sábado, 31 de enero de 2009

Estados Unidos vuelve al mundo


Tomás Eloy Martínez
Para LA NACION

Se ha señalado mucho, pero no lo suficiente, que los ocho años del gobierno de George W. Bush dejaron como legado una crisis económica mayúscula que evoca los desastres de la Gran Depresión, así como la destrucción de los valores morales sobre los cuales se construyeron el respeto y la influencia que los Estados Unidos ejercieron en el mundo durante los dos siglos anteriores. Menos, en cambio, se han observado los daños definitivos que esas catástrofes han infligido a los sueños de hegemonía que los Estados Unidos tuvieron en las manos después de la caída de la Unión Soviética, en 1989.
Bush destrozó algunas de las creencias básicas que su país había logrado exportar al mundo durante el siglo XX. La supremacía de la paz como mejor forma de vida de los pueblos, por ejemplo, sucumbió el día en que inventó el concepto de "guerra preventiva". También se acabó la fe en el libre mercado como argumento para mejorar la vida de los individuos. Mientras tanto, China, que cultiva un capitalismo heterodoxo y cuyo gobierno dista de ser democrático, sigue siendo un modelo alternativo, aunque ya no esté creciendo a paso de atleta. La importancia de las Naciones Unidas como un concierto de los grandes poderes para buscar la pronta resolución de conflictos -tal como la concibió, entre otros, Franklin D. Roosevelt-, se vino abajo desde que Bush padre impuso el unilateralismo en la Guerra del Golfo.
Nunca la imagen de los Estados Unidos en el mundo había caído en un foso tan hondo. La desconfianza que el anterior inquilino de la Casa Blanca despertaba hace un año entre los ciudadanos de los países europeos superaba el 85%, y siete de cada diez norteamericanos creían que, en comparación con el pasado, los Estados Unidos habían perdido el respeto mundial, según encuestas de Pew Global Attitudes.
Los estudiantes universitarios que intentaron ir a residencias de intercambio el último invierno austral -antes de la crisis- tropezaron con hostilidad, disgusto y negativas inapelables. Dos amigos que asesoran a franceses y alemanes en la compra de obras de arte fueron rechazados con gestos de desconfianza. Los turistas insolentes de sombreros de paja, bermudas y grandes anteojos de sol que invadían el mundo con sus puñados de dólares ya ni siquiera desembarcan de los cruceros, por miedo a los epítetos con que se los recibe en los puertos.
El efecto está durando más tiempo que el gobierno de Bush. Una medición de Gallup sobre el liderazgo norteamericano, hecha en 139 países, muestra que la antigua hegemonía se está cayendo a pedazos. Barack Obama lo sabe. En su discurso inaugural, el 20 de enero, apeló a interlocutores de todo el mundo: "Con viejos amigos y antiguos contrincantes, trabajaremos sin descanso para reducir la amenaza nuclear y hacer retroceder el fantasma de un planeta que se calienta". A la vez, abrió el diálogo con dos temas que el ex presidente había cerrado. "Al mundo musulmán", "a aquellos que se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño", "a los pueblos de las naciones más pobres".
De todos modos, su mirada sigue siendo imperial, como ha sido la de todos los que gobernaron su país en los últimos cien años: "Sepan que los Estados Unidos son amigos de cada nación y de cada hombre, mujer y niño que persigue un futuro de paz y dignidad. Sepan que estamos listos para asumir el liderazgo una vez más".
La idea del destino manifiesto de los Estados Unidos, surgida en tiempos de la anexión territorial del Oeste e invocada tantas veces por Theodore y Franklin Roosevelt, por Ronald Reagan y por Woodrow Wilson, se mantiene, aunque parezca hoy una aspiración insensata. Es la historia de la aspiración norteamericana a ejercer el control sobre toda América, desde la Doctrina Monroe (1823) hasta el reciente Plan Colombia, modificada por la Guerra Fría. "La intención de proteger a los países de todo el mundo del comunismo -escribieron Toni Negri y Michael Hardt en Imperio - llegó a ser una actitud indistinguible de la pretensión de dominarlos y explotarlos con técnicas imperialistas." El ejemplo más patente es Vietnam, pero en América latina conviene recordar Bahía de Cochinos, el Plan Cóndor, la invasión de Granada y de Santo Domingo y el escándalo Irán-contras, entre innumerables intervenciones, invasiones y despojos.
