miércoles, 6 de agosto de 2008

Tony Soprano, jefe insurgente


06 agosto, 2008 - Lluís Bassets

No se puede hablar de guerra civil en Irak. Tienen razón Bush y sus amigos. La cruda realidad es mucho peor. En Irak ha habido una escalada de varias guerras, civiles casi todas ellas y difíciles de enumerar y numerar, expandiéndose en el marco más amplio de otras varias guerras que están a punto de estallar en toda la región. Ha habido una guerra de la insurgencia árabe suní contra las tropas americanas, a las que consideran una fuerza de ocupación a desalojar. Está el terrorismo de Al Qaeda, dirigido contra Estados Unidos por una parte y a instigar el enfrentamiento entre chiíes y suníes por el otro. Hay una guerra, ésta plenamente civil, entre chiíes y suníes, en forma de atentados, matanzas en masa y asesinatos singulares. Y también una guerra civil chií dentro de la guerra civil, entre el ejército de El Mahdi de Múqtada al Sáder y la Brigada Badr del Consejo Supremo de la Revolución que dirige Abdul Aziz al Hakim. También hay una panoplia de bandas criminales, confundidas con los grupos terroristas y los insurgentes, que se dedican a saquear, secuestrar y matar como el que más. Y la policía y el ejército iraquíes, infiltrados y divididos por las fronteras sectarias, que ponen de su parte, al igual que los servicios de seguridad de los distintos ministerios.

Basta leer el informe del Grupo de Estudios sobre Irak, publicado a finales de 2006, para enterarse de esta tenebrosa realidad, entre muchas otras realidades tenebrosas. El informe acude al humor de un anónimo funcionario americano para caracterizar esta multiplicidad bélica que prolifera en Irak: "Si en Nueva Jersey hubiera fuerzas de ocupación, Tony Soprano sería un líder de la insurgencia". Y sin embargo, la precisa pero a la vez delicada pluma de James Baker y de Lee Hamilton, los dos copresidentes del GEI, no habla ni una sola vez de guerra civil en Irak, hasta tal punto levantaba ronchas esta expresión y causaba daños morales en la moral de los americanos. Pero su diagnóstico no puede ser más sombrío y pesimista. Hay otra guerra civil musulmana que puede declararse en todos los países donde conviven las dos grandes ramas del islam, lo que significa todos los países del Golfo, pero también Afganistán y Pakistán, además de Líbano. Como hay una guerra civil palestina que ha conducido al control de Gaza por Hamas y el de Cisjordania por Al Fatha. Y está, por supuesto, la guerra mayor y antigua, continua e intermitente, que nunca ha dejado apagar sus rescoldos y se despliega de nuevo una vez y otra en distintas direcciones a partir del conflicto palestino-israelí. A intervalos regulares, la prensa israelí asegura que Siria está preparándose para la eventualidad de entrar en combate.

Sin embargo el peligro más serio no tiene fronteras con el Estado israelí y lo constituye el régimen de los ayatolás de Irán, con su amenaza nuclear ya en marcha y la amenaza ideológica y moral de su negacionismo de la exterminación de los judíos en Europa por parte de Hitler, el Holocausto. Israel, por su parte, no se quedó corta y creó un ministerio de Amenazas Estratégicas, con un ciudadano de origen ruso y de ideas extremistas y xenófobas en su frente. Y ha hecho algo todavía más grave: no se sabe si voluntariamente o por descuido, ha permitido por primera vez que brillaran descaradamente los dientes de sus 200 cabezas nucleares.

Tienen razón Bush y sus amigos. No es una, son varias. Y hay una amenaza de guerra generalizada en toda la región, que se agrava cada día que pasa sin que cambie el rumbo de la intervención americana. "El tiempo se está acabando", dice con discreta alarma el informe de Baker. Pero Bush nunca ha tenido prisas y no le gustó ni una pizca que el informe contuviera requerimientos y plazos. La primera de sus 79 recomendaciones ponía fecha precisa: antes del 31 de diciembre de 2006 Estados Unidos debía lanzar una Nueva Ofensiva Diplomática para empezar a resolver la crisis de toda la región. Fue la primera ocasión para comprobar hasta qué punto desobedece la pauta que le marca quien ha sido el consigliere suyo y de la familia en tantas ocasiones comprometidas, como fue el caso de la propia elección presidencial en Florida.

Bush es el "externalizador en jefe", según le llamó Paul Krugman en una provocativa columna del Times de Nueva York. El informe Baker-Hamilton fue una excelente ocasión para comprobar si su pereza política e intelectual le llevaba incluso a externalizar la presidencia en manos de los consejeros de su padre. No se atrevió del todo, pero echó a Rumsfeld; nombró a uno de los autores del informe, Robert Gates, para sustituirlo en el Pentágono y luego, discretamente, sin que se notara, ha ido aplicando algunas de esas recomendaciones tan desagradables y difíciles de escuchar. No hay nada más amargo que verse obligado a seguir el consejo que no se ha pedido

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