domingo, 13 de julio de 2008

Encrucijadas de la centroizquierda

Con la bandera de los derechos humanos, la renovación de la Corte y su discurso setentista, el primer kirchnerismo logró enamorar a buena parte del arco "progre". Pero el abrazo con el PJ y los deslices autoritarios que siguieron a la crisis con el campo provocaron rupturas y actualizaron una pregunta incómoda: ¿qué es hoy ser progresista?
Por Laura Di Marco 13 de julio de 2008

Contra Menem estábamos mejor", dice un chiste que circula por ahí y que resulta muy funcional a la hora de explicar por qué intelectuales y políticos que, en los noventa estaban unidos y en bloque, enfrentando al neoliberalismo de Carlos Menem, que encarnaba al perfecto enemigo, hoy están dispersos entre "progres" alineados, moderados y abiertamente enfrentados al oficialismo K. En una palabra, si en los noventa lo progresista era simplemente oponerse al neoliberalismo, en la era K las cosas no son tan fáciles. Y parecen serlo menos todavía después de la pelea con el agro, donde el mapa de la centroizquierda volvió a reconfigurarse una vez más entre los que quedaron de un lado y del otro de la línea divisoria frente al mundo K.

Recordemos: en aquella, ya vieja, postal de los noventa decían whisky juntos, y para la misma foto, intelectuales como Beatriz Sarlo y José Pablo Feinmann, hoy enfrentados pública y duramente por la interpretación del modelo K; políticos como Aníbal Ibarra, Lilita Carrió, Eduardo Macaluse, Martín Sabbatella, "Chacho" Alvarez, la CTA de Víctor De Gennaro y Claudio Lozano y todo el arco de las ONG anticorrupción y entidades defensoras de los derechos humanos: todo ese bloque está hoy enfrentado, algunos con el kirchnerismo; otros, entre sí: la larga pulseada con el campo parece haber empujado al amplio espectro progresista a las definiciones políticas concretas y a producir diagnósticos sobre el ahora. Las batallas en la izquierda democrática se actualizaron con las múltiples y opuestas lecturas para interpretar el mismo conflicto. Un conflicto que desnudó el hecho de que la mirada común sobre el pasado ya no resultaba suficiente.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué un gobierno que reclama para sí la calificación de progresista -y que muchos ven de ese modo- terminó fragmentando y confundiendo a la misma centroizquierda que quería volver a enamorar, después del fracaso de la Alianza?

Los voceros políticos del kirchnerismo más leal no ven errores en nada durante la última pulseada con los "estancieros", como le gusta decir a la Presidenta; sí ven, en cambio, que esta batalla sirvió para demarcar bien la cancha. Señaló dónde están los propios y los ajenos, unos y otros. Acercó más a los "nuestros" e hizo visible a una especie de progresismo "bobo", discursivo, de café, sin sustancia. Así lo describe, en nombre de los K más puros, el politicólogo y funcionario Juan Manuel Abal Medina: "Muchos no tuvieron el coraje de definirse refugiándose en llamados intermedios al diálogo. Además de esa centroizquierda discursiva, hay un progresismo gorila, que cuando ve un morocho, se pone mal".
Aguas divididas

El periodista y escritor Jorge Sigal, proveniente de una familia comunista y conocedor de los avatares progresistas, también cree que la pulseada con el campo dividió aguas, pero en un sentido diferente. El kirchnerismo, dice Sigal, siempre fue como un hijo extramatrimonial: tiene algunos componentes genéticos en los que el progresismo se reconoce -básicamente, la política hacia los derechos humanos del pasado-, pero fue educado fuera de la familia; pertenece a otra cultura.

Sigal es uno de los que pregunta: "¿Moyano y D Elía son los nuevos referentes de la política progresista argentina? Aníbal Ibarra o Luis Juez podían aceptar a un líder como Carlos "Chacho" Alvarez -que se ofrecía como referente del posperonismo-, pero difícilmente puedan digerir el discurso violento de D Elía. Ese sector no puede soportar el viejo verticalismo peronista. ¿Cómo van a aceptar que la Federación Agraria, tradicionalmente vinculada a la izquierda, sea ahora, como afirma el Gobierno, expresión de la oligarquía? ¿Por qué deberían creer que Aníbal Fernández o Díaz Bancalari o Curto son ahora partidarios de la reforma agraria?"

