que se vayan todos!”, sino en un “¡que se queden todos, pero que se queden bien!”.
—Cuando advertimos en la gente una mayor demanda de fortaleza institucional, se le está haciendo directamente un reclamo a la oposición para que se ubique a la altura de las circunstancias y del ejemplo de interdependencia que han brindado las direcciones de las distintas agrupaciones campesinas que han sabido sostenerse en el marco de un conflicto tan profundo sin sufrir un desgaste en su convivencia. ¿Por qué no tenemos una oposición unida? Bueno, precisamente porque se ha privilegiado el liderazgo personal sobre los intereses colectivos.
—¿Usted no cree que la catástrofe de la Alianza también ha gravitado como un golpe casi mortal al pensamiento político?
—Creo que no, porque la estructura de la Alianza fue totalmente oportunista. La Alianza se vertebró para ganar una elección y no para sostener en el poder un ideal de convivencia. De hecho, apenas ganó las elecciones, se desintegró. Yo creo que ahora la situación es distinta. Hoy no estamos buscando una alianza oportunista para derrotar al oficialismo en las elecciones venideras. Estamos buscando una alternativa en la concepción del poder político. Y esa alternativa tiene, como signo distintivo, la demanda de consistencia institucional. Esto es lo que estamos pidiendo. En una palabra, que la vida institucional esté convalidada como el escenario exclusivo de la disidencia y de la coincidencia. Sólo un proyecto de mediano y largo plazo en la concepción de lo político puede ayudar a que el país se vertebre de verdad –Kovadloff se detiene, piensa y retoma con vehemencia–. Fíjese usted, lo que necesitamos es una oposición que venga desde el porvenir hacia el presente. Es decir, desde un ideal de futuro hasta una actualidad que se muestra muy difícil en función de ese ideal. ¡Hoy, la oposición está conceptualmente exigida por esta demanda popular que pide más civilidad y no necesariamente más poder!
—Más civilidad, pero también (algo muy interesante) más presencia de la Constitución...
—Es el centro de la demanda de más civilidad. La demanda de una vida constitucional rica es la que permite que el Parlamento tenga una vida real, y no de ficción. Hoy en día, estamos amenazados por la posibilidad de ver desplegado en el Parlamento un concepto de institucionalidad ficticia. Porque al estar los legisladores del oficialismo sometidos a una demanda de obediencia no crítica con respecto al Poder Ejecutivo, no contribuyen a otra cosa que a fortalecer la vida espectral del Congreso.
—Quizá dentro de esta tristeza haya algo saludable, y es que los legisladores tendrán que rendir cuenta, frente a sus votantes, de su desempeño en la banca. El país estará muy atento a lo que, a su vez, voten los legisladores...
—Es muy posible, pero esto también llevaría a una crisis muy profunda de la demanda del Poder Ejecutivo y las exigencias de la población que otorgó representatividad a los legisladores. Ojalá haya espacio para la reconsideración crítica de esta posición rígida con la que el Ejecutivo quiere que se encare el problema de las retenciones. Yo no soy muy optimista en cuanto a los resultados, porque me parece que si los legisladores aspiran a perpetuar su representatividad y el valor de su investidura, tendrían que haberse preparado a lo largo de mucho tiempo para reconsiderar lo que han hecho hasta hoy. Si actúan de un modo imprevisible para el oficialismo, es porque no han hecho otra cosa que intentar salvar su propio papel. Yo desearía más bien que la consideración de estas cuestiones, prolongándose en el tiempo y dando lugar a una reflexión madura, evidencie posiciones que no sean puramente circunstanciales.
—Es un toque de atención a la conciencia de cada uno. No sé si usted, cuando en su libro habla de sufrimiento, eso implica el esfuerzo por mantener una conducta coherente, llamémosle “moral”...
—Estoy de acuerdo. A mi visión del sufrimiento se asocia esta idea del esfuerzo que realiza un individuo para capitalizar sus padecimientos, para poder inscribirlos en un marco de aprendizaje. Una persona sufrida no es una persona doliente.
—¿Cuál es la diferencia?
—Una persona sufrida es aquella que evidencia las huellas que en ella ha dejado el duro aprendizaje que le impusieron el dolor y la adversidad.
—¿Usted definiría a la gente que fue el miércoles a la Plaza de Mayo como una masa sufriente o dolida?...
—Era una masa doliente, porque no era la demandante del discurso que se le destinó, sino la destinataria pasiva de la mayor parte del discurso que escuchó. Las voluntades se pueden comprar, y el precio se nota.
—¿Esto implica carencia de dirigentes?
—Sí, lógicamente. Mire, el gran “triunfo” de la dictadura militar fue haber vaciado de significación la vida cívica. La vida constitucional. Y no nos hemos repuesto de esto pese al enorme esfuerzo que realizó el gobierno del Dr. Alfonsín para transitar del autoritarismo a la vida democrática. El proceso no se pudo cumplir porque se privilegió la disputa por el poder, y no por el afianzamiento de la República. Entonces, esta carencia de líderes puede ir paliándose lentamente a medida que la demanda de otra calidad de liderazgo provenga no de los partidos, sino en dirección a los partidos. Y esto es lo que está ocurriendo hoy. Poco a poco, la exigencia de más calidad cívica y de una mejor vida constitucional está viniendo de las bases, de las clases medias que están pidiendo otro modo de gestionar lo político.
—Uno no puede dejar de pensar en las lecciones de la Historia. Por ejemplo, los países europeos, después de una terrible Segunda Guerra Mundial, ¿cómo se rehicieron? ¿Cómo apareció gente de transición como Adolfo Suárez en España después de la muerte de Franco? ¿Qué ingredientes mezclaron esos países para que aparecieran estos políticos?
—Bueno, comprendieron la esterilidad de los caminos que habían recorrido hasta ese momento. Y esto es fundamental: entender que transitando por el camino en el que veníamos no nos podemos encaminar hacia donde debemos. ¿Cuál es la dirección, entonces? En el orden nacional, regional y planetario, la demanda de la época es integración y convivencia. Esta es la gran demanda que está en el corazón de los desafíos del siglo XXI. Integración y convivencia significan entender que, en mi relación con el prójimo, constituyo mi identidad y no la subordino a mi poder, y constituyo mi poder si lo integro a mi identidad. Entonces, no tenemos todavía en la Argentina una cultura planetaria, capaz de inspirar estas soluciones nacionales. Y digo “cultura planetaria” porque significa una concepción de lo que la vida en el planeta está pidiendo en el presente, para que podamos aplicarla concretamente a nuestro país. Nuestro país necesita integración en el orden regional, provincial. Necesita federalismo, que es la expresión acabada de la convivencia en el nivel planetario. Es indispensable estar unidos, pero respetando las diferencias. Si no se respetan las diferencias, no hay unidad posible.

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