Cuando la Unión Soviética se derrumbó bajo el peso de su propia tragedia política, los Estados Unidos se impusieron no sólo como potencia mayor, sino como la única capaz de hacer valer el derecho internacional. Así asumió el poder de policía global. Bush padre proclamó el nacimiento de un "nuevo orden mundial" y Bill Clinton habló de "multilateralismo asertivo", un eufemismo para decir que lo establecido por su país debía ser aceptado por todos.
La contribución del segundo Bush, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, fue declarar una "guerra contra el terror". La primera baja de esa guerra fue, precisamente, el derecho internacional. También algunos valores básicos, como el respeto a la vida, la integridad física, la defensa en juicio, la privacidad, la verdad. En 2006, su partido perdió la mayoría parlamentaria. Y en 2008, las elecciones presidenciales.
En Afganistán, donde la Operación Libertad Duradera comenzó en octubre de 2001, todavía no se ha encontrado a Osama ben Laden y la resistencia de los talibanes continúa amenazante. En Irak, donde Saddam Hussein no poseía armas de destrucción masiva ni había apoyado a Al-Qaeda, hay 160.000 soldados que intentan infructuosamente contener la guerra civil desencadenada por la invasión, a un costo de 300 millones de dólares diarios y una cifra indeterminada, pero cercana al millón, de iraquíes muertos. El resto del "eje del mal" despidió a Bush con sus armas nucleares intactas (tal es el caso de Corea del Norte) e Irán ejerce una influencia cada día mayor en el polvorín de Medio Oriente.
La nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton, aseguró que su objetivo es "renovar el liderazgo norteamericano" en un mundo que ha sufrido "una extraordinaria transformación" y enfrenta ahora "un gran peligro". Su papel en el gobierno de Obama comenzará por renovar la influencia del Departamento de Estado, recortada durante los dos gobiernos de Bush, quien prefirió destinar 500.000 millones de dólares a gastos de defensa (el mayor presupuesto del mundo, diez veces más que el Reino Unido) y 36.000 millones a las relaciones exteriores. Hillary Clinton quiere instaurar una "diplomacia que mejore nuestra seguridad, promueva nuestros intereses y refleje nuestros valores" .
Esos valores son los que Obama prometió recuperar en su discurso inicial. Resumió el problema en pocas palabras: "Rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales". Sus primeras medidas de gobierno tienden a recordar cuáles son los ideales perdidos. Ha ordenado el cierre de la vergonzosa prisión de Guantánamo y las cárceles que aún mantenían los servicios secretos. En su primera reunión con el secretario de Defensa y con el comandante de las tropas en Medio Oriente, les ha pedido que formularan propuestas que permitan una retirada de Irak rápida y responsable.
"Nuestros padres fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, redactaron una carta para garantizar el imperio de la ley y los derechos humanos", dijo el 20 de enero.
Ya no es suficiente que el nuevo gobierno exija respetar la ley y los derechos humanos. Después de tanto prestigio dilapidado, Estados Unidos ya no está en condiciones de dominar un mundo donde hay otros gigantes como China que, tras la caída de Wall Street, prefiere ser cautelosa en extremo con su asistencia financiera, y donde acecha Rusia, que no le perdona a Washington haber sido excluida de la OTAN.
Como Angela Merkel, José Luis Rodríguez Zapatero y Gordon Brown, también Nicolas Sarkozy celebró la asunción de Obama, pero dejó ver en la fiesta que no tiene pelos en su afilada lengua francesa. "Dejemos algo en claro", dijo. "En el siglo XXI, ya no existe una nación que pueda decir qué se debe hacer o qué se debe pensar".
Muchas naciones son menos poderosas que las corporaciones económicas o las organizaciones no gubernamentales. Si quiere mantener la primacía de su país o no perderla por completo, el presidente tomará en cuenta que nuevas circunstancias y nuevas ideas están moviendo al mundo.
"Los Estados Unidos no pueden resolver solos los problemas más urgentes, pero el mundo tampoco puede hacerlo sin los Estados Unidos", sintetizó Hillary Clinton. Es así ahora y seguirá siéndolo mientras el carisma y la inteligencia de Obama se abran paso en el terreno que perdió la torpeza de su marchito predecesor.

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