Precisamente, en este mapa nuevamente reconfigurado de la izquierda democrática, aliados independientes del kirchnerismo, como el socialista Hermes Binner, el cordobés Luis Juez o el frentista Aníbal Ibarra tomaron distancia del Gobierno. "A mí no me van a venir a convencer de que 44 es el número mágico, y que 41 es ser un traidor a la patria -dirá Ibarra a este diario, en alusión a la discusión por el porcentaje de las retenciones agropecuarias-. Acá ya no hay un tema de objetivos sino de poder y esto se vio claramente cuando el Gobierno no defendió a Luis Juez en la elección que le robaron, y apoyó a Schiaretti, aunque esté lejos del progresismo."

En esa batalla por el poder que ve Ibarra, antiguo aliado estratégico del kirchnerismo en la Capital, no sólo se escucha ahora el crujido del progresismo sino el del propio PJ, ya no tan obediente con sus jefes K. Es que cuando el tiburón ve sangre, dice Ibarra, va y ataca. El desgaste innecesario del Gobierno con el conflicto del campo dañó fuertemente el vínculo con la sociedad. Ibarra duda de que esa relación pueda recomponerse algún día.

Pero, ¿por qué el kirchnerismo se termina refugiando en el aparato del PJ y no pudo construir -hasta ahora, al menos- un posperonismo capaz de incluir al progresismo no peronista? ¿Por qué la irrupción del campo, como inesperado actor de peso en el escenario político argentino terminó de tensar aún más este escenario confundido? ¿Qué sería ser progresista hoy, cuando ya no está el "enemigo deseado", como Sigal llama a Menem?

El econonomista de la CTA, Lozano, se niega directamente a tildar de progresista al Gobierno y su argumento hace blanco en el centro mismo de todas las justificaciones del kirchnerismo en su batalla por las retenciones: la igualdad social, valor central por el que puede definirse a la izquierda y por el cual el oficialismo defendió públicamente su guerra contra el campo. Es que para este referente de la CTA -central sindical que no ha sido reconocida por el kirchnerismo, pese a su clara definición progresista-, "el crecimiento económico del modelo K no sólo se asentó sobre la base de la desigualdad social sino que la ensanchó".
Y, vos, ¿de qué lado estás?

Para complicar aún más un universo de por sí complicado, tenemos el caso de quienes se sitúan en el campo de la centroizquierda -adhiriendo, incluso, a valores clave de esa tradición, como es la reivindicación del rol del Estado en la redistribución de la renta-, pero están en otros espacios, nuevos, o poco tradicionales, o directamente opuestos, a priori, al campo progresita.

Pero entonces, ¿por dónde pasa ser progre hoy? ¿Es la ética lo que importa, la alianza de las conductas, como sostiene Lilita Carrió, en un país con altos niveles de corrupción y en búsqueda de calidad institucional? Sigal agrega: "Hace poco, viendo un documental sobre Chile, algo me terminó de quedar claro: la clave en Salvador Allende fue su ética y su moral. Es decir: no se puede ser progresista y tener de funcionarios a ciertos personajes del PJ bonaerense".

El debate sobre la forma de construir y los objetivos enciende pasiones en el campo "progre" y es una de las verdaderas claves de la pelea de fondo. El peronismo kirchnerista y sus intelectuales afines declaran que postular una construcción política totalmente nueva resulta utópico y hasta apolítico porque también, dicen, se construye con escombros.

Pero, ¿cuál sería el porcentaje de toxicidad política permitido para preservar la "pureza" del proyecto popular? Abal Medina define: "Dividir la política entre buenos y malos, ángeles o demonios, no es progresista ni conservador: sencillamente es premoderno. Justamente, porque la política moderna supone la aparición de la ideología, y la formulación de un sistema de ideas para formular un proyecto".

Macaluse cree que la ética no es suficiente y su ruptura con Carrió tiene que ver con eso: en el ARI autónomo le cuestionaban a Lilita los coqueteos con López Murphy o la inclusión de otros políticos de centroderecha. Macaluse coincide con Sabbatella en la idea de que los medios no sólo son importantes sino que van configurando el fin. Da un ejemplo: "No vale pelear por la redistribución de la riqueza usando el clientelismo". En una palabra, el sector de la centroizquierda no peronista está convencido hoy de que el kirchernismo nunca va a ampliar su base progresista usando el aparato del PJ para la construcción política.

El ministro de Educación de Mauricio Macri, el pedagogo Mariano Narodowski, que viene de la experiencia de la Alianza de "Chacho" Alvarez (en su primera adolescencia estuvo en el PC). "Yo soy judío, enseño a Foucault, leí a Marx, me analizo; es decir, califico en todas para reconocerme en esa cultura, en la que reconozco."

Narodowski explica en sus propios términos por qué hoy se puede ser progresita y estar con Macri: "La inclusión social debe darse a través de políticas concretas, no sólo en lo lexical: entre 2000 y 2007, en las administraciones supuestamente progresistas de Ibarra y Telerman, creció un 16 por ciento la educación privada y sólo un 3 la educación estatal: ¿es eso progresita? Nosotros aumentamos un 30 por ciento el presupuesto para un plan dirigido al sur de la ciudad para lograr retener más años en la escuela a los chicos más pobres, ¿no es eso progresista"?

La calidad democrática también es, para el ministro de Macri, un indicador para medir el grado de centroizquierda en sangre. Y desde ese punto de vista -dice- oponerse duramente nunca puede ser leído en términos de golpe de Estado.

Un peronismo dicotómico y cenil. De eso habla el escritor y filósofo Santiago Kovadloff para explicar la fractura del progresismo, que no quiere cederle la calificación de "progresista" a un "peronismo dicotómico y senil", que usa categorías viejas para explicar fenómenos nuevos. "Así como no puede categorizar a un sindicalismo progresita, porque no cuenta con los dispositivos conceptuales necesarios, termina confundiendo a De Angeli con la oligarquía y a la clase media urbana y campesina con un movimiento conservador. En lugar de ver que existen transformaciones que están surgiendo a partir de las clases medias urbanas y rurales, ve una derechización y un complot antidemocrático. Hay una idea de que, en la clase media, está el germen del mal; un prejuicio que se asemeja mucho a la creencia de que los judíos siempre están en alguna conspiración internacional", reflexiona.

Kovadloff le apunta al grupo de intelectuales nucleados en el Foro Gandhi, quienes, precisamente, vieron en el desarrollo del conflicto con el campo el surgimiento de una "nueva derecha", en la que incluyen a los medios de comunicación, alianza que, según diagnostican, empuja un "clima destituyente". El filósofo Ricardo Forster lo puso blanco sobre negro esta semana: aquí se están debatiendo dos proyectos de país, afirmó, mientras que la "ficción mediática" muestra a "buenos ciudadanos pidiendo diálogo" y, por otro lado, a "personajes de piel oscura, como sátrapas de la política".

En este punto, no está de más tener en cuenta que, aun los aliados del espacio progre que quedaron del "lado correcto", según la escala de valores de Abal Medina, cuestionan -y mucho- las formas que eligió el Gobierno para debatir con el campo; no las razones políticas de la pelea, ni el contenido en sí. Tal es el caso del intendente de Morón, Martín Sabbatella, y de "Chacho" Alvarez, que todo lo miró desde afuera, pero con muchas críticas que masticó en silencio. Sabbatella, por ejemplo, dirá: "Este gobierno es progresista porque sigue parte de nuestra agenda. Compartimos el piso, pero no el techo, que tiene como cepo al PJ". El moronense delimita a sus aliados naturales entre dos coordenadas políticas: el kirchnerismo no pejotizado y el ARI no derechizado.

Pero desde el bloque Solidaridad e igualdad -el ARI "no derechizado", según la definición de Sabbatella compartida ampliamente por el espectro progresista-, Eduardo Macaluse, su líder, no coincide ni con el diagnóstico de su potencial socio ni con la forma de construcción que propone. Resulta que para Macaluse, este gobierno significa la continuidad del saqueo menemista, pero con ruptura del discurso, y es por eso que genera tanta confusión. "La discusión no es entre oligarquía y pueblo, esa división es artificial: dividió al progresismo entre subordinados y enemigos." Macaluse ya habla de discutir el poskirchnerismo, pero no como propone Sabbatella, del modo tradicional, es decir, tejiendo diálogos entre las distintas culturas del campo progresista, sino con la gente.

Un documento interno elaborado por el politólogo Edgardo Mocca para la Fundación Ebbert -grupoalemán tradicionalmente ligado a la centroizquierda que está trabajando políticamente en la Argentina- ofrece algunas pistas más que sugerentes. "La actitud ante el gobierno nacional divide aguas en el interior de la constelación política de la izquierda reformista", escribió Mocca -director de la revista Umbrales , editada por el Cepes, el think tank de "Chacho" Alvarez-, en un documento elaborado en marzo de este año.

A la hora de evaluar la situación de los cuadros políticos y de los dirigentes que formaron parte del Frepaso y que hoy están en el gobierno nacional, explica: "Este sector político sufre la ausencia de una personalidad política y un liderazgo propio, en el contexto de un gobierno fuertemente concentrado y personalizado. La etapa actual, en la que se ha colocado en el centro de la reorganización del Partido Justicialista, genera incertidumbre sobre el futuro de la concertación política enunciada desde el kirchnerismo".

La que ya no parece ser considerada dentro del campo progresista por sus pares -menos por Macaluse, su ex socio político-, es Elisa Carrió y su Coalición, quien, con el desembarco K, que tomó algunas de sus banderas, debió extenderse hacia el centro para encontrar un lugar nuevo. Sus ex compañeros de foto la acusan de haberse derechizado.

A Kovadloff, que participó de la campaña del ARI en 2007, no lo asusta definirse como de centroderecha. Lo explica: "Es que para mí el centro no está asociado a lo conservador sino al orden institucional, a un proyecto de transformación que pasa por las clases medias. La vida republicana es, para mí, la garantía sobre la que se asienta un desarrollo económico progresivamente equitativo. Caído el radicalismo, el centro está ganando la sensibilidad de la clase media argentina, y no expresa lo conservador sino la capacidad convivencial. No hay equidad sin antes orden institucional", dice.
No es lo mismo ni es igual

Es indudable que el discurso de Néstor, y ahora el de Cristina, ha tomado algunas banderas tradicionales de la izquierda y del pensamiento progresista, lo que en un primer momento les dio un enorme crédito para unificar ese campo de ideas. Seguramente, el punto más fuerte fue la política de los derechos humanos que, más allá de las discusiones sobre si es genuina u oportunista, lo cierto es que hizo suya una reivindicación muy cara y antigua para la agenda progresista: eso, más la renovación de la Corte, le trajo al kirchnerismo un enorme rédito en las filas de la centroizquierda, sobre todo al principio.

Pero, como admite el politólogo Abal Medina, el gobierno actual no es "progresista" sino "peronista progresista". Suena parecido, pero no lo es en absoluto: por el contrario, he ahí una decisiva diferencia con raíces históricas muy profundas, hoy actualizadas.

Precisamente, el estudio que preparó Mocca para la Fundación Ebbert - think tank que, en el pasado, ayudó a la construcción del PT de Lula, en Brasil, y del Frente Amplio, en Uruguay- bucea en las dos vertientes enfrentadas de la izquierda democrática reformista, la "liberal-socialista", con raíces en los partidos socialista y comunista, y la tradición "nacional-popular", que nació con el advenimiento del peronismo, a mediados de la década del cuarenta del siglo pasado. El surgimiento del peronismo marcó a fuego la experiencia de la izquierda en la Argentina y la hizo culturalmente mucho más heterogénea y compleja que las de Chile y Uruguay.

"La tajante divisoria de aguas entre peronistas y antiperonistas siguió -y en buena medida sigue- circulando en el interior del territorio político de la izquierda", afirma el politólogo del Cepes, para quien la centroizquierda tiene estas dos "almas", que conviven pero también luchan, y es imposible hacer una apreciación del actual estado de cosas en el mundo "progre" que esté libre de estas profundas huellas históricas.

Lo cierto es que parte de la centroizquierda que crujió en la pulseada con el campo no sólo está desorientada sino que, también, parece haber retomado las exploraciones para ver si hay vida fuera del planeta K.

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